A mediados del siglo XIX estalló en California la llamada “fiebre del oro“. La noticia del descubrimiento de una pepita de oro en Coloma (California) en 1848 corrió como la pólvora por todo el país e incluso atravesó los océanos. Ya fuese en caravanas desde cualquier rincón de los EEUU o en barcos allende los mares, se calcula que la costa oeste estadounidense recibió unos 300.000 buscadores del sueño americano del momento. De hecho, un pequeño pueblo como era San Francisco se convirtió en una de las ciudades más importantes y centro neurálgico de la actividad económica de California. Pero no todo iban a ser parabienes, el aumento brutal de población acarreó una subida de los precios, especialmente en los alimentos, ya que las granjas de animales y las pequeñas explotaciones agrícolas se veían incapaces de satisfacer las necesidades de los buscadores de fortuna. Uno de esos productos, cuyo precio se disparó hasta hacerlo casi prohibitivo, fueron los huevos, llegando a costar 1 $ la unidad. Así que, había que buscar vías alternativas para aumentar la oferta, y no se encontraron lejos… en las Fallaron Islands, un conjunto de pequeñas islas situadas en el Pacífico a unos 43 km de la costa de San Francisco.
Fiebre el oro
El primer europeo en desembarcar en estas islas fue el explorador español Juan Rodríguez Cabrillo en 1539. Además, al ponerles el nombre de islas “Farallones” –un farallón es un peñón rocoso que se alza sobre el mar cerca de la línea de costa-, dejaba muy claro su escarpada orografía y la dificultad de establecer asentamiento permanentes. De hecho, los indígenas de la zona las llamaban “las islas de los Muertos”. Estos condicionantes habían permitido que aquellas islas se convirtiesen en un refugio de una gran variedad de especies, como focas, elefantes marinos, tiburones blancos y la mayor colonia de aves marinas de toda la costa del Pacífico. De entre todas estas aves, destacaba por su número el arao común, también llamado “pingüino volador“, una especie de ave que anida en las costas rocosas del norte de los océanos Atlántico y Pacífico. Y, lógicamente, tal número de aves significa una gran cantidad de huevos…
Colonia de arao común sobre los Farallones
Colonia de arao común sobre los Farallones
Si desde el siglo XVI los barcos llegaban hasta estas islas por las pieles de las focas, en 1849 un tal Robinson y su pequeña tripulación pusieron rumbo a los Farallones para “recolectar” huevos, en este caso de arao común, y hacer negocio ante la escasa oferta y los elevados precios. Aquellos huevos, moteados y puntiagudos, y de un tamaño mucho mayor que el de una gallina -casi el doble-, iban a suponer un pelotazo.  Tales fueron las ganancias que Robinson fundó la Farallon Egg Company (Compañía del Huevo Farallón o, simplemente, Compañía del Huevo) y declaró aquellas islas de su propiedad por posesión. Los trabajadores de la nueva compañía “faenaban” en las islas desde mediados de mayo hasta julio. Recorrían aquellos difíciles y escarpados islotes ataviados con una especie de camisas muy anchas y con muchos bolsillos donde iban colocando los huevos que robaban de los nidos y que, posteriormente, venderían a muy buen precio en San Francisco. La media de huevos que se recogían en una temporada podía alcanzar los 500.000, una cantidad asombrosa y peligrosa para un ave que generalmente sólo pone un huevo.
Se convirtió en un negocio muy lucrativo y, lógicamente, a la Compañía del Huevo le salieron competidores, pero no en otras islas… sino en los Farallones. Robinson mantuvo a raya a los posibles rivales, bloqueando los barcos e incluso apostando hombres con armas en las islas, y sólo permitió “recolectar” a los pescadores que, para ganarse un sobresueldo o para consumo propio, recogían los huevos que los trabajadores de la compañía no se arriesgaban a coger por estar situados en acantilados muy peligrosos y de difícil acceso. Las cosas se complicarían en 1863, cuando un grupo de italianos , dirigidos por el estadounidense David Batchelder, pusieron rumbo a las islas para participar del lucrativo negocio. Aunque en el primer intento fueron repelidos por los hombre de la Compañía, a los pocos días volvieron armados. Después de intercambiar algunos disparos, y con un hombre muerto por cada bando, Batchelder y los suyos huyeron.
Las consecuencias de la llamada Guerra del Huevo dejaron a la Compañía de Robinson el control exclusivo de las islas y David Batchelder fue declarado culpable de asesinato y enviado a una prisión estatal. Aunque en 1881 el gobierno de los EEUU prohibió la recolección de huevos en las Farallones, los pescadores de San Francisco mantuvieron la costumbre y siguieron recogiendo huevos de ave hasta bien entrado el siglo XX. Se estima que desde 1850 hasta 1881 la Compañía vendió cerca de 14 millones de huevos de arao. Hoy en día, más de un siglo después de la prohibición, la población de araos apenas ha comenzado a recuperarse.
Fuentes e imágenes: Time,
http://historiasdelahistoria.com/2016/02/09/13596