RENACER CULTIRAL

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martes, 12 de septiembre de 2017

Qué sabemos sobre civilizaciones y reinos desaparecidos?

Qué sabemos sobre civilizaciones y reinos desaparecidos?


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Hay muchas tradiciones que hablan de reinos desconocidos y evolucionadas civilizaciones desaparecidas en épocas remotas antediluvianas, que no están reconocidas por arqueólogos e historiadores. Pacientemente, los prehistoriadores han podido aventurarse a dar evaluaciones cronológicas bastante precisas. Pero no se encuentra ninguna huella de civilizaciones de un tipo realmente superior antes del nacimiento de los grandes pueblos de Sumer, del Antiguo Egipto, etc., que marcan el inicio de la Historia propiamente dicha. El geólogo británico Charles Lyell (1797 – 1875) observó, en su obra Antiquity of man: «Hasta el momento no tenemos ninguna prueba geológica definida que establezca que la aparición de las llamadas razas inferiores de la Humanidad haya siempre precedido, en el orden cronológico, a las razas superiores». Es verdad que carecemos de pruebas concluyentes de cataclismos y acontecimientos extraordinarios que pueden haber destruido antiguas avanzadas civilizaciones. No obstante, si abordamos con objetividad las tradiciones, los mitos, o las fábulas, así como diversos monumentos y objetos que dejan asombrados a muchos arqueólogos, veremos que tenemos más evidencias de las que creemos. Sin duda, todavía no conocemos toda la historia de los antiguos milenios, y no sólo a causa de terribles cataclismos antediluvianos, sino también debido a que los propios seres humanos han destruido sistemáticamente evidencias, tales como la de los manuscritos de los mayas, el incendio de la Biblioteca de Alejandría, la incineración de las tablillas de la isla de Pascua por parte de misioneros cristianos, etc… En todos los pueblos antiguos encontramos una cierta nostalgia por un desaparecido «paraíso perdido». Se trata de la creencia en una tierra extraordinaria en donde habitan seres sobrenaturales y en la cual son admitidos los mortales que merecen vivir eternamente. Ese paraíso terrenal se ha situado tan pronto en Oriente como en Occidente, según cual fuera la fuente. ¿Es posible encontrar este Jardín del Edén? En las antiguas religiones se habla a la vez de una misteriosa morada de los muertos y de una región accesible a los mortales solo en determinadas condiciones.
Ha habido investigaciones muy curiosas, como las de Margaret Alice Murray (1863 – 1963), antropóloga y egiptóloga británica, quien descubrió en la brujería británica la secreta supervivencia de la más antigua religión, la de las hadas. En su libro Witch cult in western Europe, escrito en 1921, durante un período en el que no le era posible realizar trabajo de campo en Egipto, diseñó los elementos esenciales de su tesis sobre una resistencia pagana, desconocida para la Iglesia Cristiana, que existió en Europa. Los paganos se organizaban en covens de trece adoradores, dedicados a un dios masculino. Murray sostuvo que esas creencias paganas y esa religión, que van desde el periodo neolítico hasta el período medieval, practicaban en secreto sacrificios humanos hasta ser hechos públicos por las cacerías de brujas, alrededor del 1450 d. C. A pesar de la naturaleza sangrienta del culto descrito por Murray, era atractivo por su punto de vista sobre la importancia de la libertad de la mujer, su sexualidad manifiesta y su resistencia a la opresión de la iglesia. Los griegos y los romanos nos hablan de los Campos Elíseos, un supuesto reino de las almas privilegiadas, del Jardín de las Hespérides, de las islas Afortunadas, de la isla de Ogygie, una isla mencionada en la Odisea de Homero, donde habitaba la ninfa Calipso, que retuvo al héroe griego Odiseo a su regreso de la Guerra de Troya, etc. Los celtas también hablan de un país que llaman País de los Vivos, Tierra de Juventud, o Isla de los Héroes. En los relatos de viajes irlandeses, se dice que los hombres son tentados por maravillosas mujeres a viajar al País de los Vivos. Es tan grande el poder de estas mujeres, que la magia del druida no puede hacer nada contra esta atracción. Homero sitúa los Campos Elíseos en un extremo de la Tierra, en un lugar concreto en el cual no existe el invierno, no hay nieve, no llueve nunca, y donde soplan unas dulces brisas oceánicas. Por otro lado, las almas felices viven en Occidente, en las paradisíacas islas Afortunadas, situadas a 10.000 estadios al oeste de África, lo cual, quizá, permite relacionarlas con las Canarias, que poseen un maravilloso clima eternamente primaveral.

Según la mitología griega, las Hespérides eran las mélides, o ninfas de árboles frutales, que cuidaban un maravilloso jardín en un lejano rincón del occidente, que la tradición situaba cerca de la cordillera del Atlas en el Norte de África al borde del Océano Atlántico, que se supone circundaba el mundo. Según el poeta griego-siciliano Estesícoro, en su poema la Canción de Gerión, y el geógrafo griego Estrabón, en su libro Geografía, las Hespérides estaban en Tartessos, un lugar situado en el sur de la península Ibérica. Tartessos fue el nombre por el que los griegos conocían a la que creyeron primera civilización de Occidente. Posible heredera del Bronce final atlántico, se desarrolló en el triángulo formado por las actuales provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz, en la costa suroeste de la península ibérica, así como en la de Badajoz durante el Bronce tardío y la primera Edad del Hierro. Apolonio de Rodas, por su parte, situaba el jardín cerca del lago Tritón, en Libia. En la época romana, el Jardín de las Hespérides había perdido su lugar en la religión, reduciéndose a una convención poética, forma en la que fue resucitado en la poesía renacentista, para aludir tanto a un jardín como a las ninfas que moraban allí. Normalmente las Hespérides eran tres en número. A veces eran retratadas como las hijas vespertinas de Nix (la Noche). Según otras fuentes eran hijas de Atlas o de Zeus y bien Hésperis o Temis, o de Forcis y Ceto. Eritía (‘la roja’) era una de las Hespérides. Este nombre se aplicaba a la isla cercana a la costa del sur de Hispania que fue la ubicación de la colonia púnica original de Gades, actual Cádiz. Plinio el Viejo dice sobre esta isla de Gades: «En el lado que mira hacia Hispania, a unos 100 pasos de distancia, hay otra isla larga, de unas 3 millas de ancha, sobre la que estuvo la ciudad original de Gades. Por Éforo y Filístides es llamada Eritea, por Timeo y Sileno Afrodisias, y por los nativos la Isla de Juno». La isla era el hogar del gigante Gerión, que fue derrotado por Heracles. El Jardín de las Hespérides es el huerto de Hera en el oeste, donde un único árbol o bien toda una arboleda daban manzanas doradas que proporcionaban la inmortalidad. Los manzanos fueron plantados de las ramas con fruta que Gea había dado a Hera como regalo de su boda con Zeus. A las Hespérides se les encomendó la tarea de cuidar de la arboleda, pero ocasionalmente recolectaban la fruta para sí mismas. Como no confiaba en ellas, Hera también dejó en el jardín un dragón de cien cabezas llamado Ladón como custodio añadido.

Después de que Heracles completase sus primeros diez trabajos, Euristeo le asignó dos más, afirmando que no contaban ni el de la Hidra, porque le había ayudado Yolao, ni el de los establos de Augías, porque fue pagado por él, o porque los ríos hicieron el trabajo. El primero de estos dos trabajos adicionales fue robar las manzanas del Jardín de las Hespérides. Sin saber el camino, el héroe marcha a través de Grecia. En Macedonia encuentra a un bandolero llamado Cicno, hijo de Ares (Marte), al que mata para librar a los viajeros. Heracles capturó primero al anciano del mar, Halios Geron, el dios marino que cambiaba de forma, para saber dónde estaba ubicado dicho jardín. En algunas variantes Heracles conoce, al principio o al final de su trabajo, a Anteo, quien era invencible siempre que estuviese en contacto con su madre, Gea, la Tierra. Heracles lo mató sujetándolo en vilo y aplastándolo con un fuerte abrazo. Heródoto afirma que Heracles se detuvo en Egipto, donde el rey Busiris decidió hacer de él su sacrificio anual, pero Heracles rompió sus cadenas. Llegando finalmente al Jardín de las Hespérides, Heracles engañó a Atlas para que recuperase algunas manzanas de oro, ofreciéndose a sujetar el cielo mientras iba a buscarlas. Al volver, Atlas decidió no aceptar los cielos de vuelta, y en su lugar se ofreció a llevar las manzanas a Euristeo él mismo, pero Heracles volvió a engañarlo aceptando quedarse en su lugar a condición de que Atlas sujetase el cielo un momento para ponerse su capa más cómodamente. Atlas accedió, y entonces Heracles tomó las manzanas y se marchó. Hay otra variante de la historia en la que Heracles era la única persona que robaba las manzanas, además de Perseo, si bien Atenea las devolvía luego a su lugar correcto en el jardín. Eran consideradas por algunas las mismas «manzanas de dicha» que tentaron a Atalanta, frente a la «manzana de la discordia» usada por Eris para provocar un concurso de belleza en el Olimpo, que terminaría dando lugar a la Guerra de Troya. En el Renacimiento, las Hespérides volvieron a su posición destacada, y el propio jardín tomó el nombre de sus ninfas. El poeta y ensayista inglés John Milton mencionó a las «señoras del Hespérides» en El paraíso recobrado, así como también en El paraíso perdido.

Saturno, o Cronos, fue relegado por Zeus a los extremos de la Tierra, lejos del Olimpo, pero todavía reina aquí entre los héroes admitidos, por un insigne privilegio, en las islas de los Bienaventurados, donde «la fertilidad del suelo hace florecer tres veces al año el árbol de los frutos suaves». Los griegos suelen situar las islas de los Bienaventurados, o Paraíso Terrenal, en las regiones hiperboreales, que era una región situada en las tierras septentrionales aún desconocidas, al norte de Tracia. Allí es donde Píndaro, uno de los más célebres poetas líricos de la Grecia clásica, sitúa el antiguo país de los Gorgonas, que eran tres monstruos que se llamaban Esteno, Euríale y Medusa. Las tres eran hijas de las divinidades marinas Forcis y Ceto. Asimismo era considerado el refugio de los Bienaventurados, la región de la felicidad y de la belleza terrenales. Se baraja la posibilidad de un origen celta en esas creencias. Entre celtas encontramos también la idea de una reencarnación de las almas. Según Lucain, poeta latino autor de la Farsalia, los druidas enseñaban que «las almas no bajan a las silenciosas moradas de Erebo, ni al reino subterráneo del tenebroso Plutón, sino que el mismo espíritu anima los cuerpos en otro mundo». Sin embargo, hay que observar que las tradiciones celtas también se valen de lugares maravillosos poblados de seres inmortales, de hombres que han escapado de la necesidad física de envejecer y morir. Los celtas de Gran Bretaña e Irlanda nos describen de esta forma la Gran Ribera, el País de los Vivos, la Llanura de las Delicias, la Isla de los Héroes, o la Tierra de Juventud. Esta región misteriosa, generalmente de límites poco claros, se llama también Iberia, o sea, «occidental», en el sentido etimológico de esta palabra, pues se halla bastante lejos en dirección al Oeste, al otro lado del inmenso océano. Según las leyendas celtas, dos caminos llevaban al Paraíso terrenal. Uno eran las vías subterráneas, cuya entrada se encontraba dentro de ciertas cavernas misteriosas; otro era un itinerario marítimo, de acceso bastante peligroso, para el cual uno tenía que tomar, en puntos determinados de las costas, unos navíos divinos o a veces un caballo marino que conducían los muertos. A este respecto, existen hermosas leyendas irlandesas sobre el País de los Vivos, poblado de radiantes criaturas femeninas, que a intervalos eligen sus esposos de entre los hombres. Ello recuerda mucho los relatos sobre las hadas.

El País de los Vivos designaría una isla o tierra atlántica misteriosa que, según la enseñanza druídica, fue el lugar de origen de los hombres. En la leyenda del manuscrito Echtra Condra Cain, este lugar se identifica con el País del Victorioso, donde no se conoce ni la muerte ni la vejez. En el Echtra Condla Cain, o aventuras de Condla el Hermoso, vemos cómo el rey de Irlanda Condla el Hermoso o el Rojo, que se supone reinó desde el 123 al 157 d. C., se encuentra de súbito ante una mujer extrañamente vestida, cuando se dirigía en compañía de su padre al monte Usnech. Al ser interrogada, la extraña criatura respondió al joven: “Vengo del País de los Vivos donde no conocemos ni la muerte, ni la vejez, ni la infracción de la ley; donde siempre estamos de fiesta, donde practicamos todas las virtudes sin desavenencias. Vivimos en grandes colinas, de donde vienen el nombre de Aes Side (Pueblo de las Colinas)“. Condla acabó por seguir a la mujer en una canoa «de cristal», según una versión de esta tradición. Según otra leyenda, el mago Merlín también habría partido hacia su última morada en una mansión de cristal flotante. En cuanto al rey Arturo, se decía que aún vivía, convertido en inmortal, en una isla y una ciudad «de vidrio», de cristal puro. Según las tradiciones irlandesas, esas islas de Juventud o «islas Verdes», estaban situadas muy lejos, hacia el Oeste, en el Atlántico, allende los grandes mares. En el Ciclo Mitológico de literatura irlandesa temprana, Midir era un hijo del Dagda del Tuatha Dé Danann. Después de que los Tuatha Dé Danann fuesen derrotados por los Milesianos, fue a vivir al sidh de Brí Léith La localidad irlandesa de Bri-Leith se dice haber sido una de las «salidas» por las cuales los dioses de ultramar se comunicaban con la isla de los Gaels. Asimismo, el fondo de ciertos lagos irlandeses pudieron servir, en otro tiempo, de puertas de comunicación entre la superficie terrestre y la morada encantada. La idea de un acceso directo a otro mundo, distinto del nuestro pero igualmente concreto, llegó a ser posterior. Este es uno de los temas favoritos de los escritores que tratan sobre los «universos paralelos», es decir, la existencia de niveles de realidad más o menos distintos del que conocemos, y con los cuales podemos comunicarnos. llegado el caso.
Se piensa también en una idea mucho más antigua, la de la posible comunicación entre nuestro mundo y unos pueblos que viven bajo la superficie del Globo. Agartha es, según los seguidores del esoterismo y los creyentes en la Tierra hueca, un reino legendario ubicado debajo del desierto de Gobi. Julio Verne, en 1864, escribió una misteriosa obra titulada Viaje al centro de la Tierra. Según H.P. Blavatsky, existen diversas razas en Agartha, y los seres que la habitan pueden variar mucho en su aspecto. Por ejemplo, por un lado, los habitantes de Agartha vendrían del continente de Gondwana, ahora desaparecido. Gracias a las mediciones de las mareas realizadas por medio del Candelabro de los Andes, un geoglifo famoso, ubicado en la costa norte de la península de Paracas, en la provincia de Pisco, dentro del departamento de Ica, los habitantes de Gondwana comprendieron que una catástrofe estaba a punto de azotar su tierra, y se refugiaron en inmensas galerías subterráneas, iluminadas por una particular luz que haría brotar las semillas, llevando consigo el bagaje de sus antiguos conocimientos. Lo que sí parece claro es la existencia de un contacto de los antiguos navegantes celtas con la Atlántida o con el continente americano. La curiosa denominación de «País de las Colinas» podría muy bien aplicarse a América del Norte con sus grandes túmulos gigantes llamados precisamente «Colinas» (Moünds),  y cuyo origen continúa siendo misterioso. Las tradiciones galesas también describen la isla de Avalon, el llamado país de las manzanas encantadas, conocidas también en la mitología griega. Se trataría de un lugar maravilloso, en donde reinaba una virgen, que era una gran sacerdotisa, y cuyos habitantes vivían en una especie de sociedad de tipo comunista, en que no conocían ni el dolor, ni la enfermedad, ni la vejez. Los galeses creían que el rey Arturo, refugiado en esa isla de Avalon después de haber conquistado la inmortalidad, volvería de nuevo un día para liberar a su patria del yugo de los sajones, que fueron una confederación de antiguas tribus germánicas vinculados en el plano etno-lingüístico a la rama occidental. Los anglosajones participaron en el asentamiento germánico de Britania durante y después del siglo V. No se sabe cuántos emigraron desde el continente a Gran Bretaña, aunque se hacen estimaciones de un número total de colonos germánicos entre 10.000 y 200.000.

En todas las tradiciones existen leyendas que hablan sobre hombres privilegiados, los héroes, que han podido encontrar por sus propios medios el misterioso y temible camino del Paraíso Terrenal. Pero no se sabe bien si estas leyendas hablan de un lugar físico, que existe en nuestro mundo visible o en los extremos confines de éste, o se trata, p o r el contrario, de otro plano de realidad, situado más allá. Homero, en la Odisea, nos dice: «En cuanto a ti, Menelao, retoño de Júpiter, no está escrito en tu destino morir en Argos (…). Pero los inmortales te enviarán a los Campos Elíseos y a los extremos de la Tierra, allí donde está el fauno Radamanto; allí la vida es más fácil para los hombres. No hay nieve, ni mucho invierno, ni lluvia. Pero siempre el océano envía los soplos de la suave respiración de Céfiro, para refrescar a los hombres, porque Helena es tuya y tú eres yerno de Júpiter». Se dice que el fauno Radamanto era uno de los hijos de la unión de Zeus con Europa. Asimismo era hermano de Minos, rey de Creta. Se dice que había enseñado el manejo del arco al héroe Heracles. Todas las tradiciones de reconquista del paraíso perdido expresan la nostalgia del hombre, que sueña desde siempre en la reconquista de la inmortalidad. Ésta es la razón de que los mitos helénicos y célticos nos describan las maravillas de la isla santa primordial, de la antigua Tule, llamada también por los griegos Elixioia, isla de Cristal, isla de las Manzanas de Oro, etc. Esta isla maravillosa se nos describe como la que contiene la fuente de la inmortalidad, lo cual permite a una minoría heroica recuperar el estado sobrehumano anterior a la caída. Se creía que, superando enormes peligros, los héroes podían llegar a encontrar esta famosa Fuente de Juventud, tan mencionada en la mitología griega, pero que es descrita en casi todos los pueblos. Las versiones orientales de las Novelas de Alejandro cuentan la historia del «agua de la vida», que buscaba Alejandro Magno en compañía de su siervo. El sirviente en esa historia procede de las leyendas de Oriente Medio, de Al-Khidr, una saga que aparece también en el Corán. Las versiones árabe y aljamiada de las Novelas de Alejandro fueron muy populares en España durante y después de la época musulmana y habrían sido conocidas por los exploradores que viajaron hacia América. También se mencionaba la fuente de la juventud en el Libro de las maravillas del mundo, de Juan de Mandeville, y en las obras sobre el Preste Juan.

