La Tiranía
En la Arqueología o introducción a su Historia de la Guerra del Peloponeso, Tucídides repasa la historia de los griegos anterior a su propia época y dedica por ello un breve pasaje a las tiranías, un fenómeno característico del mundo griego entre los siglos VII y VI a.C. al que este historiador volverá más tarde refiriéndose ya concretamente al caso de Atenas. Producto de la crisis de los sistemas aristocráticos, el tirano se hace con el poder mediante la fuerza y el apoyo de las capas populares y, alejado de la valoración peyorativa que posteriormente se atribuirá a dicha denominación, se erige en defensor de la población con medidas como el reparto de tierras, la protección de los pobres y la potenciación de las construcciones públicas.
En la Arqueología o introducción a su Historia de la Guerra del Peloponeso, Tucídides repasa la historia de los griegos anterior a su propia época y dedica por ello un breve pasaje a las tiranías, un fenómeno característico del mundo griego entre los siglos VII y VI a.C. al que este historiador volverá más tarde refiriéndose ya concretamente al caso de Atenas. Producto de la crisis de los sistemas aristocráticos, el tirano se hace con el poder mediante la fuerza y el apoyo de las capas populares y, alejado de la valoración peyorativa que posteriormente se atribuirá a dicha denominación, se erige en defensor de la población con medidas como el reparto de tierras, la protección de los pobres y la potenciación de las construcciones públicas.
El historiador ateniense Tucídides (ca. 460-396 a.C.) es universalmente conocido por su Historia de la Guerra del Peloponeso, relato incompleto en ocho libros, se interrumpe en los sucesos del año 411, del enfrentamiento protagonizado durante el último tercio del siglo V a.C. por Atenas y sus aliados de un lado y Esparta y los suyos de otro. Elegido estratega en 424 a.C., sin embargo el fracaso ante Anfípolis provocó su marcha al exilio, de donde retornó a Atenas una vez finalizada la guerra en 404. Con la perspectiva que le proporciona todo ello, interpreta los hechos en función del contexto, los actores y sus motivaciones, razón por la cual ha sido considerado el creador de la Historia en el sentido moderno del término. (Pilar Rivero-Julián Pelegrín).
Por lo que respecta a los tiranos, todos los que estaban establecidos en las ciudades griegas, mirando sólo por sus intereses, tanto por su seguridad personal como por el engrandecimiento de su propia casa, gobernaban las ciudades con la máxima prudencia posible, y no llevaron a cabo ninguna empresa digna de mención, salvo alguna guerra particular contra sus vecinos respectivos. Los tiranos de Sicilia, en cambio, llegaron a los niveles más altos de poder. Así, por motivos de todo tipo, Grecia se vio obligada durante mucho tiempo a no realizar nada notable en común y a que las empresas de cada una de sus ciudades carecieran de audacia.
Pero después que los tiranos de Atenas y los del resto de Grecia, regida también antes en muchos sitios por tiranías, es decir, la mayoría de los tiranos y los últimos si exceptuamos los de Sicilia, fueron derrocados por los lacedemonios (pues Lacedemonia, después de su fundación por los dorios, que la siguen habitando actualmente aunque fue, de los que conocemos, el país que sufrió disensiones internas durante más tiempo, sin embargo desde muy antiguo tuvo buenas leyes y siempre se vio libre de tiranos, con lo que son unos cuatrocientos años o unos pocos más los que han pasado hasta el final de nuestra guerra desde que los lacedemonios tienen la misma Constitución, y por esto se han hecho poderosos y han impuesto su criterio en las otras ciudades), después de la expulsión de los tiranos de Grecia, como decía, no muchos años después, tuvo lugar la batalla de Maratón entre los medos y los atenienses. (...)
En realidad, el conjunto de sus acciones [i.e., de Hiparco, hijo de Pisístrato, tirano de Atenas] de gobierno tampoco resultó molesto para la mayoría, sino que ejerció su autoridad sin despertar odios; ciertamente estos tiranos dieron pruebas de virtud e inteligencia durante mucho tiempo, y, exigiendo a los atenienses tan sólo la vigésima parte de sus productos, embellecieron magníficamente su ciudad, llevaron a término las guerras y sufragaron los sacrificios de los templos. En general la ciudad siguió gobernándose según las leyes preexistentes, con la excepción de que siempre se cuidaban de que uno de ellos estuviera presente en las magistraturas.
Pero después que los tiranos de Atenas y los del resto de Grecia, regida también antes en muchos sitios por tiranías, es decir, la mayoría de los tiranos y los últimos si exceptuamos los de Sicilia, fueron derrocados por los lacedemonios (pues Lacedemonia, después de su fundación por los dorios, que la siguen habitando actualmente aunque fue, de los que conocemos, el país que sufrió disensiones internas durante más tiempo, sin embargo desde muy antiguo tuvo buenas leyes y siempre se vio libre de tiranos, con lo que son unos cuatrocientos años o unos pocos más los que han pasado hasta el final de nuestra guerra desde que los lacedemonios tienen la misma Constitución, y por esto se han hecho poderosos y han impuesto su criterio en las otras ciudades), después de la expulsión de los tiranos de Grecia, como decía, no muchos años después, tuvo lugar la batalla de Maratón entre los medos y los atenienses. (...)
En realidad, el conjunto de sus acciones [i.e., de Hiparco, hijo de Pisístrato, tirano de Atenas] de gobierno tampoco resultó molesto para la mayoría, sino que ejerció su autoridad sin despertar odios; ciertamente estos tiranos dieron pruebas de virtud e inteligencia durante mucho tiempo, y, exigiendo a los atenienses tan sólo la vigésima parte de sus productos, embellecieron magníficamente su ciudad, llevaron a término las guerras y sufragaron los sacrificios de los templos. En general la ciudad siguió gobernándose según las leyes preexistentes, con la excepción de que siempre se cuidaban de que uno de ellos estuviera presente en las magistraturas.
Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, I 17-18 y VI 54, 5-6, traducción de Juan José Torres, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1990.
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