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domingo, 4 de febrero de 2018

Presos comunes y políticos en la Fortaleza Ozama

La cárcel de la Fortaleza Ozama durante el régimen de Trujillo
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Por: Alejandro Paulino Ramos

La dictadura de Trujillo se inició en 1930, seis años después de la desocupación americana del territorio dominicano. Los Estados Unidos desembarcaron en la República Dominicana en 1916 e instauraron un gobierno militar que impuso un conjunto de cambios económicos, culturales, políticos y administrativos.

Entre las reformas administrativas estuvo el cambio en el sistema carcelario dominicano por lo que, al Trujillo ascender a la primera magistratura el 16 de agosto de 1930, encontró en funcionamiento la cárcel que desde mucho antes existía en la Fortaleza Ozama en la ciudad capital, además de la nueva penitenciaría nacional inaugurada por los norteamericanos aproximadamente en 1922 en la comunidad de Nigua, próximo a la ciudad de San Cristóbal. Ambos recintos penitenciarios estaban articulados como parte de la política represiva al momento de ser establecida la dictadura y se mantuvieron en esa condición hasta los años cuarenta del siglo XX.

Así ha quedado establecido en los documentos oficiales y en testimonios de los que sufrieron humillaciones y torturas en esos presidios en los primeros períodos de gobierno de Trujillo, entre ellos el doctor Juan Isidro Jimenes Grullón y el profesor Juan Bosch. Este último detalló en uno de sus escritos los problemas en los que se vio envuelto entre 1933 y 1934, cuando fue confinado en las referidas prisiones:

“Lo que califico de rebelión ocurrió en los momentos en que se llevaba a cabo en el patio de la cárcel—de la Fortaleza Ozama–una revista de presos, y al parecer eso disgustó a las autoridades militares, las cuales me castigaron con el traslado a una celda de la Torre del Homenaje desde la cual veía sólo el río Ozama. La celda se abría por fuera y sólo para llevarme dos comidas al día. Allí no había cama ni mesa ni lavamanos ni sábana ni almohada. Junto con la comida me llevaban un jarrito de agua y me la arreglé para lavarme la cara y las manos con la mitad de un jarrito, y como me llevaban dos jarritos al día, lo que bebía diariamente era jarrito y medio cada día”.

Así eran las celdas de “la Torre del Homenaje” en 1933, tal y como lo contó Juan Bosch en el texto que redactó a requerimiento del historiador Bernardo Vega y que fechó el 29 de agosto de 1986, explicando la forma en que fue implicado en el estallido de una bomba de fabricación casera en el cementerio de la avenida Independencia y los maltratos recibidos durante su prisión en la Fortaleza Ozama y en la Penitenciaría Nacional de Nigua. (Véase a Bernardo Vega, “Juan Bosch narra sobre su experiencia en una prisión en 1934”, Hoy, 16 de julio 2007).

Desde la Fortaleza Ozama, el profesor Bosch fue sacado y llevado a la cárcel de Nigua, recinto carcelario tenido desde la época de la ocupación norteamericana como principal sede penitenciaria del país. En aquellos días se convirtió en práctica cotidiana, especialmente a partir del primer período de gobierno de Rafael L. Trujillo (1930-1934), que a Nigua fueran llevados, para ser interrogados aplicando métodos de torturas que muchas veces llevaban a la muerte, a los considerados como presos políticos y a otros implicados en situaciones consideradas graves, de los que las autoridades militares querían obtener alguna confección o para infringirles excesivos castigos. 

Los presos eran movidos de una cárcel a otra dependiendo de los intereses del dictador, los que incluían el trabajo forzado en predios agrícolas del mandatario, sus familiares y altos oficiales de las Fuerzas Armadas, con el fin de obtener beneficios económicos.

Presos comunes y políticos en la Fortaleza Ozama, durante la ocupación militar extranjera
El edificio de la fortaleza, ubicado en la margen occidental del río Ozama en la zona colonial de la ciudad de Santo Domingo, fue construido a principios del siglo XVI durante el gobierno de Nicolás de Ovando. Fue desde entonces el principal recinto militar de la República Dominicana, donde funcionó por siglos el penal más importante del país, dotado de terribles calabozos con condiciones infrahumanas propias de la Edad Media. En ella muchos prisioneros eran castigados introduciéndolos en pozos húmedos, en los que casi siempre encontraban la muerte.

En sus celdas, los presos considerados de mayor peligro y en especial los tenidos como opositores a los gobiernos de turnos, eran sometidos a interrogatorios en las conocidas como “las solitarias”, que se encontraban ubicadas en la llamada “Torre del Homenaje”; pero cuando las autoridades no obtenían las confecciones o declaraciones esperadas, entonces se decidía que los prisioneros se castigaran con más rudeza, para lo cual, a partir del gobierno de Trujillo, los encarcelados eran trasladados a Nigua, donde se les torturaba y sometía a trabajos forzosos. Allí casi siempre encontraban la muerte debido a enfermedades como la tuberculosis y la fiebre amarilla, se les asesinaban a tiros en un cementerio que había en el lugar, o simplemente morían al momento de ser sometidos a crueles interrogatorios.

