Debate, bla bla
El tema salta de la inagotable chistera de la abulia. Es el conejo de las apetencias y del sentir que el dominio flaquea. Es necesario algo que prenda y encienda, rete y desvíe. Es un pendiente válido pero no urgente, preterido, enmohecido durante un largo período pero en temporada electoral aflora y es preocupación, desvelo, consigna, inminencia. La autoría apuesta a la falta de inventario y de archivo, a la connivencia que impide recordar y entonces todo es primavera y huele a pasto, todo nuevo y sin mancha. Exigencia de mercadeo, de táctica y estrategia, más cerca de Benedetti que del materialismo histórico. Jugando a la candelita por la otra esquinita y a la ficción de objetividad, esa de árbitros con compromiso y trastada. Por eso los aspirantes a la conducción de la pelea, repiten que son imparciales, venden la soflama y algunos la creen.
Fernando Ruíz y Hernán Aberro, en su trabajo: “Ola de Debates Electorales. Luces y Sombras de un Avance Democrático” además de citar los intentos fallidos de la Asociación Nacional de Jóvenes Empresarios –ANJE- en procura de un debate entre los candidatos a la presidencia en la República Dominicana- 2008, 2012- recrean un caso paradigmático de emboscada con el nombre de debate. El periodista y empresario, Humberto Rubín, conductor del careo entre los candidatos a la presidencia de Paraguay -2008- cuando supo que el candidato Fernando Lugo no asistiría al programa, abandonó la ecuanimidad y arremetió contra el ausente. Además de llamarlo estafador, cobarde, mentiroso, su mayor preocupación fue que la excusa de Lugo, arriesgaba la inversión, hecha por la empresa, para el montaje del espectáculo. Porque de eso se trata, es un espectáculo y siempre habrá inversionistas para lograr el mejor montaje y captar audiencia.
El empeño en procura del debate entre candidatos a la presidencia, viene desde antes de los años citados en el ensayo. Es la sirena que suena y avisa. Y nada sucede porque el hecho está ausente de la cultura electoral criolla. Bosch no debatió con Fiallo, Balaguer no debatió con Bosch, ni con Guzmán Fernández, tampoco con Jorge Blanco. Peña Gómez se negó a debatir con Leonel Fernández, Hipólito Mejía no debatió con Danilo Medina ni Vargas Maldonado con Fernández.
Hoy, 15 de febrero, faltan 89 días para votar, los sectores tan preocupados por el debate, deben patrocinar, con la misma convicción y fiereza, la eliminación del insulto y la injuria. Desmentir las infamias que la calle corea, porque escucha a líderes de opinión divulgarlas como verdad. Antes de imponer el debate, no establecido en ninguna ley, deben denunciar la bajuna propaganda, las zancadillas urdidas con apoyo de muchos pares, Jano redivivos que encienden basureros. Pedir propuestas más allá de yo soy bueno y tú no, consigna de postulantes que pretenden no tener pasado ni culpas. Exigir, durante la campaña, la aplicación, sin enmiendas, de leyes y reglamentos electorales.
Existen representantes de organizaciones cívicas que insisten en la institucionalidad y la legalidad, sin embargo, les encanta promover normas ad hoc, sin la validación del poder legislativo. Porque sí, porque sienten que pueden. Minoría iluminada que a través de la influencia en los medios de comunicación, condicionan, preparan y dictan, sin admitir disenso. Quieren debate pero su palabra es incontrovertible. Entonces vuelve al ruedo la intolerancia, esa que imputan a otros, el autoritarismo alternativo de tantos liberales. Olvidan que a respetar se aprende respetando y que democracia es disentir sin miedo. Fungen como delegados de la mayoría, actúan como representantes del colectivo, sin ratificación ni consulta previa. Intentan pautar el decurso y el manejo de la vida pública, sin aceptar réplica. Reprenden y ningunean a cualquiera que refute. Distorsionan derechos a conveniencia. En este momento, estar a favor o en contra del debate sitúa, exalta o demoniza. Vuelven bandos y bandadas. Guardan temas, remozan la agenda. Quieren lidia más que discusión. Prefieren gallos, no candidatos. Bate que bate, ahora quieren debate.
Fernando Ruíz y Hernán Aberro, en su trabajo: “Ola de Debates Electorales. Luces y Sombras de un Avance Democrático” además de citar los intentos fallidos de la Asociación Nacional de Jóvenes Empresarios –ANJE- en procura de un debate entre los candidatos a la presidencia en la República Dominicana- 2008, 2012- recrean un caso paradigmático de emboscada con el nombre de debate. El periodista y empresario, Humberto Rubín, conductor del careo entre los candidatos a la presidencia de Paraguay -2008- cuando supo que el candidato Fernando Lugo no asistiría al programa, abandonó la ecuanimidad y arremetió contra el ausente. Además de llamarlo estafador, cobarde, mentiroso, su mayor preocupación fue que la excusa de Lugo, arriesgaba la inversión, hecha por la empresa, para el montaje del espectáculo. Porque de eso se trata, es un espectáculo y siempre habrá inversionistas para lograr el mejor montaje y captar audiencia.
El empeño en procura del debate entre candidatos a la presidencia, viene desde antes de los años citados en el ensayo. Es la sirena que suena y avisa. Y nada sucede porque el hecho está ausente de la cultura electoral criolla. Bosch no debatió con Fiallo, Balaguer no debatió con Bosch, ni con Guzmán Fernández, tampoco con Jorge Blanco. Peña Gómez se negó a debatir con Leonel Fernández, Hipólito Mejía no debatió con Danilo Medina ni Vargas Maldonado con Fernández.
Hoy, 15 de febrero, faltan 89 días para votar, los sectores tan preocupados por el debate, deben patrocinar, con la misma convicción y fiereza, la eliminación del insulto y la injuria. Desmentir las infamias que la calle corea, porque escucha a líderes de opinión divulgarlas como verdad. Antes de imponer el debate, no establecido en ninguna ley, deben denunciar la bajuna propaganda, las zancadillas urdidas con apoyo de muchos pares, Jano redivivos que encienden basureros. Pedir propuestas más allá de yo soy bueno y tú no, consigna de postulantes que pretenden no tener pasado ni culpas. Exigir, durante la campaña, la aplicación, sin enmiendas, de leyes y reglamentos electorales.
Existen representantes de organizaciones cívicas que insisten en la institucionalidad y la legalidad, sin embargo, les encanta promover normas ad hoc, sin la validación del poder legislativo. Porque sí, porque sienten que pueden. Minoría iluminada que a través de la influencia en los medios de comunicación, condicionan, preparan y dictan, sin admitir disenso. Quieren debate pero su palabra es incontrovertible. Entonces vuelve al ruedo la intolerancia, esa que imputan a otros, el autoritarismo alternativo de tantos liberales. Olvidan que a respetar se aprende respetando y que democracia es disentir sin miedo. Fungen como delegados de la mayoría, actúan como representantes del colectivo, sin ratificación ni consulta previa. Intentan pautar el decurso y el manejo de la vida pública, sin aceptar réplica. Reprenden y ningunean a cualquiera que refute. Distorsionan derechos a conveniencia. En este momento, estar a favor o en contra del debate sitúa, exalta o demoniza. Vuelven bandos y bandadas. Guardan temas, remozan la agenda. Quieren lidia más que discusión. Prefieren gallos, no candidatos. Bate que bate, ahora quieren debate.
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