Se han llevado a cabo numerosas tentativas para encontrar la legendaria Fuente de Juventud a lo largo de la Antigüedad y de la Edad Media. En el siglo XVI todavía se creía en su existencia, como lo muestra el extraño libro de Hubert de Lespine, escrito en 1558 y titulado Descripción de las admirables y maravillosas regiones lejanas y extrañas regiones paganas de Tartaria, y del principado de su soberano Señor, con el viaje y la peregrinación de la Fuente de Vida, llamada también de Juventud. La localización se ubica en Tartaria, o sea, en Asia Central, una región que el esoterismo y el ocultismo contemporáneos pueblan aún de increíbles prodigios. Tartaria o Tartaria Magna es el nombre por el que se conocía en Europa, desde la Edad Media hasta el siglo XX, a una gran extensión de tierra del centro y noroeste de Asia que iba desde el mar Caspio y los montes Urales hasta el océano Pacífico, y que estaba habitada por varios pueblos túrquicos y mongoles, a los que genéricamente se les llamaba «tártaros». Incluía lo que en la actualidad se conoce como Siberia, Turquestán, incluido el Turquestán Oriental, la Gran Mongolia, Manchuria, y, a veces, el Tíbet. Según los historiadores griegos, que habían influido mucho en Alejandro Magno, las Aguas de la Eterna Juventud se hallaban en Asia. Entre las obras que había leído figuraba la que se refería a la historia de Cambises, el hijo del rey Ciro, de Persia, que atravesó Siria, Palestina y el desierto de Sinaí para atacar Egipto. Y después de derrotar a los egipcios, Cambises los trató con gran crueldad y profanó el templo del dios Amón. A continuación se dirigió hacia el Sur y atacó a los etíopes. Al describir esos eventos, el famosos historiador Herodoto escribió un siglo antes de Alejandro: “Los espías de Cambises partieron para Etiopía bajo el pretexto de que llevan presentes para el rey, pero su verdadera misión era anotar todo lo que veían y que especialmente observaran si existía en aquel país aquello que es llamado como la Mesa del Sol”. Los emisarios persas interrogaron al rey etíope sobre la longevidad de su pueblo. Y confirmando los rumores:” El rey los llevó a una fuente donde, después de que se lavaron, notaron que andaban con la piel blanda y lustrosa, como si hubieran tomado un baño de óleo. Y de la fuente emanaba un perfume como de violetas”. Cuando regresaron, los emisarios le dijeron a Cambises que el agua era tan tenue que nada conseguía flotar en ella, ni madera u otras substancias ligeras; en ella todo se hundía. Y Herodoto concluyó: “Si el relato sobre esa fuente es verdadero, entonces sería el uso del agua que de ella vierte que los hace (a los etíopes) tan longevos”.

La leyenda de la Fuente de la Juventud en Etiopía y la profanación del templo de Amón por parte de Cambises influyeron mucho en las aventuras de Alejandro. La importancia de la profanación del templo de Amón estaba relacionada con los crecientes rumores de que el joven rey no era hijo de Filipo, sino fruto de una unión entre su madre, Olimpia, y el dios egipcio Amón. Las tensas relaciones entre Filipo y Olimpia contribuían a reforzar esta sospecha. Y según los relatos en las obras de Calístenes, un faraón egipcio llamado Nectanebo por los griegos, visitó la corte de Filipo. Se dice que era un mago y adivino, y que secretamente sedujo a la reina Olimpia. Y se dice que fue el dios Amón que la visitó disfrazado de Nectanebo. Por esta razón ella habría dado a luz un semidios, hijo del dios cuyo templo Cambises había profanado. Después de derrotar a los persas en Asia Menor, Alejandro se dirigió hacia Egipto. Esperando fuerte oposición de los gobernantes persas en Egipto, se sorprendió al verlo caer en sus manos sin resistencia. Entendió que era un buen presagio y, sin perder tiempo, Alejandro se dirigió a la sede del oráculo de Amón. Según las leyendas, el mismo dios Amón confirmó su parentesco con el joven rey. Al saberlo, los sacerdotes egipcios honraron a Alejandro como su faraón. A partir de entonces en las monedas de su reino se le presentó como Zeus-Amón, ostentando un tocado con dos cuernos. En su calidad de semidios, Alejandro pasó a considerar su deseo de escapar del destino de los mortales como un derecho. Posteriormente Alejandro dirigió sus pasos hacia Karnak, centro religioso del dios Amón. Desde el 3.000 a.C., Karnak era un gran centro religioso, con templos, santuarios y monumentos dedicados a Amón. Una de las más impresionantes edificaciones era el templo mandado construir por la reina Hatshepsut, que vivió unos mil años antes de la época de Alejandro. Esta soberana se decía que era hija de Amón, habiendo nacido de una reina a la que el dios visitó escondido también bajo un disfraz. No se sabe que ocurrió en Karnak, pero en vez de conducir sus tropas en dirección al centro del Imperio Persa, Alejandro escogió una pequeña escolta para que lo acompañaran en una expedición hacia el sur. Todo el mundo creyó que el rey iba a efectuar un viaje de recreo, buscando los placeres del amor. Y los historiadores de la época intentaron explicar su extraño viaje describiendo a la mujer que se suponía era su objeto del deseo. Una mujer “cuya belleza ningún hombre vivo conseguiría elogiar de manera suficiente“. Se llamaba Candace y era la reina de un país al sur de Egipto, el actual Sudán. Al igual que la historia de Salomón y la reina de Saba, esta vez fue el rey el que viajó hacia la tierra de la reina. Pero en realidad el principal objetivo de Alejandro no era la búsqueda del amor, sino conocer el secreto de la inmortalidad.

Después de una agradable estancia, la reina Candace quiso hacerle un presente de despedida y reveló a Alejandro el secreto de la localización de una “maravillosa caverna donde los dioses se congregan“. Siguiendo sus indicaciones, Alejandro encontró el lugar sagrado: “Él entró con algunos pocos soldados y vio una niebla azulada. Los techos brillaban como iluminados por estrellas. Las formas externas de los dioses estaban físicamente manifestadas; una multitud los servía en silencio. De inicio, él (Alejandro) se quedó sorprendido y asustado, pero permaneció allí para ver lo que acontecía, pues avistó algunas figuras reclinadas cuyos ojos brillaron como rayos de luz”. La visión de las enigmáticas figuras reclinadas contuvo Alejandro, ya que no sabía si eran dioses o mortales deificados. Entonces una voz, procedente de una de las figuras, le hizo estremecer: “Saludos, Alejandro, ¿sabes quién soy?”. Alejandro, asustado, respondió: “No, mi señor”. Y la voz añadió: “Soy Sesonchusis, el rey conquistador del mundo, que se unió a las filas de los dioses”. Se supone que Sesonchusis era el Faraón Senusert, también conocido como Sesostris I, que reinó en el Siglo XX a.C. Sorprendentemente, Alejandro había encontrado a la persona que buscaba. Pero a pesar de que Alejandro estaba muy sorprendido, los habitantes de la caverna no parecían impresionados. Era como si hubiesen esperado su llegada. Entonces Alejandro fue invitado a entrar para conocer al “Creador y Supervisor de todo el Universo“. Entró y “vio una niebla brillante como fuego y, sentado en un trono, el dios que una vez había visto siendo adorado por los hombres de Rokôtide, el Señor Serapis“. Alejandro aprovechó la oportunidad para hablar del asunto de su longevidad: “Señor, ¿cuántos años viviré?” No hubo respuesta y Sesonchusis intentó consolar a Alejandro, pues el silencio del dios era suficientemente elocuente. Sesonchusis le contó que, a pesar de haberse unido a las filas de los dioses, “no tuve tanta suerte como tú, ya que nadie se acuerda de mi nombre aunque haya conquistado el mundo entero y subyugado tantos pueblos. Pero tú poseerás gran fama y tendrás un nombre inmortal aún después de la muerte“. Y terminó confortando a Alejandro con las siguientes palabras: “vivirás al morir, y así no morirás“, queriendo decir que sería inmortalizado en la Historia. Alejandro abandonó las cavernas deprimido y continuó su viaje para buscar consejos de otros sabios, en busca de la consecución de su objetivo de escapar al destino de un mortal y de poder seguir los pasos de otros que, antes que él, habían tenido éxito al unirse a los dioses inmortales. Entre aquellos que Alejandro buscaba, y que finalmente encontró, estaba Enoc, el patriarca bíblico de los tiempos anteriores al Diluvio y bisabuelo de Noé. El encuentro se produjo en un lugar montañoso “donde está situado el Paraíso, la Tierra de los Vivos“, el lugar “en donde viven los santos“.

En lo alto de una montaña vio una estructura brillante, de la que se elevaba hacia el cielo una inmensa escalera construida con 2.500 losas de oro. En una enorme caverna Alejandro encontró  estatuas de oro, cada una en su propio nicho, un altar de oro y dos inmensos recipientes de oro, de unos 20 metros de altura. “Sobre un diván próximo se veía la forma reclinada de un hombre envuelto en una colcha bordada con oro y piedras preciosas y, por encima de él, estaban las ramas de una vid hecha de oro, cuyos racimos de uva estaban formados por joyas”. Allí había un hombre, que se identificó como Enoc, y que le dijo: “No sondees los misterios de Dios“. Atendiendo al aviso, Alejandro se marchó para juntarse a sus tropas, pero no antes de recibir como presente de despedida un racimo de uvas que, milagrosamente, alimentó a todo su ejército. En otra versión de la misma historia, Alejandro encontró a dos personajes, el patriarca Enoc y el profeta Elías, que, según las tradiciones bíblicas, jamás murieron. Este acontecimiento ocurrió cuando el rey atravesaba un desierto. Súbitamente su caballo y él fueron tomados por un “espíritu” (¿??) que los transportó a un centelleante tabernáculo (caseta o santuario), donde Alejandro vio a dos hombres. Sus rostros brillaban, sus dientes eran más blancos que leche y sus ojos tenían el fulgor de la estrella matutina. Tenían “gran estatura y buena apariencia“. Después de identificarse, le dijeron que “Dios los escondió de la muerte“. También le explicaron que aquel lugar era la “Ciudad del Granero de la Vida“, de donde brotaba la “cristalina Agua de la Vida“. Pero, antes de que Alejandro descubriera más o consiguiera beber el agua, un “carro de fuego” lo arrebató de allí y se encontró de nuevo entre sus tropas. Según la tradición musulmana, mil años después, también el profeta Mahoma fue llevado hacia el cielo montado en su caballo blanco. ¿Debemos considerar el episodio de la caverna de los dioses y otras de las historias sobre Alejandro como pura ficción o estarían basados en hechos históricos? ¿Existió realmente una reina Candace, una ciudad real llamada Shamar o un conquistador como Sesonchusis?
Hasta muy recientemente esos nombres eran prácticamente desconocidos para los arqueólogos e historiadores. No se sabía si habían formado parte de la realeza egipcia o de una mítica región de África. Los jeroglíficos, en un principio indescifrables, sólo confirmaban la existencia de enigmas que tal vez no pudiesen ser desvelados. Y los relatos de la Antigüedad, transmitidos por griegos y romanos, se convirtieron en oscuras leyendas. Los monumentos nubios muestran un gobernante recibiendo el Fruto de la Vida, bajo la forma de datileras, de las manos de un “Dios Brillante“. Los registros egipcios hablan de un gran faraón que, a inicios del segundo milenio a.C., fue un gran conquistador. Su nombre era Senusret y veneraba al dios Amón. Los historiadores griegos le atribuyen la conquista de Libia, Arabia, Etiopía, las islas del mar Rojo y grandes partes de Asia, penetrando más al Este de lo que posteriormente hicieron los persas. Él también habría invadido Europa a partir de Asia Menor. Heródoto describió los grandes hechos de ese faraón, a quien llama Sesóstris, indicando que erigía pilares conmemorativos en todos los lugares por los que pasaba: “los pilares que él erigió aún son visibles“. Cuando Alejandro vio el pilar junto al lago, tuvo la confirmación de lo que el historiador griego había registrado la historia de Sesonchusis. Su nombre egipcio significa “Aquellos cuyos nacimientos viven“. Y, por ser un faraón de Egipto, tenía todo el derecho de ir a reunirse con los dioses y vivir para siempre. En la búsqueda del Agua de la Vida era importante tener la seguridad de que la exploración no sería en vano, como les había sucedido a otros en el pasado. Además, si el agua procedía de un paraíso perdido, si encontraba a los que habían estado en él, sería un medio para descubrir cómo llegar hasta él. Por esta razón Alejandro intentó encontrar a los Antepasados Inmortales. Si realmente los encontró no es lo más relevante. Lo importante es que en los siglos que precedieron a la era cristiana, Alejandro y sus historiadores creían que esos Antepasados Inmortales realmente existían y que en tiempos remotos los hombres podían hacerse inmortales si los dioses lo permitían. Los historiadores de Alejandro cuentan varios relatos en que el joven rey se encontró con Sesonchusis, Elías y Enoc. No se ha encontrado ninguna descripción de cómo Sesonchusis se volvió inmortal. Lo mismo es válido para Elías, el compañero de Enoc en el Templo Brillante, según una de las versiones de la leyenda de Alejandro.

Volviendo al tema del Paraíso Terrenal, su localización, tanto en la tradición helénica como céltica, se situaría en los extremos occidentales de la Tierra. Ante esta descripción, ¿cómo es qué es tan difícil dar con él? Se dice que grandes peligros acechan al viajero temerario. En los inicios de la era cristiana se creía todavía que el Paraíso Terrenal estaba separado del mundo habitable y estaba rodeado de una infranqueable muralla de fuego. Y esta fantástica creencia persistirá durante siglos. Pero se creía que unos pocos privilegiados habían logrado vencer los terribles peligros del viaje hacia el Paraíso Terrenal. Una crónica española, titulada Historia de la vida del bienaventurado San Arano, cuenta los intrépidos viajes de ese santo hasta el legendario Paraíso Terrenal, Para llegar a él, San Arano atraviesa mares congelados de inmensa extensión, recibe avisos misteriosos y, por último, llega ante un magnífico palacio situado a la entrada del Paraíso, pero sin poder penetrar en el jardín de las delicias eternas. Esta historia de San Arano me lleva a una asombrosa historia del vicealmirante de los Estados Unidos Richard E. Byrd, que nos relata cómo durante su vuelo por el Polo Sur entró en el interior de la Tierra, sobrevolando lagos y ríos cristalinos, tierras llenas de vegetación donde pastaban toda clase de animales, bajo un sol tibio y dulce. Su experiencia es probablemente una de las más grandes expediciones de la historia humana, pero también la más censurada. Al referirse a uno de los Polos, Byrd dijo: “Aquel continente encantado en el cielo, tierra de perenne misterio“. El vicealmirante Richard E. Byrd fue un distinguido aviador y pionero en la exploración polar. Sobrevoló el Polo Norte el 9 de mayo de 1926 y dirigió numerosas expediciones a la Antártida, incluyendo un vuelo sobre el Polo Sur el 29 de noviembre de 1929. En 1947 se encontraba sobrevolando el Polo Norte en una de sus exploraciones, cuando al llegar al corazón del Ártico se vio envuelto en un extraño suceso. La misión que estaba realizando debió ser clasificada de alto secreto, ya que oficialmente se suponía que en este momento se encontraba en la Antártida llevando a cabo la “Operación Highjump” para la Armada norteamericana. Durante su cuarta expedición escribió sus experiencias en su diario de a bordo, que parecen registrar un contacto con una misteriosa civilización que residiría en el interior de la Tierra.

En el diario del vicealmirante Richard E. Byrd podemos leer: “Debo escribir este diario a escondidas y en absoluto secreto. Se refiere a mi vuelo Ártico del 19 de febrero del año 1947. Vendrá un tiempo en el que la racionalidad de los hombres deberá disolverse en la nada y entonces se deberá aceptar la inevitabilidad de la Verdad. Yo no tengo la libertad de divulgar la documentación que sigue, quizás nunca verá la luz, pero debo, de cualquier forma, hacer mi deber y relatarla aquí con la esperanza de que un día todos puedan leerla, en un mundo en el que el egoísmo y la avidez de ciertos hombres ya no podrán suprimir la Verdad. Extensiones de hielo y nieve bajo nosotros, vistas coloraciones amarillentas con dibujos lineales. Alterada la ruta para un mejor examen de estas configuraciones coloreadas, también vistas coloraciones violáceas y rosadas. Tanto la brújula magnética como la aguja giroscópica comienzan a girar y a oscilar, no nos es posible mantener nuestra ruta con los instrumentos. Señalamos la dirección con la brújula solar, todo parece aún en orden. Los controles parecen lentos en la respuesta y en el funcionamiento, pero no hay indicación de congelamiento29 minutos de vuelo transcurridos desde el primer avistamiento de los montes, no se trata de una alucinación. Es una pequeña cadena de montañas que nunca habíamos visto antes. Además de las montañas hay algo que parece ser un valle con un pequeño río o riachuelo que discurre hacía la parte central. ¡No debería haber ningún valle verde aquí abajo!. ¡Hay algo decididamente extraño y anormal aquí! ¡Deberíamos sobrevolar sólo hielo y nieve! A la izquierda hay grandes bosques en las laderas de los montes. Nuestros instrumentos de navegación todavía giran como enloquecidos. Altero la altitud a 1400 pies y efectúo un giro completo a izquierda para examinar mejor el valle que está debajo. Es verde con musgo e hierba muy tupida. La luz aquí parece diferente. No soy capaz de ver el Sol. Damos otro giro a la izquierda y avistamos algo que parece ser algún tipo de gran animal. ¡Se parece a un elefante! ¡¡¡NO!!!. ¡Parece ser un mamut!. ¡Es increíble! ¡Sin embargo es así!. Descendemos a cota 1000 pies y uso un prismático para examinar mejor al animal. Está confirmado, se trata de un animal semejante al mamut. Encontramos otras colinas verdes. El indicador de la temperatura exterior marca 24º centígrados. Ahora seguimos sobre nuestra ruta. Los instrumentos de a bordo, ahora parecen normales. Quedo perplejo ante sus reacciones. Intento contactar el campo base. La radio no funciona”.