Después de pasar por el martirio de permanecer por meses en Nigua, algunos de los que sobrevivían eran regresados a la Fortaleza Ozama, en la que, dependiendo de los casos, se encerraban en las solitarias o en las celdas habilitadas para los presos comunes en el área de “la enfermería”, que allí existía.

Tal y como lo refiere Juan Isidro Jimenes Grullón, en su obra “Una Gestapo en América: vida y, tortura, agonía y muerte de presos políticos bajo la tiranía de Trujillo”, publicada en La Habana en 1946, para 1934 y desde antes, el presidio de la ciudad de Santo Domingo estaba dividido en dos secciones conocidas como “la enfermería” y “las solitarias”. (…). El jefe civil del presidio lo era Arturo Rodríguez, aunque también había un jefe militar, oficial del Ejército”. 

Los calabozos destinados para los presos comunes permanecían abiertos durante el día: “La enfermería no era un recinto vasto. Tenía la forma de cuadrilátero de unos 20 metros de largo por unos 10 de anchos. La altura era de unos 4 metros. (…). Las camitas estrechas estaban distribuidas con orden, pararlas unas a otras. Varias ventanas grandes daban hacia el patio y, en el lado puesto, cuadradas ventanillas aseguraban la circulación de la brisa. (…).Se podía caminar en el patio de la fortaleza y a través de presos comunes de confianza, tener contactos con familiares en el exterior. Por otra parte, desde la puerta de la enfermería se contemplaban el rio, el movimiento de los barcos, los montes de la orilla opuesta”. Pero en la parte destinadas para las solitarias, la situación era diferente:

“Desde la primera ventana de la parte sur de “la enfermería” se podías ver la ascensión de los presos que conducían a “solitaria”. Desde allí los reclusos eran llevados a trabajar de manera forzada en las fincas de Trujillo, sus familiares o a las de sus funcionarios civiles y militares. (….). Con los brazos de eso infelices se realizaban la preparación de la tierra para las siembras, estas y las cosechas.” Otros prisioneros eran sacados de las solitarias para ser llevados a Nigua y ser interrogados de manera despiadada utilizando los métodos más terribles de torturas aplicados en el país para la época. También para llevarlos a labores agrícolas, en condiciones horribles.

Las llamadas solitarias de la Torre del Homenaje eran ocupadas principalmente por los presos que, al ingresar al recinto, todavía estaban en proceso de interrogatorio, o a los que se les quería castigar de manera ejemplar. Desde ese lugar, muchos de los detenidos eran sacados en horas de la noche y llevados a un lugar apartado de la fortaleza conocido como “el aguacatico” donde eran asesinados; en otros casos eran movidos desde “la enfermería” y llevados a “las solitarias” y si se consideraba necesario obligarlos a confesar o castigarlos por su actitud política frente al régimen, entonces se trasladaban a la terrible penitenciaria de Nigua.

La cárcel de la fortaleza fue restructurada y mejorada, construyéndose nuevos espacios que fueron inaugurados el 2 de enero de 1938. En esos días también fue inaugurada, el 15 de febrero, la muralla que se le construyó a la fortaleza del lado oriental, a orilla del rio Ozama. La modernización a que fue sometida la edificación abarcó nuevos espacios, como fue publicado en la Revista Militar en 1937:

“Esta obra se extenderá sobre un área de 5940 metros cuadros. El edificio que se está construyendo tendrá dos plantas. En la superior se dará alojamiento a la primera de las cárceles modelos para mujeres que va a poseer la República. Las distintas dependencias de esta cárcel se dispondrán de acuerdo con las últimas exigencias de la ciencia penitenciaria. (…). El departamento dedicado a cárcel para hombres tendrá las mismas ventajas y comodidades”. (Véase Revista Militar, Ano 3, No. 26, julio 1937).

La cárcel de la Fortaleza Ozama permaneció por más de dos décadas como tal, además de ser el más importante recinto militar. El presidio de la fortaleza estuvo funcionando formalmente hasta el 16 de agosto de 1952, cuando el régimen de Trujillo inauguró la Penitenciaría Nacional de La Victoria, enclavada en el poblado del mismo nombre próximo a la ciudad capital.

(Entre las fuentes para este artículo se encuentran:; Bernardo Vega, “Juan Bosch narra sobre su experiencia en una prisión en 1934”, Hoy, 16 de julio 2007; Juan Isidro Jimenes Grullon, Una Gestapo en América. La Habana, 1946; Revista Militar, Ano 3, No. 26, julio 1937. Las fotos pertenecen a la Colección del Archivo General de la Nación
Tomado de la Fuente;Historia Dominicana en Gráficas

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