MAXIMO GOMEZ, Juicio sobre el Guerrero.
Artículo escrito por Lorenzo “Muley” Despradel. *
·
(Lorenzo “Muley” Despradel, amigo de
Martí en Monte Cristi, y compañero de Panchito Gómez, fue Ayudante de Campo del Libertador. Este artículo es
notable por su justa valoración de los
escritos de Máximo Gómez. Despradel escribió también unas valiosas memorias:
Máximo Gómez y la campaña del 97, que figuran como apéndice de la admirable
obra de Orestes Ferrera, Mis Relaciones con Máximo Gómez. La Habana, 1942.
Conservamos los manuscritos de Despradel, de las citadas memorias. Muley
Despradel nació en La Vega en 1872 y
murió en Santo Domingo en 1927, Conservamos sus
interesantes papales en nuestro archivo personal, por la generosa
donación de su viuda, doña Carmen
Valdés de Despradel. Emilio Rodríguez
Demorizi)
Obra PAPELES DOMINICANOIS
DE MAXIMO GOMEZ, por Emilio Rodríguez Demorizi. Editora Montalvo Ciudad
Trujillo, 1954. Págs.320 y sig.
Para hacer un juicio
exacto sobre la vida de un gran hombre, es indispensable conocer en todos sus
detalles, a más de los hechos que realizará, la expresión franca de su espíritu
por las manifestaciones escritas o verbales que hiciera en determinados momento
psicológicos. Y es porque el héroe no se manifiesta todo entero en la proeza
realizada, sino cuando pone ante ella y los que le siguen admirandos, el sello
íntimo de su personalidad creadora.
Los comentarios de César
nos hablan más y mejor de este
afortunado hijo de la Guerra, y nos lo dan a conocer de manera más
absoluta, que las relaciones de sus famosas batallas y de las atrevidas empresas
que acometió con arrojo verdaderamente asombros. El mismo Napoleón, cuya vida
ha sido envuelta por sus admiradores en una nube de hiperbólica grandeza por la
resonancia que alcanzaron sus éxitos
militares, se nos pone en presencia y lo conocemos más a fondo, cuando leemos
sus proclamas y nos enteramos en hojear – aunque con justificadas reservas –
sus memorias escritas en el desolado peñón de Santa Helena. En unas y otras se trasluce el temperamento moral de un hombre que no
puede ser juzgado en sus hechos sin que antes conozcamos los móviles por los
cuales ellos fueron realizados.
Por este motivo creemos que es de todo punto
necesario, para poder hacer un juicio completo sobre cualquier hombre que se
haya elevado sobre el nivel común de los demás, y que pueda ser calificado como héroe en la
acepción restringible que Carlyle le ha
dado a ese vocablo, conocer su carácter
y las disposiciones de su espíritu con el auxilio eficaz de sus propias
palabras y de sus propios escritos.
Cierta escuela moderna
que tiene grandes puntos de contacto con
la filosofía individualista privatica en estos últimos años, ha establecido ese
sistema como el más fácil, el más expedito para llegar al conocimiento del hombre simbólico o representativo, que
como ya he dicho, no se muestra nunca “todo entero” sino cuando se desentrañan
los móviles de todas sus acciones.
Ferri, el sagaz e investigador antropológico italiano nos ha dado un Garibaldi
desconocido hasta hace poco aún por sus propios contemporáneos.
En vez de decirnos con la rutinaria vulgaridad de la
historia “en el años que tuvo en Brasil,
y en tal otro dio esta famosa batalla en pro de la unidad italiana”, su sabio gia compatriota nos pone en presencia del héroe,
y llegamos a conocerlo más por los
acertados juicios que le sugieren las Memorias del valiente soldado, a pesar de
la sospechosa sinceridad de éstas, que por la relación de todas las funciones marciales en que tomó parte
como incansable defensor de la libertad de los pueblos.
El famoso escritor
se mete en el espíritu de esas Memorias,
como un buzo en las profundidades del mar para sacar a la superficie los
incalculables tesoros que se ocultan en
ella. Una frase ingenua, una confesión
pertinente o fuera de lugar, el relato de una aventura amorosa en la misteriosa quietud de un bosque brasileño
le sirven al ilustre hombre de letras
italiano el elemento poderoso para estudiar la psicología del glorioso caudillo de la camiseta roja, y para
deducir las causas de su natural disposición para acometer empresas
nobles y arriesgadas.
Yo creo no solamente en
la efectividad, sino en la necesidad de ese
bertillomage del espíritu que nos da una idea precisa de la
talla moral de los grandes hombres mediante un sistema racional que ofrece la
indiscutible ventaja de basarse en hechos de facilísima comprobación.
Con la recopilación de todo cuando dice y escribe el súper-hombre
se le puede juzgar de manera más fácil que con el conocimiento de sus
mismos hechos, si los móviles de éstos escapan a la investigación del crítico o
del historiador y se hace imposible penetrar en el alma y en el pensamiento del
héroe que los realizó. El mismo Napoleón descorrió el velo y obtuvo la debida
justificación de muchas de sus
acciones que habían
merecido agrias censuras por
parte de sus contemporáneos, con la publicación de sus memorias.