Y Bird sigue explicando: “El paisaje circundante parece nivelado y normal. Delante de nosotros avistamos aquello que parece ser ¡¡¡una ciudad!!!. ¡Es imposible!. El avión parece ligero y extrañamente flotante. ¡Los controles se niegan a responder!. ¡Dios mío!. A nuestra derecha y a nuestra izquierda hay aparatos de extraño tipo. Se aproximan y algo irradia de ellos. Ahora están bastante cerca para ver sus insignias. Es un símbolo extraño. ¿Dónde estamos?. ¿Qué ha sucedido?. Otra vez tiro decididamente de los mandos. ¡No responden! Estamos atrapados firmemente por una especie de invisible cepo de acero. ¡Nuestra radio grazna y llega una voz que habla en inglés con acento que parece decididamente nórdico o alemán! El mensaje es: – Bienvenido a nuestro territorio, Almirante. Os haremos aterrizar exactamente dentro de siete minutos. Relajaros, Almirante, estáis en buenas manos -. Me doy cuenta de que los motores de nuestro avión están apagados. El aparato está bajo un extraño control y ahora funciona sóloRecibimos otro mensaje de radio. Estamos iniciando la maniobra de aterrizaje y en breve el avión vibra ligeramente comenzando a descender como sostenido por un enorme e invisible ascensor. Algunos hombres se están aproximando a pie al avión. Son altos y tienen el pelo rubio. A lo lejos hay una gran ciudad destellante, vibrante con los colores del arco iris. No sé lo que sucederá ahora, pero no veo trazas de armas sobre los que se aproximan. Ahora oigo una voz que me ordena, llamándome por mi nombre, de abrir la puerta. Ejecuto“.

Después de estos apuntes, obtenidos del diario de a bordo, el vicealmirante Bird anota lo que sucede: “De este punto en adelante escribo los acontecimientos que siguen, volviéndolos a llamar a la memoria. Esto asienta la imaginación y parecería una locura sino hubiese acaecido verdaderamente. El técnico y yo fuimos sacados del avión y acogidos cordialmente. Luego fuimos embarcados sobre un pequeño medio de transporte semejante a una plataforma pero sin ruedas. Nos condujo hacia la ciudad destellante con extrema celeridad. Mientras nos aproximábamos, la ciudad parecía hecha de cristal. Alcanzamos en poco tiempo un gran edificio, de un estilo que nunca antes había visto. ¡Parecía haber salido de los diseños de Frank Lloyd Wright, o quizás más precisamente de una escena de Buck Rogers! Nos ofrecieron un tipo de bebida caliente de algo que nunca había saboreado. Era deliciosa. Después de unos 10 minutos, dos de nuestros sorprendentes anfitriones vinieron a nuestro alojamiento, invitándome a seguirlos. No tenía otra elección que obedecer. Dejé a mi técnico de radio y caminamos un poco hasta entrar en aquello que parecía ser un ascensor. Descendimos durante unos instantes, el ascensor se paró y la puerta se deslizó hacia arriba silenciosamente. Proseguimos luego por un largo corredor iluminado por una luz rosa que parecía emanar de las mismas paredes. Uno de los seres hizo señal de pararnos ante una gran puerta. Encima de esta había una inscripción que yo no estaba en grado de leer. La gran puerta se deslizó sin ruido y fui invitado a entrar. Uno de los anfitriones dijo: – No tenga miedo, Almirante, vais a tener un coloquio con el Maestro. – Entré y mis ojos se adecuaron lentamente a la maravillosa coloración que parecía llenar completamente la estancia. Entonces comencé a ver aquello que me rodeaba. Aquello que se mostró a mis ojos era la vista más sorprendente de toda mi vida. En efecto, era demasiado magnífica para poder ser descrita. Era deliciosa. No creo que existan términos humanos capaces de describirla, en cada detalle, con justicia. Mis pensamientos fueron interrumpidos dulcemente por una voz cálida y melodiosa: ‘Le doy la bienvenida a nuestro territorio, Almirante’. Vi un hombre de facciones delicadas y con las señales de la edad sobre su rostro. Estaba sentado en una mesa grande. Me invitó a sentarme en una de las sillas“.
Y Bird continúa explicando: “Después de sentarme, unió la punta de sus dedos y sonrió. Habló de nuevo dulcemente y dijo cuanto sigue: – Lo hemos dejado entrar aquí porque usted es de carácter noble y bien conocido en el mundo de superficie, Almirante-. ¡Mundo de superficie! ¡Casi me quedé sin aliento! Sí. – recalcó el Maestro con una sonrisa – Usted se encuentra en el territorio de los Arianos, el Mundo sumergido de la Tierra. No retardaremos mucho su misión y seréis acompañados de vuelta sobre la superficie y además sin peligro. Pero ahora, Almirante, le diré el motivo de su convocación aquí. Nuestro interés comenzó exactamente inmediatamente después de la explosión de la primera bomba atómica por parte de vuestra raza sobre Hiroshima y Nagashaki, en Japón. Fue en aquel momento inquietante cuando expedimos sobre vuestro mundo de superficie nuestros medios voladores, los Flugelrads, para investigar sobre aquello que vuestra raza había hecho. Esta es, obviamente, historia pasada, Almirante, pero permítame seguir. Vea, nosotros nunca antes habíamos interferido en las guerras y en la barbarie de vuestra raza, pero ahora debemos hacerlo en cuanto vosotros habéis aprendido a manipular un tipo de energía, la atómica, que no está hecha para el hombre. Nuestros emisarios ya han entregado mensajes a las potencias de vuestro mundo y sin embargo estas no los atienden. Ahora usted ha sido elegido para ser testigo de que nuestro mundo existe. Vea, nuestra cultura y nuestra ciencia están miles de años por delante de las vuestras, Almirante. Lo interrumpí: ¡Pero todo esto que tiene que ver conmigo, Señor!. Los ojos del Maestro parecían penetrar de forma profunda en mi mente y después de haberme estudiado un momento, contestó: Vuestra raza ha alcanzado el punto de no retorno, porque hay algunos entre vosotros, que destruirían todo vuestro mundo antes que renunciar al poder, así como lo conocen. Asentí y el Maestro continuó: ‘Desde 1945 en adelante, hemos intentado entrar en contacto con vuestra raza pero nuestros esfuerzos han sido acogidos con hostilidad: se hizo fuego contra nuestro Flugelrads. Hasta fueron seguidos con maldad y animosidad por vuestros aviones de combate. Así ahora, hijo mío, le digo que hay una gran tempestad en el horizonte para vuestro mundo, una furia negra que no se extinguirá durante varios años. No habrá defensa con vuestras armas, no habrá seguridad en vuestra ciencia. Asolará hasta que cada flor de vuestra cultura haya sido pisoteada y todas las cosas humanas sean dispersadas en el caos. La reciente guerra ha sido solamente un preludio a cuanto todavía debe advenir a vuestra raza“.

Y Bird siguió relatando: “El Maestro añadió: Nosotros, aquí podemos verlo más claramente a cada hora… ¿Cree que me equivoco? No – contesté – ya ha sucedido una vez en el pasado; llegaron los años oscuros y duraron 500 años. ¡Sí, hijo mío – replicó el Maestro – los años oscuros que llegarán ahora para vuestra raza, cubrirán la Tierra con un paño mortuorio, pero creo que alguno entre vosotros sobrevivirá a la tempestad, más que esto no sé!. Nosotros vemos en un futuro lejano emerger de nuevo de las ruinas de vuestra raza, un mundo nuevo en busca de sus legendarios tesoros perdidos y estos estarán aquí, hijo mío, al seguro en nuestro poder. Cuando llegará el momento apareceremos para ayudar a vivir vuestra cultura y vuestra raza. Quizás, para entonces, habréis aprendido la futilidad de la guerra y de su lucha… y después de aquel momento una parte de vuestra cultura y ciencia os serán restituidas para que vuestra raza pueda recomenzar. Usted, hijo mío, debe volver al Mundo de la Superficie con este mensaje. Con estas palabras decisivas, nuestro encuentro parecía llegar a término. Por un momento me pareció vivir un sueño… y, sin embargo sabía que aquella era la realidad y por alguna extraña razón me incliné levemente, no sé si por respeto o humildad. De improviso me di cuenta de que los dos fantásticos anfitriones que me habían conducido aquí, estaban de nuevo a mi lado. Por aquí, Almirante, me indicó uno de Ellos. Me giré una vez más antes de salir y miré al Maestro. Una dulce sonrisa estaba impresa en su anciano y delicado rostro. Adiós, hijo mío, me dijo e hizo un gesto suave con su grácil mano, un gesto de paz y nuestro encuentro llegó definitivamente a su fin. Salimos rápidamente de la estancia del Maestro por la gran puerta y entramos otra vez en el ascensor. La puerta descendió silenciosamente y nos movimos inmediatamente hacía lo alto. Uno de mis anfitriones habló de nuevo: Ahora debemos apresurarnos, Almirante, en cuanto el Maestro no desea retardar más vuestro programa previsto y debéis volver a vuestra raza con su mensaje. No dije nada, todo esto era casi inconcebible y, una vez más mis pensamientos se interrumpieron apenas nos paramos. Entré en la estancia y estuve de nuevo con mi técnico de radio. Tenía una expresión ansiosa sobre su rostro. Acercándome dije: Todo está bien, Howie, todo está bien“.

El relato continúa: “Los dos seres nos señalaron el medio en espera, salimos y pronto alcanzamos nuestro avión. Los motores estaban al mínimo y nos embarcamos inmediatamente. La atmósfera estaba cargada de un cierto aire de urgencia. Cuando la puerta estuvo cerrada, el avión fue inmediatamente transportado a lo alto por aquella fuerza invisible hasta que alcanzamos los 2.700 pies. Dos de los medios aéreos estaban a nuestros flancos a una cierta distancia, haciéndonos planear a lo largo de la vía del retorno. Debo remarcar que el indicador de velocidad no indicaba nada, sin embargo nos estábamos moviendo muy rápidamente. Recibimos un mensaje de radio: Ahora os dejamos, Almirante, vuestros controles están libres. Miramos por un instante los Flugelrads, hasta que desaparecieron en el cielo azul pálido. El avión pareció de improviso capturado por una corriente ascensional. Tomamos inmediatamente el control. No hablamos durante un rato, cada uno de nosotros estaba inmerso en sus propios pensamientos. Sobrevolamos nuevamente extensiones de cielo y nieve, a unos 27 minutos del campo base. Enviamos un mensaje radio, nos contestan. Tenemos condiciones normales. Del campo base expresan alivio por haber establecido nuevamente el contacto. Aterrizamos suavemente en el campo base. Tengo una misión que cumplir. 11 de marzo de 1947. He tenido, apenas, un encuentro de Estado Mayor en el Pentágono. He relatado enteramente mi descubrimiento y el mensaje del Maestro. Todo ha sido debidamente registrado. El Presidente ha sido puesto al corriente. Me retienen algunas horas (exactamente 6 horas y 39 minutos). Soy cuidadosamente interrogado por las Top Security Forces y por un equipo médico. ¡¡¡Es un tormento!!!. Me ponen bajo estrecho control de los medios de Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América. Me recuerdan que soy un militar y que, por consiguiente, debo obedecer las órdenes“. La última anotación fue el 30 de diciembre de 1956: “Estos últimos años transcurridos desde el 1947 hasta hoy, no han sido buenos. He aquí, pues, mi última anotación en este singular diario. Concluyendo, debo afirmar que debidamente he mantenido secreto este argumento como se me ordenó, durante todos estos años. He hecho esto contra todo principio mío de integridad moral. Ahora siento aproximarse la gran noche y este secreto no morirá conmigo, sino como toda verdad, triunfará. Esta es la única esperanza para el género humano. ¡He visto la verdad y esta ha revigorizado mi espíritu donándome la libertad! He hecho mi deber con relación al monstruoso complejo industrial militar. Ahora la larga noche comienza a aproximarse, pero habrá un epílogo. Como la larga noche del Antártico termina, así el sol brillante de la verdad surgirá de nuevo y aquellos que pertenecen a las tinieblas perecerán a su luz. Porque yo he visto ‘Aquella Tierra más allá del Polo, aquel Centro del Gran Desconocido'”.

Aquí termina el sorprendente relato del Almirante Byrd. Todavía podemos leer las emocionantes declaraciones en la prensa después de las expediciones de Byrd, declarando el descubrimiento de nuevas tierras. Luego tales declaraciones se desvanecieron rápidamente. Los medios de comunicación dejaron de hablar de Byrd y su tierra de maravillas, y la gente se olvidó de él. ¿Descubrió realmente Byrd una avanzada civilización en el interior de nuestro planeta? Volviendo a los relatos medievales, tenemos uno muy poético, del monje de Evesham, Inglaterra en el 1196, en que explica que, en compañía de San Nicolás en persona, visitó el purgatorio, el infierno y el paraíso. Pero la más célebre de estas crónicas es la de los viajes de San Brandán, de San Malo y de sus compañeros, todos ellos monjes irlandeses. San Brandán el Navegante (484 – 578 d.C.) fue uno de los grandes monjes evangelizadores irlandeses del siglo VI. Abad del monasterio de Clonfert (Galway, Irlanda) que fundó en el 558 ó 564 d.C., fue protagonista de uno de los relatos de viajes medievales más famosos de la cultura gaélica medieval, relatado en la Navigatio Sancti Brandani, una obra que fue redactada en torno a los siglos X-XI. En el año 565 d.C., San Brandán y sus compañeros habrían desembarcado hacia el oeste de las Islas Británicas, en una isla fabulosa en la que se encontraba la entrada del Paraíso Terrenal. Pero antes de llegar a éste sufrieron grandes y extrañas peripecias. Entre estas extrañas experiencias podemos indicar que San Brandán y sus compañeros, en el curso de sus peregrinaciones, encontraron una isla «de un cristal muy puro, tan transparente que distinguían el altar a través de ella». En el interior, la luz solar se esparcía con toda libertad como si no hubiera ninguna pared. Se trataba, tal vez, de un iceberg, pero: «Ellos vieron sobre el altar un cáliz de oro y una patena de oro que destellaban al Sol. Jamás sacerdote alguno puso sobre su cabeza casulla tan resplandeciente, pues al hacer el oficio aparecía, por efecto de la Gracia Divina, todo vestido de arco iris». Pero San Brandán conseguirá alcanzar una isla rodeada de un muro de oro transparente como el vidrio y brillante como un espejo.

Según la Navigatio Sancti Brandani, Brandán tuvo noticia de la legendaria Tierra de Promisión a través del relato de Barinto, un monje que ya había visitado aquel lugar. Barinto, entre lágrimas, le cuenta que Mernoc, quizá su propio hijo, había partido hacia Islandia o la isla de San Ailbeo a hacer penitencia. Barinto teme que no pueda regresar, pues las aguas ya no tardarán en congelarse, y solicita a Brandán que vaya en su busca. Brandán decidió construir un curragh, un tipo de bote irlandés, y partir hacia Occidente en compañía de catorce monjes. A ellos se sumarían luego otros tres que acabarán siendo fuente de conflictos. Brandán y sus compañeros vagaron durante siete años por el océano, encontrando islas maravillosas, monstruos marinos y la tierra donde habitan los condenados, para alcanzar finalmente el paraíso de los bienaventurados. En su navegación arribaron primero a la isla del castillo deshabitado, en la que fueron recibidos por un perro que los guió hasta una villa despoblada. Allí permanecieron durante tres días, encontrando siempre comida preparada para ellos, aun cuando fueron incapaces de ver a una sola persona, excepto un diablo etíope. Uno de los recién llegados murió tras admitir haber robado. Luego llegan a una isla con un joven que les trae pan y agua. Las siguientes estaciones fueron la isla de las ovejas, que se ha querido identificar con las islas Feroe, donde pasan la Semana Santa, y la isla-pez, que posteriormente sería conocida como Isla de San Brandán: Era una ínsula completamente desprovista de vegetación en la que Brandán celebra la misa de Pascua. Tras la celebración decidieron encender una hoguera para calentarse y cuando se sentaron en torno al fuego se estremecieron al comprobar cómo la isla comenzó a moverse. Se dirigieron rápidamente a su barco y se alejaron precipitadamente de ella.
Se trataba, en realidad, del pez gigante llamado Jasconius. La siguiente etapa del viaje transcurrió en el Paradisus Avium (Paraíso de los pájaros), habitada por pájaros de todo tipo que se unieron a los monjes en sus oraciones. Uno de ellos confesará al santo que los pájaros habitantes de la isla son ángeles que se mantuvieron neutrales en el enfrentamiento entre el arcángel San Miguel y Lucifer. Vueltos a la mar, navegaron durante tres meses hasta que, exhaustos, alcanzaron la isla de Ailbe habitada por monjes que habían realizado un estricto voto de silencio y que habían residido allí durante ochenta años, sin padecer enfermedad o desgracia alguna. El viaje continúa, retornando a algunas de las islas por las que ya han pasado, hasta alcanzar una isla con tres anacoretas, donde se pierde el segundo de los monjes advenedizos. Luego visitan la isla de las uvas, donde obtienen el vino necesario para la consagración. Retornan a Ailbe para pasar la Navidad. Tras el abandono de este lugar llegó la prueba más terrible, que tuvieron que afrontar San Brandán y sus compañeros. Se trataba del paso del infierno. Monstruos sin número se acercaron a la nave escupiendo enormes ráfagas de fuego. Los monjes reemprendieron el rumbo a toda prisa pero no pudieron evitar que el tercero de los frailes advenedizos fuera devorado por una de esas criaturas. Su viaje prosiguió, y la siguiente etapa tuvo lugar junto a un enorme pilar de cristal que tardaron casi tres días en bordear, a través de un mar lleno de niebla. Finalmente alcanzaron la frontera de la Tierra Prometida, donde fueron recibidos por un anacoreta, San Pablo el Ermitaño que había vivido en su isla sesenta años. Por fin, tras volverse a encontrar con Jasconius, encuentran la isla del Paraíso, de la que el relato no hace ninguna descripción y regresaron a Irlanda, lugar donde Brandán murió poco después de su llegada. La leyenda de San Brandán y su viaje al paraíso influirá sobre otros relatos hagiográficos difundidos por toda Europa occidental, como las narraciones viajeras de Saint-Malo en Bretaña o San Amaro en España. Los intentos de localizar la ubicación de las islas visitadas por Brandán comenzaron ya en el siglo XII, con Honorio de Autun, quien hablaba de una isla situada en el océano Atlántico llamada Perdida, a la que habría llegado Brandán, pero que si se la buscaba no se encontraba.

La era de los grandes descubrimientos de la época moderna coincidirá con los sueños en una reconquista del Edén perdido. Cristóbal Colón mismo, según el profesor Sten Bodvar Liljegren (1885 – 1984), de la Universidad de Upsala, en Suecia, habría buscado también, según antiguas tradiciones cabalísticas, el Paraíso perdido, la supuesta fuente gloriosa de las primeras civilizaciones. Pero podemos preguntarnos si las tradiciones de viajes efectuados al «Paraíso Terrenal» no pueden explicarse por antiguos recuerdos de alguna región geográfica determinada. El antiguo Paraíso Terrenal pudo haber sido localizado en distintas partes de nuestro Globo. Juan Bautista Erro y Azpiroz (1773 – 1854) fue un político, hacendista y arqueólogo español. Como ministro del Infante Don Carlos, fue el responsable de la insistencia de los carlistas en sitiar Bilbao en 1836. En un trabajo publicado en Madrid, en 1815, Juan Bautista de Erro intentó demostrar que la lengua que Adán hablaba en el Paraíso Terrenal no era otra, nada menos, que la lengua vasca. No hay nada de imposible en que los navegantes antiguos y medievales hayan contribuido, mediante sus relatos, a fomentar esas tradiciones sobre el Paraíso Terrenal. Los galeses, por ejemplo, poblaban de prestigiosos descubrimientos el extremo opuesto del Océano Atlántico que bañaba sus riberas. Y allí es donde situaban el paradisíaco País de los Sids, en que se encontraba la Fuente de Juventud. Ello indica grandes viajes marítimos hacia América. Las tradiciones galesas hablan, en efecto, de las islas verdes de las corrientes, en que se supone hacían referencia a la Corriente del Golfo. Incluso después de su redescubrimiento por parte de Colón, el Nuevo Mundo continuará durante mucho tiempo poblado de prodigios increíbles. Se buscará allí la Fuente de Juventud, el Eldorado, etc. Es evidente que las antiguas tradiciones y leyendas sobre países misteriosos indican viajes reales, incluso de remotos acontecimientos humanos a escala mundial, y especialmente de grandes migraciones que se remontan a la época prehistórica. Harold Preece, en La véritable mission de Christopher Colomb, nos dice: «Las tribus humanas han estado eternamente en movimiento por toda la superficie del Globo y los grupos que partieron hacia alguna tierra distante de Canaan, siempre comprobaron que otros les habían precedido».

Tal vez las islas Afortunadas pueden haber sido las Antillas, que los navegantes griegos y fenicios parecen haber conocido desde la Antigüedad. En cuanto a los navegantes irlandeses, parece que conocieron, desde los primeros siglos de nuestra era, las Antillas, el Canadá, México, así como el Perú. Existe una multitud de elementos geográficamente ciertos en los relatos que nos ilustran al monje navegante San Brandán y a sus infatigables compañeros llegando a una isla donde pacen «ovejas todas blancas y gordas como bueyes». Supuestamente se trataría de las llamas de los Andes. También tenemos «la isla de los pájaros» y, además, una isla vecina. Se trataría de la misteriosa «isla de San Brandán», tan buscada sin éxito por numerosos navegantes y que, no obstante, figurará sorprendentemente en la mayor parte de los atlas y cosmografías del siglo XIV al XVIII. Tal vez se tratara de una región occidental de América, poco determinada. En cambio, se puede ser preciso con los descubrimientos realizados por el mismo San Brandán en las regiones árticas. Parece evidente que descubrió la alucinante isla Jan Mayen y su enorme volcán abrupto, el Beerenberg, que estaba entonces en plena erupción. Jan Mayen es una pequeña isla volcánica de 377 km² de superficie, situada a medio camino entre el océano Ártico y el Atlántico norte, parcialmente cubierta por glaciares y dividida en dos partes por un estrecho istmo. Se encuentra en el mar de Noruega y marca su límite con el mar de Groenlandia; al norte de Islandia entre Groenlandia y Noruega. El descubrimiento de Jan Mayen aún es motivo de controversia. El monje irlandés San Brandán relató que en el siglo XVI, durante el transcurso de uno de sus viajes, se aproximó a una isla negra que escupía fuego y producía un ruido ensordecedor. Pensando haber llegado a las puertas del infierno, no desembarcó. Jan Mayen es una isla volcánica, y es posible que la descubriera durante alguna de sus erupciones, pero no existe prueba alguna de ello. Igualmente es posible que los vikingos conocieran la existencia de Jan Mayen, ya que estuvieron presentes en Noruega, las islas Feroe, Islandia y Groenlandia. Jan Mayen fue descubierta con certeza a principios del siglo XVII por balleneros holandeses e ingleses en busca de nuevas zonas de pesca. Durante muchos siglos ha habido una gran fascinación de muchos europeos por las regiones nórdicas, que permanecieron desconocidas durante milenios. Hasta las regiones de Alemania y de los Países Bajos actuales eran, durante la Antigüedad clásica, todavía muy misteriosas, y se hablaba de fenómenos extraños.

Charles Joseph de Grave (1736 – 1805), político, escritor y arqueólogo belga, escribió un curioso libro, República de los Campos Elíseos, obra en la que se demuestra, básicamente, que los Campos Elíseos y el Infierno de los Antiguos son el nombre de una antigua República de hombres justos y virtuosos, situada en el extremo septentrional de la Galia y, sobre todo, en las islas del Bajo Rin. Este supuesto Infierno fue el primer santuario en la Iniciación a los Misterios y parece que el legendario Ulises fue iniciado allí. Cuando se pasa a las regiones de la antigua Hiperbórea, como Escandinavia, Islandia, Laponia o Groenlandia, el viajero actual se maravilla ante los fenómenos extraños y espléndidos como las auroras boreales y el sol de medianoche, que pueden observarse en esos lugares. Es lógico imaginar la impresión que debieron causar tales fenómenos en los primeros descubridores venidos de países más meridionales. Pero existen ciertas leyendas que describen misteriosos países desconocidos y que parecen realmente situados fuera de la superficie terrestre, tal como la conocemos. Tal vez se trataría de “universos paralelos”. Según ciertas tradiciones, la parte del mar del Norte situada completamente al norte de Escocia, entre ese país e Islandia, sería un lugar mágico, en el cual el navegante podría perderse en misteriosas extensiones. Una de estas leyendas habla de los selkies, que son unas criaturas mitológicas de las Islas Feroe, Islandia, Irlanda y Escocia. Con la apariencia de una foca, los selkies pueden transformarse en mujeres u hombres de belleza irresistible y maneras seductoras. Una vez trasformados, ocultan su piel de foca cerca del mar, entre las rocas. La leyenda cuenta que si algún humano encuentra la piel de foca, puede desposar al selkie. Si la criatura acepta, su pareja es entonces quien ha de esconder muy bien la piel ya que si el/la selkie llegara a encontrarla, debe regresar al mar.

Hay tradiciones que hablan de lugares, como Islandia, las montañas de Arizona, o la Inglaterra meridional, en los que existen unas cavernas misteriosas que permitirían el acceso a otros planos de realidad, permitiendo una comunicación directa entre nuestra época y épocas remotas, e incluso con otros planetas distintos al nuestro. Bertrandon de la Broquière (1400 – 1459) fue un espía borgoñón y peregrino al Oriente Medio. El libro de sus viajes, Le Voyage d’Outre-Mer, es un detallado y vivo relato de las situaciones políticas y costumbres prácticas de las diversas regiones que visitó. Lo escribió en francés a petición de Felipe el Bueno, duque de Borgoña, con el propósito de facilitar una nueva cruzada. Bertrandon de la Broquière nos explica que Caín, después de matar a Abel, se habría retirado al «país de Nod», cuyo nombre procedería, en realidad, de la palabra hebrea nad (errante). En este país desconocido es donde Caín habría construido la extraordinaria ciudad de Anuchta o Chanoch, la ciudad de Enoch, que hasta la actualidad ha permanecido oculta a todos los viajeros que han intentado encontrarla. Según una tradición de Oriente, Adán y Eva vivieron los años de su exilio, tras la expulsión del Paraíso, en la isla de Taprobana, Serendib o Ceilán, y allí, en lo alto de un monte fueron enterrados para toda la eternidad. Se trata de una creencia budista adoptada posteriormente por los musulmanes. La leyenda más antigua cuenta que Buda pasó algún tiempo en un monte de la isla de Ceilán, llamado Langka por los brahmanes del continente, dedicándose a la vida contemplativa. Posteriormente se elevó a los cielos y en la roca dejó la huella de su pie, visible todavía. Los musulmanes, utilizando un procedimiento muy frecuente en esta clase de relatos, atribuyeron a Adán lo que se contaba de Buda y las dos tradiciones pervivieron. De esta sepultura de Adán en la cima de un alto monte de Ceilán, de muy difícil acceso, habla Marco Polo en los relatos de sus viajes. Cuenta que los budistas van allí en peregrinación. Los musulmanes dicen que allí permanece la escudilla, los dientes y los cabellos de Adán. El Gran Khan envió en 1284 una gran embajada al rey de Ceilán para poder obtener esas cosas que pertenecieron a Adán. Se dice que obtuvieron dos dientes molares, unos pocos cabellos y la escudilla, de pórfido verde. Estas reliquias las recibió el Gran Khan con gran alegría y reverencia. La escudilla, dice Marco Polo, es verdaderamente milagrosa porque cualquier alimento que se deposite en ella, aunque sea en una cantidad ínfima, es suficiente para alimentar a cinco hombres.

Los árabes llamaron a este monte Rahud y el primer escritor que mencionó la leyenda parece que fue Al-Idrisi, cartógrafo, geógrafo y viajero ceutí del siglo XII, que escribió su tratado geográfico en la corte de Roger II de Sicilia, en 1154. Sobre esta leyenda, cuenta que Adán, en su exilio, cayó en la isla de Serendib y que allí murió, tras haber realizado un peregrinaje al lugar donde luego surgiría La Meca. La prueba de ello estaría en la cima del monte Rahud, donde se encuentra la huella de su pie. La leyenda pasó luego a los cristianos y el monte de Ceilán, llamado luego por los portugueses ‘Pico de Adán’, se hizo muy popular y fueron añadiéndose detalles, como que en la cumbre hay un lago formado con las lágrimas que Adán y Eva derramaron por la muerte de Abel. También persiste la huella del pie que, según Giovanni de Marignolli, se formó cuando un ángel depositó a Adán sobre dicho monte. A cuatro jornadas del ‘Pico de Adán’, fue transportada Eva y permanecieron separados durante cuarenta días, hasta que volvieron a reunirse, también por voluntad del Señor. Y allí murieron o quedó enterrado Adán, aunque otra leyenda asegura que en la ladera de un monte en el Valle de Hebrón se halla la cueva donde la primera pareja lloró durante cien años la muerte de Abel. Todavía pueden verse los lechos donde durmieron y la fuente cuyas aguas bebieron. Además de esta leyenda sobre la tumba de Adán, que perduró entre cristianos y musulmanes durante siglos, la isla de Ceilán tiene una característica fascinante, ya que es la isla de los mil nombres. Hace muchísimo tiempo, la isla de Sri Lanka recibió el nombre de Tambapanni, que era, en sánscrito, el nombre de la playa de color cobre en la que desembarcaron sus primeros pobladores o, al menos, aquellos que le dieron su primer nombre y que pertenecían a la corte del príncipe indio Vijaya, rey legendario de Sri Lanka , mencionado en las crónicas de Pali. Para Occidente, el nombre se transformó en Taprobane, más fácil de pronunciar por los romanos de la época del emperador Claudio, que fueron empujados por los vientos a esta isla, muy alejada de su ruta. Pero otros textos, como los del historiador romano Plinio, señalan que ese nombre ya fue utilizado por Megástenes, geógrafo que acompañó a Alejandro Magno en sus viajes de conquista. Ptolomeo la consignó como Taprobana en su mapa del mundo, en el siglo II, y en él se identifica con la actual Sri Lanka. También Isidoro de Sevilla la situaba al sur de la India y de ella señala que es rica en piedras preciosas.
Los comerciantes árabes tenían otro nombre para la isla. La llamaban la “isla de las joyas”, o Serendib, que es una corrupción del sánscrito Sinhaladvipa. Y un escritor británico del siglo XVIII, Horace Walpole, popularizó este nombre en su cuento sobre “Los tres príncipes de Serendib”. Los portugueses llamaron Celao a esta misma isla, un término que provenía del chino Si-lan y que fue evolucionando hasta Ceilán. En 1972 adoptó el nombre de Sri Lanka, que significa “isla sagrada”. Durante mucho tiempo se creyó que Taprobana y Ceilán eran dos islas distintas, como le sucedió al viajero medieval Juan de Mandeville (Jehan de Mandeville), que es el personaje ficticio de una obra titulada Libro de las maravillas del mundo o Viajes de Juan de Mandeville. En este libro Mandeville es un caballero inglés que durante treinta y cuatro años se dedica a viajar por el mundo y a relatar cuanto vio. Se describen lugares como Egipto y diferentes partes de Asia y China. Su título evoca el famoso Libro de las maravillas de Marco Polo. Se desconoce quién fue el autor de la obra, por lo que a pesar de su carácter totalmente ficticio, cuando el libro fue publicado muchos creyeron que de verdad existía Mandeville, y el libro era considerado una verdadera referencia geográfica. Juan de Mandeville partió hacia Egipto el día de San Miguel de 1322. Afirma, a su regreso, que fue un mercenario al servicio del sultán, entonces en lucha con los beduinos. De Egipto fue a Palestina, siguió la ruta de la seda y visitó la India, el interior de Asia y China. Dijo haber servido durante quince años en el ejército del Gran Khan. Después de una ausencia de 34 años, regresó en 1356, años posteriores a la peste negra del siglo XIV, que implicó una sangría demográfica en Europa durante los años 1347-1350. Incluso Ceilán llegó a identificarse con Sumatra, como ocurrió con Niccolò da Conti, comerciante y explorador italiano, en el siglo XV. Tanta confusión suscitó que Taprobana (Ceilán) se convirtiese en la isla que no existe, y como tal la trata Tomás Moro, que sitúa su Utopía “entre Ceilán y América”. Asimismo es referenciada por Tommaso Campanella (1568 – 1639), filósofo y poeta italiano, que la referirá en su obra utópica La Ciudad del Sol.

La Ciudad del Sol, que fue publicada en 1623, es una utopía en la que el autor expone su concepción de ciudad ideal. Está dispuesta en forma de diálogo entre un almirante genovés y el Gran Maestre de los Hospitalarios. El marino cuenta al caballero cómo se vio obligado a tocar tierra en la Isla de Taprobana, donde los indígenas lo condujeron a la Ciudad del Sol, que está rodeada por siete murallas, dedicadas cada una a un astro. En la punta de un monte se encuentra el templo dedicado al Sol. La organización política de esta singular República es de carácter teocrático, en que se mezclan los asuntos religiosos y públicos. El supremo gobernante es el Sacerdote Sol, auxiliado por los Príncipes Pon, Sin y Mor, competentes respectivamente en materia de poder, sabiduría y amor. Al príncipe Pon le corresponde conocer el arte guerrero y de los ejércitos; al Príncipe Sin, la enseñanza de la ciencia y la sabiduría, y al Príncipe Mor, las labores de la procreación y la educación de los infantes. Los Ciudadanos de esta República filosófica, conocedores de que la propiedad privada engendra el egoísmo humano e incita a los hombres a enfrascarse en crueles luchas, han convenido en que la propiedad sea comunitaria. Todos los hombres habrán de trabajar pero los funcionarios serán los que harán la distribución de la riqueza. Hasta los actos más íntimos son en común en esta ciudad. Se trata de una sociedad comunista ideal en la que el poder está en manos de hombres sabios y sacerdotes. Con esto podemos ver cuán influyente fue la Iglesia sobre Tommaso Campanella.