Las cartas del Libertador
Simón Bolívar explican de manera cumplida muchos de los actos que éste
realizara. Para los que no han leído
aquellas, muchos de esos actos proyectan negra sombra sobre la vida
militar y política del genial caraqueño,
cuyo amor a la libertad y el alto concepto de la disciplina, como único medio
de mantener la cohesión de su improvisado ejército, lo llevaron al durísimo
trance de tener que regar con sangre de hermanos el campo encendido de la
revolución.
Todo, pues, cuando se
haga para diafanizar la vida y las
acciones de los grandes guerreros ha de ser de un indiscutible proyecto para los que siempre muestran empeño en conocerlo , no solamente como ellos se
presentan ante los ajos de los que no
ven otra
cosa que el brillo de su espada,
sino como son “ en verdad”,
sin el oropel ese prestigio externo que muchas veces
empeña el brillo de cualidades más altas y relevantes que dan contorno y
relieve a su verdadero carácter.
Para conocer el del General Máximo Gómez
se hace indispensable leer sus cartas, leer sus problemas, leer sus folletos.
A través de esas “piezas probatorias” de
su espiritualidad, se ve el guerrero en su segunda y más firme naturaleza, despojando
completamente de la brusquedad marcial que fue siempre el más visible sello de
su personalidad.
No es que haya en todo lo escrito por el gran quisqueyano
impenetrable esoterismo, ni por su descuidada literatura pueda servir para
hacer un estudio exegético de cuanto salió de su pluma: pero si se puede afirmar que nunca se reveló la
personalidad de ningún hombre en sus escritos, como la de Máximo Gómez en los
suyos (De las cartas del Soldado, a su
esposa y a sus hijos, dice Orete Ferrera que son “cartas tiernas y patrióticas
que recuerdan ideas y sentimientos de la Hélades Lejanas”.). Ellos se
caracterizan por su gran fondo de sinceridad y de ingenua sencillez que
contrata de manera notable con la viveza e impetuosidad de la que siempre dio
muestras en su larga vida soldado. Fuera de sus proclamas revolucionarias, que
respondieron siempre a las necesidades de la campaña y al propósito de asegurar la libertad de
Cuba, no hay un solo documento suyo que
no respire efecto hondo y profundo por
todas las cosas del espíritu.
Su optimismo se desborda
en todo cuanto escribe, por más que ni
en una sola línea se advierte el estudiado propósito
de aparecer ante los
ojos de sus contemporáneos como
un hombre “ sensiblero” o de algún modo castigado por la fatalidad. No es vanidoso, no es un juglar del efectismo como Napoleón, ni un ególatra pueril como el mismo Garibaldi, que
llegó a ciertos extremos a desnaturalizar su
fecunda labor de soldado de
libertad intercalando en sus Memorias episodios triviales, y la natural
rudeza de su temperamento casi primitivo.
Por otro lado, las
autobiografías siembran una gran desconfianza en el alma de los lectores. Alguien ha dicho que todo el mundo, por intuitivo
impulso, cree sorprender en ellas el velado propósito de sus autores de
aparecer no como son efectivamente, sino
como hubiesen querido ser, después
que un detenido examen de sus actos les indica la necesidad de una rectificación, aunque sea mixtificando los hechos, para con
tales artes presentarse ante la posteridad con todos los atributos del
héroe inmaculado. El General José
Antonio Páez, el Aquiles de la epopeya
suramericana cuyos hechos de armas son
tan justamente alabados tuvo necesidad de escribir una autobiografía en
sus postreros años para descargarse de
las graves acusaciones que en sus historias respectivas le hicieron
Restrepo, Baralt y otros que se constituyeron en impugnadores de su vida militar y política.
Máximo Gómez no juzgó
nunca necesario ponerse a salvo de
posibles futuros distractores: y habiendo tenido tiempo para escribir un libro
interesante sobre su vida, que fue la de un gran batallador, no dejó sino ligeros y muy
fragmentados apuntes, concretándose lo
más, a relatar acciones de armas y aventuras en las cuales se hicieron notar por su
valor o por su virtud héroes humildes a quienes
deliberadamente libró del olvido, escribiendo sus nombres con solicitud cariñosa.
Cuando alguien con
bastante capacidad e imparcialidad se proponga escribir la biografía critica
del ilustre dominicano, y haga para
realizar esa labor, uso sabio y
discreto de sus escritos que
aunque pocos tienen un marcadísimos interés, entonces se revelará en su esencia intima toda la grandeza de su
alma; y por ley de contraste brillará
aún más su personalidad guerrera, que no
es sino un lado del polígono en que se encierra su legitima fama
de hombre superior.
Sobre su tumba del insigne guerrero va cayendo la noche del
olvido; y tal vez no haya nada más fecundo para la educación social, como dice
Ferri, “que reavivar la admiración y el ejemplo de los héroes populares, no tanto en sus
deslumbradoras dotes de la vida militar,
cuando en el espejo de sus intimas
energías morales, que son el alma misma
imperecedera de la humanidad.
(La Discusión, Habana, 17
de junio
1914: y Claridad, Santo Domingo, Vol. I, núm. I, dic. 31 de 1922).
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