Hay extrañas tradiciones que se refiere a regiones extraordinarias situadas, al parecer, en otros planetas o en universos paralelos. Los pitagóricos, incluso, habían desarrollado una doctrina muy curiosa que hablaba de un planeta hermano de la Tierra, que se creía que ocupaba, en relación a la Tierra, el otro lado de la órbita elíptica alrededor del Sol por lo que era ocultado por el propio astro solar, lo que implicaría que nos resultase imposible observarlo. Hay ciertos mitos cabalísticos que postulan la existencia de dos planetas opuestos, pero de una naturaleza infernal. Se trataría de Lilith. La figura de Lilith representa un aspecto de la Gran Diosa. En la antigua Babilonia, fue venerada como Lilitu, Ishtar o Lamastu. La mitología judía la pone en reinos más oscuros, como un demonio perverso de la noche, una apropiada compañera de Satán. La Luna describe una trayectoria elíptica alrededor de la Tierra. Una elipse tiene dos puntos focales, y el otro punto focal, no ocupado por la Tierra, ha sido llamado Luna Negra o Lilith. La Luna Negra ha sido definida también como el apogeo de la órbita Lunar, o el punto de la órbita más alejado de la Tierra. Ambos puntos, el apogeo y el segundo punto focal, están en el eje mayor de la elipse orbital, la línea de ápside. Vistos desde la Tierra están en la misma dirección, y por lo tanto ocuparían el mismo lugar en el Zodíaco. El segundo punto focal se encuentra a una distancia de unos 36.000 km de la Tierra, y el apogeo a unos 400.000 km. Aparte de esto, ambas definiciones pueden considerarse como equivalentes. Como la órbita de la Luna se mueve hacia delante continuamente en el espacio, la Luna Negra se movería a lo largo del Zodíaco a unos 40º por año. Una revolución completa tarda ocho años y diez meses.

A veces, como sucede en Asia Central, con el mito de Agartha, en Islandia, en California, etc., se habla de la existencia de pueblos misteriosos que viven en el interior de la Tierra. Numerosas leyendas, como las islandesas, las irlandesas sobre los Tuatha Dé Danann, o algunos pueblos primitivos de Nueva Guinea, describen a pueblos que habrían entrado en otra época en el interior de la Tierra, donde todavía viven. Estos pueblos misteriosos se comunicarían con la los seres humanos de la superficie terrestre en determinadas ocasiones. Samhain es la festividad de origen celta más importante del periodo pagano en Europa hasta su conversión al cristianismo. La noche del 31 de octubre al 1 de noviembre servía como celebración del final de la temporada de cosechas en la cultura celta y era considerada como el «Año Nuevo Celta», que comenzaba con la estación oscura. Es tanto una fiesta de transición, o paso de un año a otro, como de apertura al otro mundo. Su etimología es gaélica y significa ‘fin del verano’. El calendario celta dividía el año en dos partes, la mitad oscura comenzaba en el mes de Samonios(octubre-noviembre), y la mitad clara, a partir del mes de Giamonios (abril-mayo). Se consideraba que el año empezaba con la mitad oscura. Así, Samonios se convertía en el año nuevo celta. Todos los meses comenzaban con la luna llena, y la celebración del año nuevo tomaba lugar durante las «tres noches de Samonios», la luna llena más cercana entre el equinoccio de otoño y el solsticio de invierno. Las lunas llenas marcaban el punto medio de cada mitad del año durante las cuales se celebraban festivales. El calendario de Coligny marca la luna de pleno verano; sin embargo, omite la de pleno invierno. El calendario fue diseñado para alinear las lunaciones con el ciclo agrícola, y la posición astronómica exacta del Sol se consideraba menos importante. En la Irlanda medieval, Samhain permaneció como la principal festividad, celebrada con una gran asamblea en la corte real de Tara, durando tres noches, consistente con el testimonio galo. En la mitología celta, los sidhe, o pueblos feéricos, también celebraban Samhain. Al parecer ellos fueron los que patrocinaban la Fiesta de los Muertos. En la víspera de noviembre las hadas podían tomar maridos mortales y se abrían todas las grutas de las hadas para que cualquier mortal, que fuera lo suficientemente valiente, pudiera echar un vistazo en aquellos dominios, para admirar sus palacios llenos de tesoros. Pero eran pocos los celtas que se aventuraban voluntariamente en aquel reino encantado, pues sentían por las hadas un gran respeto, teñido de terror.

La festividad celta se describe como una comunión con los espíritus de los difuntos que, en esta fecha, tenían autorización para caminar entre los vivos, dándose a la gente la oportunidad de reunirse con sus antepasados muertos. Se suponía que en la fiesta de Samhain, los humanos de la superficie entraban en contacto con los representantes del «Pequeño Pueblo», raza humana desaparecida de la superficie y que desde entonces vive bajo tierra. Para mantener a los espíritus contentos y alejar a los malos de sus hogares, dejaban comida fuera, una tradición que se convirtió en lo que hoy hacen los niños yendo de casa en casa pidiendo dulces. Después de que los romanos conquistaran gran parte de los territorios celtas, estos influyeron en el mundo céltico con sus festivales a la diosa romana de la fruta, Pomona. Más tarde, los cristianos calificaron las celebraciones celtas como una práctica herética, y con este pretexto destruyeron gran cantidad de su cultura, monumentos y tradiciones, para afianzar su dominio político y social en el viejo continente. Fue la época de sometimiento de los pueblos libres paganos, que eran convertidos al cristianismo demonizando sus creencias y adoptando sus festivales. Así, el de Samhain se convirtió en el día de Todos los Santos, de donde deriva el nombre inglés de Halloween. En realidad, en todos los lugares del mundo se encuentran narraciones prodigiosas de viajes al interior de la Tierra. Hay una tradición popular valona, en Bélgica, que afirma que el menhir llamado Piedra del Diablo, cerca de Namur, oculta en realidad la entrada a un subterráneo que conduce a prodigiosos abismos telúricos. En una de las islas del lago de Derg, en Irlanda, se dice que estaba situado el famoso Purgatorio de San Patricio, que es como un viaje alegórico sumamente divulgado, pues en gran número de manuscritos aparecen versiones latinas de la narración. Así, se recoge en las Flores Historiarum de Roger de Wendover, en la Leyenda áurea, en el Speculum historiale de Vicente de Beauvais. Sería un lugar de iniciaciones subterráneas que era muy respetado hasta la época de Colón.
En el curso de los misterios telúricos irlandeses, el nuevo candidato era purgado en un día y una noche de todos los pecados contraídos desde su nacimiento. Pero las pruebas por las que tenía que pasar eran muy peligrosas, ya que el candidato tenía que soportar los suplicios infernales y, luego, ser atormentado por los «demonios». Además, hacía falta una larga preparación de quince días de ayuno y quince días de oración. Luego, el candidato, después de haber comulgado, y de haber hecho celebrar sus exequias exactamente como si hubiera muerto, era conducido con gran pompa a la entrada del Purgatorio, siendo lanzado a los abismos. Tras haber atravesado las regiones infernales y a continuación una «columna de fuego», que se alzaba en las tinieblas como un prodigioso faro, el candidato penetraba por fin en el Paraíso Terrenal, maravillosa morada de transición entre el purgatorio y la mansión celeste. Se decía que fue San Patricio en persona quien habría dado a conocer a sus fieles esta región subterránea «en la cual quien entre en estado de gracia y salga victorioso de las pruebas que allí le esperan tiene un lugar reservado en el Paraíso». Frecuentemente encontramos esta utilización ritual de cavernas para misterios e iniciaciones. A menudo, estas tradiciones sobre los misterios telúricos hablan de un fabuloso mundo subterráneo. Supuestamente bajo tierra existe otro mundo, iluminado por otro sol. Según la mitología nórdica, en un principio sólo existía el vacío. No había océano que ocupara su vasto imperio, ni árbol que levantase sus ramas o hundiera sus raíces. Más al norte, allá donde hay el abismo, se formó una región de nubes y sombras llamadas Niflheim. En el sur se formó la tierra del fuego, Muspellsheim. Los doce ríos de pura agua glacial que transcurrían desde Niflheim hasta encontrarse con los correspondientes de Muspellsheim llevaban amargo veneno y pronto se solidificaron. Cuando las heladas aguas del norte tocaron sus rígidos cuerpos serpentinos, el abismo se llenó de gélida escarcha. Con el aire cálido que soplaba desde el sur se empezó a derretir la escarcha y de las amorfas aguas surgió Ymir, un gigante de escarcha, el primero de todos los seres vivientes. Del hielo surgió una gran vaca llamada Audumla. Entonces Ymir apagó su sed en uno de los cuatro manantiales de leche que fluían de la criatura. Cada uno de estos seres primarios tuvieron hijos de forma asexual: Ymir a partir de su propio sudor y Audumla lamiendo el hielo. El matrimonio de Bestla, hija de Ymir, con Bor, nieto de Audumla, trajo a los tres dioses, Odín, Vili y Va, quienes muy pronto se volvieron en contra de la raza de los gigantes, exterminándolos a todos menos a dos, que escaparon para perpetuar la raza.

Al calmarse el caos resultante del desbordamiento y al derretirse el hielo, los tres dioses sacaron el cuerpo inerte de Ymir fuera de las aguas y crearon la tierra, a la que llamaron Midgard, la Principal Morada. De los huesos de Ymir se crearon las montañas y su sangre llenó los océanos. Su cuerpo se convirtió en tierra y sus cabellos en árboles. Con su calavera los dioses formaron la bóveda del cielo, que atestaron de brillantes chispas a partir de los fuegos de Muspellsheim. Estas chispas son las estrellas y los planetas. Del suelo brotó Yggdrasilll, el gran freso, cuyas poderosas ramas separaban los cielos de la tierra y cuyo tronco constituía el eje del universo. De hecho en algunas leyendas Yggdrasill es el mundo mismo. Nadie podría narrar su grandeza. Sus raíces se hincan en las profundidades, más allá de las raíces de las montañas y sus perennes hojas atrapan las estrellas fugaces según pasan. Son tres sus raíces. La primera llega hasta Nifheim, tierra de sombras o infierno y toca la fuente Hvergelmir, de donde mana los doce ríos de la región del Norte. La segunda entra en la tierra de los gigantes helados y bebe de la fuente de Mimir, fuente de toda sabiduría. La tercera se extiende por los cielos donde discurre la fuente de Urd, el más sabio de los nornos. Muchas fuerzas atacan al sagrado fresno. Cuatro ciervos mordisquean los nuevos brotes antes de que reverdezcan. El corcel de Odín, Sleipnir, pace en su follaje. La cabra Heidrun se alimenta de sus hojas. Pero lo peor de todo es la serpiente Nidhogg, un enorme monstruo que roe incesantemente sus raíces. Solamente el amor de los nornos lo mantiene en buen estado. Día a día cogen agua de la fuente de Urd y la vierten en Yggdrasill para mantenerlo floreciente. De los gusanos del cuerpo pútrido de Ymir, los dioses crearon la raza de los enanos, destinados a morar en las profundidades de la tierra durante toda la eternidad. Como todos ellos han sido creados, no pueden procrear. Cuando muere un enano, princesas enanas, creadas para este fin, modelan un nuevo enano con piedras y tierra. El hombre y la mujer fueron creados a partir de los troncos de dos árboles inertes. Odín les infundió la vida. El dios Hoenir les dotó de alma y capacidad de juicio. Lodur les dio calor y belleza. El hombre fue llamado Ask, de Ash, ceniza, y la mujer Embla, parra, y de ellos desciende la raza humana.

Balder era el hijo de Odin, el dios de dioses, y era el más querido y el más hermoso de todas las deidades nórdicas. Un día, Balder empezó a tener sueños de su propia muerte, por lo que todos los dioses decidieron protegerlo. Su madre, Frigg, hizo que todas las cosas, las enfermedades, los venenos, los árboles, los animales, nunca iban a herir a Balder, y todos aceptaron el juramento. Como se volvió invulnerable, los dioses inventaron un juego donde le tiraban toda clase de cosas, sin que él saliera herido, por lo que todos cumplían su promesa y no se atrevían a hacerle daño. Loki, el dios travieso, estaba inconforme con el juego y celoso de Balder. Por eso se disfrazó de anciana y fue a conversar con Frigg. Ella sin saber que la anciana era Loki, le contó la historia de cómo había hecho que todas las cosas y las criaturas juraran no dañar a Balder, pero que el muérdago, una planta que crecía al este del Valhalla, era tan insignificante y tan joven que ni siquiera le había pedido el juramento. Loki se fue para el juego de los dioses, pero antes construyó una flecha con la planta que le había dicho Frigg, y cuando llegó se encontró con un dios ciego que no le tiraba nada a Balder, ya que no veía ni tenía arma que lanzarle. Loki entonces le ofreció su arma a este dios, y le indicó donde se ubicaba Balder, haciendo como si los dos lo honraran. El dios ciego lanzó la terrible flecha, que hirió de muerte a Balder. La angustia de los dioses fue mucha, pero en especial la de su esposa, que murió de tristeza, y la de su madre que fue a rogarle a la diosa Hel que lo dejara salir del reino de los muertos. Hel le dijo que si todas las criaturas y las cosas lloraban a Balder, ella le permitiría regresar. Frigg, movida por su amor de madre, se vio otra vez caminando por el mundo entero, haciendo que todo se lamentara de la muerte de Balder. Pero llegó y se encontró con la misma vieja, es decir Loki, quien dijo que Balder no había hecho nada por ella, por lo que no se sentía obligada a llorarlo. De esta manera, Loki condenó a Balder a permanecer en el reino de los muertos.

Pero la idea de la existencia de mundos subterráneos queda reflejada muy especialmente las descripciones teosóficas de Agartha, un mundo fabuloso que bajo las misteriosas montañas del Tibet y los desiertos de Mongolia, contendría un laberinto de fantásticas ciudades subterráneas, donde residiría un pueblo de grandes iniciados, herederos de los extraordinarios conocimientos de las civilizaciones desaparecidas. Uno de los escasos autores que aportan testimonios que parecen provenir de las tradiciones de los lamas del Asia Central es Ferdinand Ossendowski, que lo describe en su apasionante libro Bestias, hombres y dioses. Según Ossendowski, dignatarios mongoles le habrían contado cosas prodigiosas: «Hace más de seis mil años, un hombre desapareció con toda una tribu (mongol) en el interior de la Tierra y nunca más ha vuelto a aparecer en la superficie (…). Nadie sabe dónde se encuentra ese lugar. Unos dicen que es Afganistán; otros, la India (…). La ciencia se ha desarrollado allí en la tranquilidad, nada está amenazado de destrucción. El pueblo subterráneo ha alcanzado el más alto grado de saber. Ahora es un gran reino, que cuenta con millones de individuos sobre los cuales reina el Rey del Mundo (…), Esos pueblos y esos espacios subterráneos son gobernados por jefes que reconocen la soberanía del Rey del Mundo (…). Se sabe que en los dos océanos mayores del Este y del Oeste había en otro tiempo dos continentes (Atlántida y Lemuria). Desaparecieron bajo las aguas, pero sus habitantes pasaron al reino subterráneo. Las cavernas profundas están iluminadas por una luz especial que permite el crecimiento de los cereales y vegetales y da a las gentes una larga vida sin enfermedades. Allí existen numerosos pueblos, numerosas tribus (…). Ellos (los habitantes del mundo subterráneo) pueden desecar los m ares, cambiar los continentes a océanos y extender las montañas por entre las arenas del desierto (…). En extraños carros, desconocidos para nosotros, franquean a toda velocidad los estrechos pasadizos del interior de nuestro planeta».

Existe un artículo, publicado en París en 1947, que fue redactado por un hombre que pretendía ser nada más y nada menos que el soberano del prestigioso reino subterráneo, es decir «el Augusto Maha-Chohan Kout Houmi Lai Singh, de Agartha Sangha, Señor de Shambalah». Los mitos que nos relatan la historia fantástica de civilizaciones desaparecidas hace ya tiempo son parte integrante de diversas teorías esotéricas. Un erudito peruano poco conocido, Pedro Astete (1871- 1940), pudo realizar un estudio general de los principios fundamentales del simbolismo tradicional, considerando a tal fin la génesis y la significación profunda de motivos verdaderamente tradicionales como la esvástica, precursora de la cruz gamada nazi, que los etnólogos han podido encontrar por todo el mundo, desde la antigua India hasta América del Norte. Por otra parte, se encuentran por todo el mundo tradiciones relativas a una raza primitiva semidivina y dueña de la Tierra en otro tiempo antes de sufrir un espantoso cataclismo por haber querido igualarse a las propias divinidades. Al igual que los mayas de América Central, los aztecas del antiguo México, por ejemplo, creían que varios mundos sucesivos se habían derrumbado antes que el nuestro, a causa de grandes cataclismos, cada uno de los cuales habría eliminado la práctica totalidad de los seres humanos que poblaban nuestra Tierra. Cada uno de los «soles» que representaban esos ciclos venían determinados por la fecha de su desaparición y, sobre todo, por el tipo de cataclismo. El cuarto de esos ciclos cósmicos, el «Sol del Agua», llevaba el nombre de Naui-Atl («Cuatro Aguas»), pues había terminado con un catastrófico diluvio. El mundo en que vivimos, el quinto, tendría su destino final exactamente determinado por su fecha de nacimiento, aquella en la cual nuestro Sol se puso en movimiento. Los aztecas le llamaban Naui-Ollin, en que el glifo Ollin es un símbolo formado por una cruz de San Andrés y por la figura del dios solar. El significación del símbolo es «movimiento» y también «temblor de tierra». En e! origen de todos los seres, los aztecas colocaban a la pareja primordial, formada por Ometecuhtli, Señor de la dualidad, y Orneciuatly, Dama de la dualidad. El dios y la diosa tenían su trono en la cima del Mundo, en el decimotercer cielo, allí donde el aire es «frío, delicado y helado». De su fecundidad eterna habían nacido todos los dioses y luego los seres humanos. Pero el Dios supremo era Huitzilopochtli, que simbolizaba el Sol en el cénit.
Según la leyenda, Huitzilopochtli nació de Coatlicue, la Madre Tierra, quien quedó embarazada por medio de una bola de plumas o algodón azulino que cayó del cielo mientras barría los templos de la sierra de Tollan. Sus 400 hermanos (Centzonhuitznahua) al notar el embarazo de su madre y a instancias de su hermana Coyolxauhqui, decidieron ejecutar al hijo al nacer para ocultar la supuesta deshonra, al ser Huitzilopochtli un hijo no natural de su padre, Mixcóatl u Ometecuhtli. Pero Huitzilopochtli nació y tomó a la mítica arma Xiuhcóatl (serpiente de fuego) entre sus manos, venció y mató fácilmente a Coyolxauhqui y los Centzonhuitznahua , dónde Coyolxauhqui quedó desmembrada al caer por las laderas de la montaña mitológica llamada Coatépec. Huitzilopochtli tomó la cabeza de su hermana y la arrojó al cielo, con lo que se convirtió en la regidora de la Luna, siendo Huitzilopochtli el regidor del Sol. Bernardino de Sahagún, en su obra Historia General de las cosas de Nueva España, nos cuenta lo siguiente: “Según lo que dijeron y supieron los naturales viejos del nacimiento y principio del diablo que se dice Uitzilopuchtli, al cual daban muchas honra y acatamiento los mexicanos, es que hay una sierra que se llama Coatépec, junto al pueblo de Tula, y allí vivía una mujer que se llamaba Coatlicue, que fue madre de unos indios que se decían centzonuitznáoa, los cuales tenían una hermana que se llamaba Coyolxauhqui. Y la dicha Coatlicue hacía penitencia barriendo cada día en la sierra de Coatépec; y un día acontecióle que andando barriendo descendióle una pelotilla de pluma, como ovillo de hilado, y tomóla y púsola en el seno junto a la barriga debajo de las naguas; y después de haber barrido quiso tomar y no la halló, de que dicen se empreñó“.

El aspecto terrible de la religión azteca, rica en ritos sangrientos, no debe hacer olvidar la existencia de tendencias más amables, que se manifiestan en la persona de Quetzalcóatl, la «serpiente emplumada». Quetzalcóatl era considerado como el inventor divino de las artes, de la escritura y del calendario. Frente a él, el sombrío dios de la guerra y de los maleficios, Tezcatlipoca, quién habría echado a la «serpiente emplumada» de su glorioso reino de Tula. Tula era, para los aztecas, una isla maravillosa, el paraíso terrenal que existía en el Atlántico Norte, y que resulta ser idéntica a la luminosa isla de Tule, de la que hablan los grandes mitos griegos y celtas. Así es como surge el mito del Edén y de la fabulosa Hiperbórea. En todos los rincones de la Tierra se encuentran viejas tradiciones relativas a la existencia en tiempos remotos de grandes islas, de extensos territorios, e incluso de continentes enteros engullidos por las olas del mar o destruidos por los «fuegos del cielo». Además, en distintos lugares podemos ver ruinas y monumentos enigmáticos, que no parecen relacionarse con alguna civilización conocida de la Historia. La existencia de formidables cataclismos, del diluvio universal, del posible choque con un cuerpo celeste, la lluvia de grandes meteoritos, etc., dista mucho de ser improbable. Tenemos también el enigma de la existencia de pueblos de gigantes en la llamada época «antediluviana». Pero el descubrimiento de huesos de gigantes humanos no es ya una leyenda. Se han encontrado tres restos reconocidos científicamente como huesos de seres humanos de una estatura gigantesca, uno en el Transvaal, en Sudáfrica, otro en el sur de China y el otro en Java. Los gigantes habrían desaparecido en el transcurso de la Era terciaria, mientras que la Humanidad actual habría comenzado su andadura hace ya, al menos, un millón de años. Se ha intentado explicar este gigantismo de los «antediluvianos» en base a la cosmología y consiguiente teoría de las 4 lunas, de Hanns Hörbiger. Según esta teoría, nuestros cielos conocieron otras lunas y la actual es la cuarta. Podemos plantearnos que una gran variedad de especies han podido surgir y también desaparecer a lo largo de los tiempos, sin que podamos tener registros, ya que solamente hay fosilización con la caída lunar. Es por este motivo que hablamos de una era Primaria, una era Secundaria y una Terciaria. Según estas investigaciones nuestra civilización seria la cuarta del ciclo.

La teoría nos dice que la luna de la época se acerca a la Tierra lentamente y durante un intervalo de algunos cientos de miles de años su atracción es poderosamente fuerte. En ese período la distancia Tierra – Luna, es de solamente 2 a 3 veces el diámetros terrestres, lo que da lugar a un crecimiento desmesurado de las especies. A fines del período Secundario (Mesozoico) nos sorprenden los reptiles: diplodocos, iguanodontes, o el tyranosaurus rex. Son animales de hasta 30 metros de altura. Las radiaciones cósmicas son enormes y se producen dramáticas mutaciones que hacen ensanchar los cráneos. Los animales comienzan a caminar erguidos, mientras que otros más empiezan la aventura del vuelo. Hacen su aparición los primeros mamíferos y tal vez, a través de mutaciones surgen los primeros hombres hace 15 o 20 millones de años, cuando esta luna estaría orbitando muy cerca de la Tierra. Pero la segunda luna llega a su fin y estalla, cayendo en la Tierra en forma de anillo. La segunda luna se ha evaporado. Algunas especies sobreviven a la catástrofe y deben adaptarse a las nuevas y terribles condiciones. Más tarde una tercera luna se acerca a la Tierra, las aguas de los mares crecen en mareas incontenibles y los seres humanos de hace un millón de años suben a las altas montañas con sus reyes gigantes, desarrollando nuevos centros de civilización. Se han hallado sedimentos marinos a 4000 metros de altitud en la cadena de Los Andes, que serían las huellas del nivel de las aguas del final del Terciario. La Tierra habría experimentado extinciones casi masivas de la vida, debido a la caída de una de estas lunas. El satélite se aproximó, la gravedad cambio y desencadeno mutaciones profundas en la genética, creando una raza de gigantes altamente inteligentes que median entre 3 y 4 metros de altura. Decenas de miles de años más tarde la luna colisiono, el impacto creó una grave subida de los niveles del mar y se produjo algo parecido a un invierno nuclear global. Esta raza de gigante se extinguió debido a la gravedad terrestre que se había vuelto demasiado fuerte para su inusual tamaño.

Según Hörbiger, hace unos 12.000 años la Tierra capturó su cuarta luna, nuestra Luna actual. Nuevos cataclismos acompañaron a esta nueva compañía, como el hundimiento de la Atlántida. Los mares se precipitaron desde las zonas polares hacia el centro, la Tierra se ensanchó en las regiones de los trópicos, y comenzaron los períodos glaciales. La segunda Atlántida desapareció bajo las aguas impetuosas que fluían desde el Norte. La Biblia nos habla del Diluvio y de la caída del Paraíso Terrenal. El misterioso Apocalipsis tal vez se refiera a catástrofes que los hombres ya han vivido y que recuerdan a través de los siglos. La cuarta Luna está muy alta pero, según Hörbiger: “Se volverá a derretir y esta cuarta Luna caerá hacia nosotros como sus predecesoras. Y habrá nuevos cataclismos y diluvios. Vendrán los largos siglos de las noches sin Luna y en esos tiempos tendremos otras mutaciones, nuevas razas, oleadas fantásticas de vida nueva nos llevarán una vez más a los reinos de los Gigantes”. Antiguos autores, como el teólogo francés Isaac La Peyrère, en su obra Prae-Adamitae (1655), ya hablaban de esos famosos gigantes anteriores a Adán. En las leyendas antiguas abundan afirmaciones sobre la existencia, en otras épocas, de pueblos temibles, de una estatura gigantesca, cuyo recuerdo se encuentra en gran parte de las tradiciones. Hay tradiciones peruanas que hacen referencia, de una manera bastante detallada, a una raza de gigantes, los wari, que habrían levantado un gran número de las construcciones ciclópeas repartidas por toda la región andina. Los wari o huari fue una civilización andina que floreció en el centro de los Andes aproximadamente desde el siglo VII hasta el XIII d. C., llegando a expandirse hasta los actuales departamentos peruanos de Lambayeque por el norte, Arequipa por el sur y hasta la selva del departamento del Cusco por el este. La ciudad más grande asociada con esta cultura es Wari, que se encuentra ubicada unos 15 kilómetros al noroeste de la actual ciudad de Ayacucho. Esta ciudad fue centro de un imperio que cubría la mayor parte de la sierra y la costa del Perú actual. El Imperio wari estableció centros arquitectónicos distintivos en muchas de sus provincias, tales como Cajamarquilla o Piquillacta. Es, junto al Imperio incaico, una de los dos únicas culturas consideradas «imperiales» aparecidas en el hemisferio sur. Hörbiger y sus discípulos se obstinaron, con sus hipótesis arqueológicas, en querer probar el gigantismo y la época fabulosamente antigua del gran pueblo constructor de las ruinas realmente colosales de Tiahuanaco, cerca del lago Titicaca. Pero hay que señalar que la mayoría de los arqueólogos no comparten esas teorías.

Hay que reconocer que la hipótesis de una raza de gigantes constructores permitiría resolver el misterio de los edificios ciclópeos y, principalmente, el problema de los monumentos megalíticos, como los menhires, dólmenes, piedras oscilantes o crómlechs, entre otros. Pero en el terreno de las tradiciones sobre las civilizaciones desaparecidas, no hay nada que pruebe la existencia de gigantes que hubiesen poblado fabulosos continentes. Recordemos que en el famoso relato de Platón no se menciona en absoluto una talla gigantesca de los atlantes. Pero si bien no hay nada que confirme la existencia de poblaciones antiguas de talla claramente superior a la normal, si que confirma la preponderancia de mujeres soberanas y sacerdotisas, que implicaría la existencia de un matriarcado primitivo. En la Antigüedad encontramos, por ejemplo, a los druidas, quienes afirmaban que su poder teocrático habría sucedido a un reino de mujeres superiores, que se llamaban «Hadas». E n numerosas tribus, especialmente africanas y asiáticas, existen curiosas costumbres, cuya existencia no puede explicarse más que como reminiscencias de una sociedad matriarcal. Sociólogos, etnólogos, e historiadores de las religiones han podido poner de manifiesto el estrecho vínculo de los cultos mágicos que favorecen el principio femenino, con los misterios terrestres, subterráneos, también llamados ritos cthonianos, y lunares. Los chthonians (del griego chthon, “tierra“), o cthonianos, son criaturas de ficción pertenecientes al ciclo de Los Mitos de Cthulhu. Son creación del escritor británico de terror Brian Lumley y se citan por primera vez en su relato Cement Surroundings(1969), aunque la criatura no hace aquí una aparición directa. Tendrá un papel más prominente en la novela de 1974, Los que acechan en el abismo: “Le indiqué que, con lo poco que sabíamos de los moradores subterráneos, cuyo conocimiento aún era inferior cuando éste le escribió al norteño, el consejo que le brindó a Bentham había sido el correcto. De hecho, al analizarlo en retrospectiva, me sorprendía la cantidad de tiempo que les había llevado a los cthonianos (el nombre que Crow había decidido dar a los vástagos subterráneos) buscarlo y matarlo. […] se refería a la desaparición de Paúl Wendy-Smith -la cual, ahora sabíamos, debía ser culpa de los cthonianos-, inmediatamente posterior a la de su tío, y que ocurrió después de que éstos descubrieran a las crías quemadas con el cigarro. Ahora resultaba demasiado aparente que no hacía falta tener posesión directa de esas esferas cristalinas para atraer a los adultos de la especie. El haberlas tenido -incluso su contacto próximo- parecía razón suficiente como para provocar su terrible venganza […] Los cthonianos aún podían llegar hasta nosotros, o así lo creía él, a través de los sueños“.

De todos modos hay que reconocer que la obra del escritor francés Denis Saurat, L’Atlantide et le règne des géants, aporta una serie de hipótesis fascinantes que no son, en absoluto, incoherentes: “Estas huellas de una gran civilización, anterior al diluvio. Estas estatuas gigantes, de ocho metros de altura y pesando veinte toneladas. Estas paredes, hechas de bloques de nueve toneladas excavadas en sus seis caras de mortis inexplicables. Todos estos prodigiosos vestigios que se descubren en los Andes a 4000 metros de altitud, en un sitio cuya geología revela que fue bañada por los océanos“. En la legendaria época del sacerdocio prehelénico, la mujer ostentaba la primacía. Y también en los misterios femeninos de Grecia y posteriormente del Imperio romano. con los cultos de Deméter, Hécate, etc. Los cretenses adoraban a una diosa madre, que tenía un dios al lado, el cual representaba un papel de de menor importancia. También encontramos en un bajorrelieve una mujer llena de atributos divinos y, cerca de ella, un hombre con los atributos correspondientes, pero de talla mucho menor. Por toda Europa, y en otras partes también, algunos montones de piedras son llamados rocas de las Madres, indicando seguramente el recuerdo de sacerdotisas mágicas. Tal vez esos lugares servían de retiro a sibilas o pitonisas prehistóricas. Johann Jakob Bachofen (1815 –1887) fue un jurista, antropólogo, sociólogo y filólogo suizo, teórico del matriarcado. Fue uno de los principales representantes de la antropología, sobre todo en el estudio del símbolo, específicamente en el mito. Se le recuerda principalmente por su teoría de las sociedades matrifocales (en alemán, Mutterrecht, que significa literalmente «Derecho materno»), título de su fecunda obra El matriarcado: una investigación sobre el carácter religioso y jurídico del matriarcado en el mundo antiguo (1861). Ésta presentó una visión radicalmente nueva del papel de la mujer en una amplia gama de sociedades antiguas. Bachofen recopiló y se basó en numerosa documentación con el objeto de demostrar que la maternidad es la fuente de la sociedad humana, de la religión, la moralidad, y el «decoro», escribiendo sobre las antiguas sociedades de Licia, Creta, Grecia, Egipto, la India, Asia central, África del norte, y España. Concluyó el trabajo conectando el derecho arcaico de la madre con la veneración cristiana a la Virgen María. Las conclusiones de Bachofen sobre las sociedades matrifocales arcaicas todavía encuentran eco hoy en día.
Hubo poca reacción inicial a la teoría de Bachofen de la evolución cultural, en gran parte debido a su estilo literario impenetrable. Pero el libro incitó a varias generaciones de etnólogos, filósofos sociales, e incluso escritores: Friedrich Engels, que utilizó a Bachofen para sus Orígenes de la familia, de la propiedad privada y del Estado, Thomas Mann, Erich Fromm, Robert Graves, Rainer Maria Rilke, Lewis Henry Morgan, Jane Ellen Harrison, que se sintió inspirada por Bachofen para dedicar su carrera a la mitología, a Joseph Campbell, a Otto Gross, Franz Mayr y a Julius Evola. Bachofen propuso cuatro fases de la evolución cultural supuestamente superadas: hetairismo. Una fase «telúrica», nómada y salvaje, caracterizada, según él, por el comunismo y el poli-amor. La deidad predominante habría sido, una proto-Afrodita terrena; Das Mutterecht. una fase «lunar» matrifocal basada en la agricultura, caracterizada por la aparición de los cultos mistéricos ctónicos y de la ley. La deidad predominante habría sido una temprana Deméter, según Bachofen; la dionisiaca, una fase transitoria en la que las tradiciones habrían sido masculinizadas, en la medida en que el patriarcado empezaba a emerger. con un deidad predominante, el Dionisos original; la apolínea, la fase «solar» patriarcal, en la cual todo rastro de la sociedad matrifocal y de pasado dionisíaco fue suprimido y surgió la civilización moderna. A él se debe el concepto sociológico y metafísico del matriarcado, concebido como el estado de una sociedad en la cual toda la autoridad, familiar, política y religiosa a la vez, estaba en manos de las mujeres. Bachofen concibe a los pueblos como individuos que, antes de crecer y desarrollarse en la espiritualidad del patriarcado, han tenido que germinar y madurar a la sombra de formas sociales en las que reinaba la mujer. ¿Vamos hacia un posible retomo del matriarcado? Si bien Bachofen no lo veía posible, quizá veremos nacer una nueva tradición religiosa que será el advenimiento de un neo matriarcado, de una religión de la gran Diosa.

Denis de Rougemont (1906 – 1985), escritor y filósofo suizo., en una obra muy curiosa nos dice: «Por fin, ciertos signos anuncian un fenómeno más profundo, quizá comparable al que invadió la psique colectiva del siglo XII». Denis de Rougemont es considerado como uno de los grandes pensadores pioneros de la idea de instituir un federalismo europeo. Las grandes esperanzas surrealistas de André Bréton y otros se unen, por vías diferentes, a las investigaciones de Robert Graves sobre la Gran Diosa, las de Adrián Turel sobre el matriarcado, y muchas otras investigaciones importantes. Obras históricas, como la de Edwin Oliver James (1888 – 1972), antropólogo inglés en el campo de la religión comparada, El culto a la Diosa-Madre, muestran las profundas raíces del antiguo culto de la Madre divina. Se observará que cuando se habla de matriarcado estricto, se postula siempre una superioridad real en todos los planos, sociales, políticos, religiosos, o esotéricos, de la mujer con respecto al hombre. Aquí se encuentran las antiguas tradiciones griegas sobre la existencia de las amazonas. En pasaje del Libro III de Diodoro de Sicilia podemos leer: «Se dice que en los confines de la Tierra y al occidente de Libia habita una nación gobernada por mujeres, cuyas costumbres son completamente distintas de las nuestras. Allí es costumbre que las mujeres hagan el servicio militar durante un tiempo determinado y conservando su virginidad. Cuando ha acabado el plazo del servicio militar, se ponen en contacto con hombres para tener hijos con ellos, y ellas se ocupan de las magistraturas y de todas las funciones públicas. Los hombres pasan toda su vida en la casa, como nuestras amas de casa actuales, y no se dedican más que a quehaceres domésticos; se mantienen alejados del Ejército, de la magistratura y de cualquier otra función que pudiera inspirarles la idea de librarse del yugo de las mujeres». El mismo Diodoro de Sicilia, en su Biblioteca Histórica, nos explica la derrota y el avasallamiento de los poderosos atlantes por la altiva Myrina, reina de las amazonas, quien se dice que había reunido un ejército de treinta mil mujeres de infantería y veinte mil de caballería… Los griegos también indicaban la existencia de amazonas al este de Asia Menor, en la región del Cáucaso. Siguiendo la tradición mitológica griega, Myrina fue una reina de las amazonas. El reino se gobernaba mediante una ginecocracia, en que sólo las mujeres podían ocupar cargos públicos y militares.

Myrina derrotó al pueblo de Atlantis, que moraban en las confines del Océano y que eran la civilización más avanzada al oeste del Nilo, en la tierra en la que se dice nacieron los dioses. Myrina contaba con un ejército formado por treinta y tres mil guerreras de infantería y caballería. Las amazonas portaban un arco que utilizaban en su retirada para atacar a sus perseguidores y se protegían con las pieles de las grandes serpientes de Libia. Tras la invasión de Atlantis ocuparon la isla de Cerne pasando a cuchillo a todos los hombres, esclavizando a las mujeres y a los niños y arrasando las murallas de la ciudad. Después de la rendición de los atlantes, Myrina los trató con justicia y en compensación por la destrucción de Cerne construyó una nueva ciudad que llevaría su nombre. La reina protegió a los atlantes de sus vecinos, los gorgones, de los que obtuvo tres mil prisioneros. Los gorgones eran un tipo de seres mixtos que tenían una vida e identidad propia, pero que eran capaces de reunirse y generar un único individuo semejante a lo que sería un pulpo gigante. Según Homero, los gorgones en forma de tentáculo eran hijos de Gea y hermanos de las Gorgonas Esteno, Euríale y Medusa, que era recordada por poseer serpientes en lugar de cabellos. Con Medusa compartían tanto el hecho de ser mortales como el poder de petrificar, cuando lograban unirse, a todo aquel que osara mirarles su horrendo rostro. Esta característica hizo que se asociara a los gorgones con la protección de los templos. Siguiendo la leyenda, durante la noche de la celebración de su victoria sobre los gorgones, los prisioneros robaron sus espadas y con el apoyo de su ejército, oculto en un cercano robledal, atacaron a las amazonas. Myrina logró huir y refugiarse en Libia, desde allí pasó a Egipto con un nuevo ejército con el que protegió a Horus, hijo de Isis, y emprendió la invasión de Arabia y de Siria. Myrina fundaría las ciudades de Gime, Pitane y Priene a lo largo de la costa y algunas más en el interior y se apoderó de las islas del Egeo. En la isla de Lesbos construiría la ciudad de Mitilene, nombre de una de sus hermanas que había participado en la campaña. La reina Myrina estuvo al borde de la muerte durante un temporal en el mar pero logró poner las naves a salvo en Samotracia, que aún estaba deshabitada. Posteriormente pasó a Tracia donde encontró la derrota y la muerte frente a los ejércitos del rey Mopso y su aliado, el escita Sipilo. Vencidos por los tracios, las amazonas que sobrevivieron regresaron derrotadas a Libia.

En el siglo XVI, los conquistadores españoles se dice que se habrían enfrentado, en la región actual de Mato Grosso brasileña, con una temible tribu de mujeres guerreras. Como referencia a las amazonas griegas, se puso este nombre al mayor río de la inmensa selva virgen sudamericana, el río de las Amazonas). Pero, ¿se trataba realmente de mujeres guerreras? Muchos historiadores tienden a creer que los españoles habrían tomado por mujeres a indios de esa región, que tienen rasgos finos, largos cabellos ondulados, y son barbilampiños. Hay una verdadera obsesión por el matriarcado, el reino olvidado de las todopoderosas sacerdotisas hechiceras, que serían parte de una civilización desaparecida, tal como puede observarse en las  en las extraños grabados de Libia, que en la Antigüedad representaba todo el oeste y el norte de África. Leonor Fini (1907 – 1996) fue una artista y pintora surrealista argentina. La sociedad imaginaria creada por Leonor Fini es claramente matriarcal, y esto parece que es porque ella vuelve a crear la organización espiritual de las sociedades primitivas, que también eran matriarcales. No es la señal de una dominación femenina, sino de la pertenencia a un culto muy antiguo, a la más antigua religión en realidad, que reaparece en la obra de esta pintora con singulares resurgencias, características de los basamentos mágicos de un arte conectado con las creencias primordiales de la Humanidad naciente. Los sociólogos que niegan la existencia real de una hipotética era matriarcal no han dejado de subrayar la improbabilidad física de una dominación por parte de las mujeres. No obstante, ahora está demostrado que la superioridad masculina es, en gran parte, el resultado de hábitos de pensamiento y de modos de existencia milenarios. Contrariamente a la opinión general, las mujeres, si bien con frecuencia son menos musculosas que los hombres, están dotadas, en cambio, de una mayor resistencia física. Los mitos más fabulosos sobre los continentes y razas desaparecidas han sido ampliamente recogidos por eminentes ocultistas, como H.P. Blavatsky, que nos expone con todo detalle un historial muy completo de misteriosas civilizaciones que habrían precedido a las que nos descubren la Historia y la arqueología científicas.

En su gran obra La Doctrina Secreta, Helena Petrowna Blavatsky, en 1888, nos cuenta la historia de las grandes razas humanas. Sus investigaciones se apoyan en el conocimiento real de tradiciones hindúes y budistas, de doctrinas cabalísticas y, a veces también, de interpretaciones personales. La Tierra habría estado habitada al principio por razas hiperbóreas. Luego, por seres que habitaban el desaparecido continente de Lemuria, del que Australia es un vestigio, y, posteriormente, por los atlantes, y más tarde, por la raza humana actual. Blavatsky nos dice que tres razas distintas sucederán a la nuestra. Se observará el papel que desempeña en toda esta visión ocultista, el famoso número siete. Hay siete razas, siete cuerpos, siete ciclos astronómicos… la ley de las reencarnaciones hace pasar a las almas siete veces por cada una de las razas de cada ciclo, etc. Blavatsky se esforzó por evaluar a su manera la duración de las eras geológicas. Así obtuvo 103 millones de años para la era primaria, 36 millones para la secundaria, 7 millones para la terciaria, y 1.600.000 años para la era cuaternaria, que todavía continúa en nuestros días. Pero el empleo de términos geológicos no reemplaza las épocas míticas. Blavatsky sitúa en los orígenes a «hombres divinos», seres gloriosos dotados de poderes sobrenaturales. Antes de iniciarse la era secundaria, hay la aparición de los andróginos, que serán barridos casi completamente por las sísmicas convulsiones geológicas de esta era. A su vez, éstos son sustituidos por los gigantes, ya con sexos separados. Blavatsky describe cinco razas humanas en la Doctrina Secreta. La primera raza, espiritual en su interior y etérica en su exterior, pero sin intelecto, habría vivido en el Polo Norte, en los tiempos primitivos, o sea, en la época de la primera consolidación de la corteza terrestre. La segunda raza, etérica, dotada de algo de inteligencia, habría poblado la legendaria hiperbóreas en la época primaria. La tercera raza, andrógina durante los dos tercios de su duración, habría poblado Lemuria durante toda la época secundaria. La cuarta raza, prehistórica, tenía como hábitat el continente de la Atlántida y pereció a mediados del mioceno, después de haber durado cuatro o cinco millones de años. En cuanto a la quinta, que es la Humanidad actual, existiría desde hace dieciocho millones de años.
Cada gran raza se dividiría en siete subrazas. Nosotros seríamos la quinta. Según Blavatsky nos sucederá una sexta subraza en América del Norte. En cuanto a la séptima y última subraza, deberá manifestarse en América del Sur. La Doctrina Secreta, de H. P. Blavatsky, abarca seis grandes volúmenes, y sus complejas enseñanzas se presentan como fundamentadas en un manuscrito muy antiguo, Las estancias de Dzyan, escrito en una lengua sacerdotal secreta, el senzar, y que habría sido el arquetipo primitivo de los más antiguos libros sagrados, como el Tao-te-king chino, las obras del Toth-Hermés egipcio, el Pentateuco de los hebreos. Este famoso manuscrito, «el libro más antiguo del mundo», explicaría toda la Historia del mundo, desde los «comienzos» más lejanos hasta la muerte de Krisna, que habría tenido lugar hace algo más de cinco milenios. En el Majabhárata, Krisna es primo de los líderes de ambos grupos contendientes: los pándavas y los kurus. Tuvo un papel importante en la lucha por el trono de la ciudad de Jastinápur, fundada por el rey Jastin, de la dinastía lunar, cuando se volvió amigo y aliado de los pándavas, los cinco hijos de Pandu. Su hermano Balaram, favorecía en cambio a los malvados kurus. Cuando el kuru Dushasana trató de desnudar ante la corte a Draupadi, la esposa de los cinco pándavas, Krisna la protegió proveyéndola de infinita tela para el vestido sari que la envolvía. Finalmente Krisna se puso en el bando de los pándavas, donde estaba su mejor amigo, Aryuna. A pesar de ser un dios, accedió a ser el auriga de la cuadriga de Aryuna en la gran batalla. Por eso se le conoce como Partha Sárathi (‘auriga del hijo de Prithu’). Al principio de la batalla, su primo Aryuna no quería pelear contra sus familiares, entonces Krisna le habló en el Bhagavad-gītā. El Matsia-purana indica que Krisna tenía 89 años cuando se produjo la batalla de Kurukshetra. Según el tratado de astronomía Aria-bhattíia, del matemático Aria Bhatta (476 – 550), “la era duápara iuga terminó y kali iuga comenzó el 18 de febrero del 3102 a. C. a las 14 h 27 min 30 s. Sin embargo, no está decidido si el kali iuga comenzó el día en que Duriodana fue tirado al piso por su primo Bhima (hermano de Aryuna), durante la batalla de Kurukshetra. Según esta tradición, el año 2000 habría sido el año 5101 de la era kali iugá, el día de la muerte de Krisna, 36 años después“.

Krisna reinó sobre los iadus en Dwáraka con sus 16.108 esposas, que incluían a Rukmini y Satiá Bhama. De estas 16.108 esposas, ocho eran sus esposas como príncipe, y 16.100 fueron rescatadas del demonio Narakasura, que las había retenido a la fuerza en su palacio. Tras matar a Narakasura rescató a estas 16.100 mujeres y las liberó. Pero todas ellas volvieron con Krisna diciendo que, al haber sido retenidas por Narakasura, ni su familia las aceptaría ni nadie querría casarse con ellas, permaneciendo así abandonadas. Krisna se casó con ellas y las acogió en su nuevo palacio, ofreciéndoles un lugar respetuoso en la sociedad. Tuvo miles de hijos, entre ellos Pradiumna, quien a su vez tuvo como hijo principal a Aniruddha. El Visnú-puranamenciona que Krisna abandonó Duarka 36 años después de la guerra del Majabhárata. El cazador Yará apunta al pie de Krisna al confundirlo con un venado amarillo. Al final, toda la familia de los iadus se mataron entre ellos, por efecto de una maldición, y Krisna fue muerto accidentalmente por un cazador, que lo confundió con un venado, a orillas del río Hiran, en Prabhas Patán, a la edad de 125 años, 7 meses y 6 días. Antes de dejar el cuerpo, Krisna tranquilizó y bendijo al cazador por su acto, y atribuyó su sufrimiento a los karmas generados en su manifestación previa como Rama, otro avatar de Visnú.

En entornos esotéricos se afirma que existirían unos centros espirituales, escondidos a los ojos de los profanos, que protegerían al mundo mediante su influencia invisible. De la misma forma se dice que existen lugares que habrían sido preparados mágicamente en los tiempos antiguos por grandes iniciados, para servir, en el transcurso de los milenios futuros, como puntos de reunión para los iniciados. Los esotéricos dicen que actualmente estaríamos asistiendo al inexorable ascenso progresivo de la sexta y penúltima raza humana, finalmente destinada a «liberarse de las trabas de la materia y de la carne». Curiosamente las concepciones de tipo esotérico-teosófico siempre hablan de una evolución regresiva, desde una gloriosa edad de oro. En un comentario que hace H.P. Blavatsky, nos dice: «La estatura de los hombres se reduce considerablemente y la duración de su vida disminuye. Habiendo ido a menos desde el punto de vista de la divinidad, se mezclaron con razas animales y se unieron en matrimonio con gigantes y pigmeos. Muchos de ellos adquirieron conocimientos divinos —incluso hasta conocimientos infieles— y siguieron fácilmente el camino de la izquierda (de la magia negra). Así es como los atlantes se acercaron, a su vez, a la cuarta destrucción». Según la Doctrina Secreta hay una jerarquía de entidades, que rigen la marcha y los mundos de la realidad. H.P. Blavatsky descubrió tradiciones muy antiguas en las narraciones budistas. Encontraríamos, por ejemplo, la existencia de unos primeros hombres cuyo cuerpo estaba compuesto de una especie de plasma espiritual, que todavía no tenían sexo y que planeaban sobre la superficie de las aguas terrestres. Hay que recordar que la teoría de una caída de la Humanidad es muy antigua y la encontramos en casi todas las religiones. Pedro Astete, en su obra Los Signos, hace conjeturas esotéricas sobre lo que él considera un símbolo crucial, que sería el cuadriculado general, que simbolizaría el espacio de dos dimensiones dividido proporcionalmente por la cruz, repetida en las dos direcciones con un intervalo igual. El esoterismo desarrolla grandes doctrinas sobre la Humanidad a lo largo de su desarrollo histórico y geográfico, pero escapan a cualquier tipo de confirmación científica.

Tenemos el caso de los mapas que habrían sido traídos de Cachemira por Charles Webster Leadbeater (1854 – 1934), influyente miembro de la Sociedad Teosófica, y que mostrarían la distribución de los grandes continentes sucesivamente desaparecidos. Al hablar de las civilizaciones perdidas uno evoca inmediatamente el mito de la Atlántida, el continente supuestamente sumergido en el océano Atlántico. Pero, ¿fue Platón el primero en hablar de la Atlántida? Para el esoterismo hay tradiciones muy anteriores al relato de Platón, que hablarían del continente desaparecido. Existe el testimonio de Crantor de Cilicia, filósofo griego de fines del siglo IV a comienzos del siglo III a. C. Según el platónico Proclo, tres siglos después de Solón los sacerdotes egipcios de Sais habrían mostrado a Crantor unas misteriosas estelas cubiertas de inscripciones jeroglíficas que contenían la «historia de la Atlántida y de las gentes que la habitaban». El texto mismo del Timeo, de Platón, nos da a entender que no se trata de una ficción, sino que nos proporciona un informe de acontecimientos históricos que se habrían producido nueve mil años antes de Solón. Y hay otra fuente platónica, un diálogo inacabado, totalmente dedicado a la Atlántida, y narrado por la misma fuente. Se trata del diálogo titulado Critias La Atlántida. Platón nos cuenta la invasión del suelo de la Grecia prehelénica por un formidable ejército compuesto por atlantes y guerreros de la Gran Tierra firme, quizás venidos de América, que estaba sometido a su dominación. Por otro lado, Platón y los sacerdotes de Sais describen una «primera Atenas», que había sido construida por una civilización muy anterior a los atenienses clásicos y que pudo resistir eficazmente las fuerzas atlantes. El abuelo de Critias, un sofista griego nacido en Atenas, conocía todo el relato sobre los atlantes a partir del gran legislador ateniense Solón, quien lo había recogido personalmente de labios de un sacerdote egipcio de Sais. He aquí un pasaje de Critias o La Atlántida, según traducción del filósofo francés Léon Robin: «Al lado del mar, pero hacia el centro de toda la isla, había una llanura que, según la tradición, fue la más bella de todas las llanuras y que poseía toda la fertilidad deseable. Y cerca de esta llanura, todavía en el centro de la isla, había, a una distancia aproximada de cincuenta estadios, una montaña de dimensiones muy pequeñas. En ella habitaba uno de los hombres que habían nacido primitivamente de la Tierra; su nombre era Evenor, y la mujer con quien vivía se llamaba Leucipa; tuvieron una sola hija, Clito. Cuando la muchacha alcanzó la edad núbil, su madre murió, así como también su padre. Entonces, Poseidón (dios del mar, el Neptuno romano), que la deseaba, se unió a ella, y eliminó todas las pendientes de la alta colina donde ella vivía transformándola así en una sólida fortaleza, estableciendo, unos alrededor de otros, alternativamente más pequeños y más grandes, unos verdaderos ruedos de tierra y mar, dos de tierra y tres de mar, como si, a partir del centro de la isla, hubiese hecho funcionar un tomo de alfarero, y hecho alejar del centro en todas direcciones aquellos cercos alternos, haciendo así inaccesible a los hombres el núcleo de la fortaleza; en efecto, todavía no existían ni barcos ni navegación. Luego, fue Poseidón en persona, quien, a sus anchas en su calidad de dios, adornó ese centro de la isla, haciendo brotar a la superficie de la tierra una fuente de agua doble, caliente y fría, que salía de un manantial haciendo producir a la tierra una nutrición variada y en cantidad suficiente».

Platón se extiende ampliamente acerca de los embellecimientos de la ciudad atribuidos a los atlantes, los legendarios descendientes de Neptuno a través del semidiós Atlas, de donde procedería su nombre. El Critias nos dice: «Ellos abrieron, partiendo del mar, un canal de tres pies de profundidad y de una longitud de cincuenta estadios, y continuaron su abertura hasta el foso circular más externo; gracias a ese canal, proporcionaron a los navíos el medio de remontar desde el mar hasta ese foso, como hacia un puerto, después de haber abierto en él una boca lo suficiente grande como para permitir la entrada de los más grandes bajeles. Como era natural, hicieron asimismo, frente a los puentes, en los solevantamientos circulares de tierra que, al separarlos, cerraban los cercos marítimos, unas aberturas suficientes para que un solo trirreme pasara a través de ellas desde uno de estos últimos al otro; luego las cubrieron con un techo lo suficiente alto como para permitir la navegación por debajo de él, pues los bordes de los solevantamientos de tierra sobrepasaban en suficiente altura el nivel del mar. Por otra parte, el mayor de los fosos circulares, aquél donde la abertura del canal dejaba entrar el mar, tenía tres estadios de ancho, y el solevantamiento de tierra que seguía tenía una anchura igual a la suya. Unos segundos cercos, el de agua tenía dos estadios de ancho y, a su vez, el de tierra era también igual de ancho que el foso anterior. Por último, aquel cuya agua corría alrededor del núcleo mismo de la isla, medía un estadio. En cuanto a ese islote central, en el cual se encontraban los aposentos reales, su diámetro era de cinco estadios, y estaba rodeado por todos lados, al igual que los dos últimos cercos, y que el puente que tenía un «pletro» de ancho, por una muralla circular de piedra, con unas torres y puertas que habían sido instaladas en las cabezas de puente, a cada lado, en los puntos de paso del agua del mar. La piedra era extraída del contorno de la montaña que constituía el islote central, y también de los solevantamientos de tierra, tanto de sus paredes como de su seno; en unos lugares era blanca, en otros negra o roja; la misma extracción de la piedra permitía, al mismo tiempo, habilitar en el hueco de la cantera de dos diques de carena, cuyo mismo peñasco constituía la bóveda. Para lo que son hoy día las construcciones, unas eran muy simples; en las otras, se entremezclaban las distintas piedras, tejiendo, como por diversión, un abigarramiento de colores (…) Además, todo el perímetro del muro lindante con el foso más externo había sido guarnecido de bronce, utilizado como se utiliza un revestimiento, y, por otra parte, el muro del foso interior había sido tapizado de estaño fundido. En cuanto al que rodeaba la propia acrópolis, había sido revestido de un latón que poseía el resplandor del fuego».
Pero esto no era nada, observa Platón, comparado con las increíbles maravillas del suntuoso palacio real, en el interior de la acrópolis de Atlántida. En el centro, se hallaba el espléndido santuario de Clito y Poseidón, lugar inviolable, todo él cercado por una maravillosa valla de oro. Nos proporciona asimismo una descripción que parece muy precisa de ciertos ritos de la religión de los atlantes, especialmente un rito de sangre de comunión con dios, en el que el fiel introducía en su cuerpo la fuerza divina al beber la sangre de la víctima animal. Pero Platón no nos da más detalles sobre el culto, la organización social, o las costumbres de los atlantes. A la pregunta de por qué fue aniquilada la civilización de los atlantes, Platón nos hace observar que su apogeo coincidió con un afán de poder y de perversión de las costumbres. He aquí lo que nos dice un pasaje del Critias: «Pero cuando llegó a empañarse en ellos (en los atlantes), el destino que tenían del dios, por haber sido mezclado, y muchas veces, con muchos elementos mortales; cuando predominó en ellos el carácter humano, entonces, impotentes desde entonces para soportar el peso de su condición actual, perdieron la compostura en su manera de comportarse, y su fealdad moral se hizo visible para los ojos que pudieran ver, puesto que, de entre los más preciados bienes, ellos habían perdido los más hermosos; mientras que para unos ojos ciegos incapaces de ver la relación de una vida auténtica con la felicidad, pasaban justamente entonces por buenos, en grado supremo, y por felices, llenos como estaban de injusta codicia y de poder». Se supone que ésta es la razón por la cual la Atlántida había de incurrir en la cólera de los dioses y sufrir una rápida destrucción. Según palabras de un filósofo neoplatónico, Filón el Judío, la Atlántida «en el espacio de un día y una noche se hundió quedando sumergida por un enorme temblor de tierra y quedó sustituida por un mar que, en realidad, no era navegable sino confuso y fangoso». Esta última expresión parece referirse al actual mar de los Sargazos.

Sobre el gran cataclismo, Platón, en el Timeo, nos dice: «Pero, en los tiempos que siguieron (la gran guerra de los antiguos atenienses contra la Atlántida) hubo violentos temblores de tierra y cataclismos; en el plazo de un día y una noche funestos que sobrevinieron, los combatientes (el Ejército ateniense) el pueblo entero, en masa, se hundió bajo la tierra, e igualmente la isla Atlántida se hundió en el mar y desapareció. Desde entonces sucede que, aún en nuestros días, el mar allí sea impracticable e inexplorable, obstaculizado por los bajos fondos de cieno que la isla depositó al hundirse en los abismos». Esto es, más o menos, todo lo que puede deducirse históricamente de la narración de Platón. Diversos investigadores han querido determinar la fecha exacta del gran cataclismo que sumergió a la Atlántida. Parece que Platón no cuenta un relato puramente mítico, , sino del conocimiento preciso de acontecimientos históricos que se desarrollaron en una época muy anterior a la Grecia clásica, puesto que nos sumergen en pleno período de la primera civilización griega a la que habría destruido el llamado diluvio de Deucalion, el mismo, sin duda, que el maremoto gigantesco del que una de sus consecuencias fue la desaparición del continente atlante. Fue la combinación de un cataclismo telúrico y marítimo que tuvo un desarrollo sumamente precipitado, habiendo destruido en veinticuatro horas un continente más grande que la actual Australia. El Diluvio de Deucalión fue llamado así para diferenciarlo del diluvio de Ogigia y otros. Fue provocado por la ira de Zeus contra los impíos hijos de Licaón, el hijo de Pelasgo. El mismo Licaón fue el primero en civilizar la Arcadia e institucionalizó el culto a Zeus Licio, pero enojó al dios sacrificándole un niño. Por esa razón fue transformado en lobo y su casa destruida por el rayo. Algunos dicen que Licaón tuvo en total veintidós hijos; otros dicen que cincuenta. La noticia de los crímenes cometidos por los hijos de Licaón llegó al Olimpo y el mismo Zeus fue a visitarles disfrazado de viajero pobre. Tuvieron la desfachatez de servirle una sopa de menudos en la que habían mezclado las vísceras de su hermano Níctimo con otras de ovejas y cabras. Zeus no se dejó engañar y, derribando de un golpe la mesa en la que le habían servido aquel repugnante banquete, los convirtió a todos en Lobos, menos a Níctimo, a quien devolvió la vida.

A su regreso al Olimpo, Zeus desahogó su disgusto desatando un gran diluvio sobre la tierra con la intención de borrar de su faz a toda la raza humana. Pero Deucalión, rey de Ptía, avisado por su padre, el titán Prometeo, a quien había visitado en el Cáucaso, construyó un arca, la llenó de avituallamiento y subió a bordo con su esposa Pirra, hija de Epimeteo. Luego empezó a soplar el viento del sur y comenzó la lluvia, y los ríos se precipitaban sobre el mar, que subía con asombrosa rapidez, arrasando y cubriendo cada ciudad de la costa y del interior, hasta que todo el mundo quedó inundado, a excepción de unas cuantas cimas montañosas, y todas las criaturas mortales parecían haber desaparecido, excepto Deucalión y Pirra, El arca estuvo flotando durante unos nueve días hasta que finalmente las aguas retrocedieron y la embarcación se posó en el monte Parnaso, o, en opinión de algunos, en el Etna, o en el Atos, o en el monte Otris de Tesalia. Se dice que Deucalión obtuvo la confirmación del fin del diluvio por una paloma que él mismo había enviado a explorar. Como se puede ver, un diluvio muy similar al bíblico. Pero las tradiciones narradas por Platón tal vez podrían explicarse por el recuerdo, deformado, de lo que contaron antiguos navegantes que descubrieron América, muchos siglos antes de Cristóbal Colón. Las famosas diez tribus perdidas de Israel habrían emigrado hacia el Norte y el Oeste, y finalmente habrían desembarcado en América. Recordemos los versículos del texto bíblico de Esdras: «Éstas son las diez tribus que fueron transportadas en cautividad fuera de su país en tiempos del rey Oseas, que fue hecho prisionero por Salmanasar, rey de Asiría, y las llevó al otro lado del mar hasta llegar a otro país. Pero ellos decidieron entre sí que abandonarían la muchedumbre de idólatras y que avanzarían hasta otro país que nunca había sido habitado por los hombres, a fin de poder seguir allí sus propias leyes, que no habían podido observar jamás en su país. Entraron en el Eufrates por los estrechos pasos del río, pues el Altísimo les hacía percibir unos signos y retuvo la corriente hasta que hubieron atravesado el río, pues había un largo trayecto que recorrer en aquel país, durante un año y medio. Y esa región se llama Arsareth. Vivieron allí hasta épocas recientes». Estos migraciones se situarían en el siglo V a. C.

Una tradición de los indios americanos aseguraba que Florida había sido habitada en otro tiempo por hombres blancos, que poseían instrumentos de hierro y probablemente fueron constructores de los enigmáticos y colosales montículos (mounds) de América del Norte. No hay ningún argumento en contra en una hipotética gran travesía de las diez tribus perdidas de Israel a través del Atlántico. La idea de que el continente americano haya podido conocerse desde la más remota antigüedad parece generalmente absurda para muchos historiadores contemporáneos. Normalmente se arguye la imposibilidad técnica de atravesar el océano con los pequeños navíos de los pueblos mediterráneos. Pero los indígenas de las Azores, interrogados por los portugueses, sabían muy bien que hacia el Oeste existían unas tierras habitadas. Los vientos favorables pueden conducir en quince días un velero de las costas de África a las costas orientales de América. En el Pacífico unas corrientes permiten ir bastante fácilmente desde China y desde Japón hasta California, lo que puede muy bien explicar el descubrimiento del «País de Fousang por una expedición de juncos chinos. Fousang es un país descrito en China en el año 499 por el misionero budista Hui Shen. Es un lugar a 20.000 li, al este del país de Da-han, y también al este de China. Es posible que la medida li, que se utilizaba durante el periodo Han midiera 415,8 metros. Si así fuera, la distancia de «20 000 li» se traduciría como 8316 kilómetros. Utilizando Google Earth, esa distancia es la que separa Guandong, el puerto principal de la marina imperial china, de California (Estados Unidos). Da-han es descrita como un lugar al norte-este del país de Wo (suroeste de Japón). Hui Shen se fue en barco a Fousang, y a su regreso informó de sus conclusiones al emperador chino. Sus descripciones se registran en el Liang-shu (‘historia de la dinastía Liang’) de Yao Silian (del siglo VII). Una cuenta temprana afirma que antes del 219 a. C., el emperador Shi Huang envió una expedición de unos 3000 condenados a un lugar llamado Fousang, que se extendía muy lejos hacia el este, a través del océano, para que fueran sacrificados ante un dios volcán que tenía el elixir de la vida. Al parecer, hubo dos expediciones bajo las órdenes de Xu Fu, el hechicero del tribunal, a buscar ese néctar de la inmortalidad. La primera expedición regresó varios años después, hacia el 210 a. C., cuando Xufu afirmó que una criatura marina gigante les había bloqueado el camino. La expedición partió por segunda vez, con arqueros que harían frente a este monstruo, pero nunca más se supo de ella.

Cada vez menos se considera a Cristóbal Colón como el primer descubridor del Nuevo Mundo. En la región andina peruana de Chachapoyas, situada en las fuentes del Amazonas, sobre la enorme selva americana, a más de 2.000 metros de altitud sobre el nivel del mar, en la actualidad existen aún personas de rasgos europeos y cabellos rubios, que no provienen de colonos europeos, sino que su presencia en la región está documentada como anterior a la conquista española. Ya los conquistadores españoles hicieron mención en sus crónicas a estos blancos de Chachapoyas, y especialmente a la belleza de sus mujeres. En una crónica se cita el nacimiento de un niño al que los chachapoyas consideraban como hijo de los dioses, por ser tan rubio y tan blanco que aun era difícil encontrarlos así en la misma Europa. Los españoles que conquistaron América definían a los chachapoyas como blancos, rubios y de elevada estatura, por lo general, un palmo más que los mismos españoles. Los chachapoyas blancos recordaban la memoria de que sus antepasados provenían del este. Al este de Chachapoyas está la región selvática del Amazonas y más allá el Atlántico. Entre las representaciones que han quedado escritas en diversos edificios, podemos ver dibujos y figuras representaciones de barcos de grandes proporciones, lo que nos da a entender que los primeros chachapoyas, bien podían haber llegado desde Europa a América vía marítima. Siguiendo las corrientes oceánicas, desde el oeste de África habrían llegado hasta las costas de Sud América, para remontar el curso del rio Amazonas en barco, para finalmente instalarse en las más frescas regiones andinas, evitando el calor tropical. Los chachapoyas eran temidos guerreros. Utilizaban como arma hondas idénticas a las de los antiguos habitantes de las islas Baleares. Eran maestros en el arte de la trepanación del cráneo, para aliviar la presión craneal, al igual que los celtas. También coinciden con los celtas en que coleccionaban cabezas cortadas de sus enemigos. Construían casas de piedra redondas, con un diámetro de entre 7 y 9 metros, casas idénticas a las celtas.
Todavía hoy pueden verse las ruinas de las murallas del imperio chachapoya, con muros enormes en elevaciones montañosas que recuerdan fortalezas europeas. Unas esculturas de rasgos indoeuropeos que impasibles observan el horizonte, halladas entre barrancos en las montañas, son muy similares a las que encontramos más hacia el oeste, en el Océano Pacífico, en la isla de Pascua. Cuando el conquistador español Orellana, remontando el río Amazonas, llegó a las inmediaciones de la actual Manaos, los indios de la región le hablaban de unos hombres blancos, altos y rubios que vivían en ciudades más allá de la selva y que guardaban tesoros inmensos. Más adelante, los conquistadores españoles, se encontraron con una delegación de 4 hombres blancos rubios y altos, bien vestidos y de formas educadas, quienes preguntaron a los españoles sobre la intención que tenían. Los españoles les dijeron que buscaban convertir la región al cristianismo y someterles a la corona de Castilla. Se despidieron y nunca más volvieron a encontrarlos. Tal vez podían haber sido unos enviados chachapoyas. Un verdadero enigma lo constituye el origen de los primeros chachapoyas blancos que llegaron a América mucho antes de la llegada de los españoles. ¿Qué hacían en aquellas tierras?. Si nos centramos en los actuales descendientes de los chachapoyas blancos, vemos cómo entre ellos predominan aún rasgos raciales nórdicos, cabellos rubios, ojos claros, piel blanca rosada o pecosa, pese a que el mestizaje amerindio se halle muy introducido. Si bien, ateniéndonos a la historia oficial, nos puede parecer un misterio, esto nos demuestra que América fue conocida y habitada de muy antiguo por pueblos blancos, quienes, tal vez, fueron los descendientes de los “dioses blancos” creadores de los antiguos imperios. Los españoles del siglo XVI no eran precisamente rubios ni de ojos clarosSin embargo, en dichas zonas aun se ve muchos pobladores rubios y de ojos claros con rasgos europeos. Pero nadie sabe cuáles son sus orígenes. Lo que parece evidente es que la raza quechua y andina en Perú es producto de varias mezclas raciales, como la asiática, polinésica y blanca, pues en el quechua el aporte blanco seria en su cara alargada, ya que no tienen la nariz chata. Además, son de talla media pero proporcionada.

Al principio de la Edad Media se produjeron expediciones de los frisones, habitantes de Frisia (en la actual Holanda), por el mar Tenebroso, como era conocido el océano Atlántico, más allá de Islandia. Actualmente es bien conocida la colonización de Groenlandia, hacia el 680 – 700 de nuestra era. Posteriormente es conocida la colonización de áreas de América del Norte por parte de los vikingos, establecidos primeramente en Islandia. Pero el descubrimiento por el navegante islandés Ari Marsson de una tierra desconocida, llamada por los vikingos Hvétramannálandtierra de los hombres blancos») o Irland-it-mikla («la gran Irlanda») parece demostrar la colonización de América del Norte, antes de Colón, por parte de los celtas y quizá de predecesores todavía más antiguos. Las tradiciones de los pieles rojas se refieren a un pueblo de enviados divinos, de raza blanca, que habían venido de Oriente en una fecha muy lejana. Se trata de aquellos hombres enigmáticos que, sin duda, habrían edificado los montículos (mounds), tan numerosos en toda la cuenca del Misisipi. La cultura de los montículos es una cultura arqueológica precolombina que se desarrolló en el centro sur y sudeste de los actuales Estados Unidos. Se llama constructores de montículos (mound builder) a los portadores de esta cultura, que probablemente pertenecieron a diferentes grupos étnicos y lingüísticos. Las mayores concentraciones de túmulos se dan en el estado de Ohio, donde se han localizado más de 10 000. Uno de los sitios más representativos de las culturas de los montículos es Cahokia, en el valle del Misisipi. Así pues, los navegantes irlandeses conocían muy bien, desde los mismos comienzos de la Edad Media, lo que ellos llamaban el «País de los Montículos».

Las sagas irlandesas situaban la Gran Irlanda más al Norte del continente, detrás del Markland (la Nueva Escocia actual), al sur del Helluland (el Labrador) y al norte del Vinland (la actual parte septentrional de los Estados Unidos). Markland es el nombre dado por Leif Eriksson a uno de los tres territorios que descubrió durante su exploración a Norteamérica. La palabra Marklandia procede del Nórdico antiguo y designa una tierra de bosques o tierra fronteriza. Se ha descrito como tierra al norte, delante de Vinland y al sur de Helluland. Aunque los europeos nórdicos nunca llegaron aparentemente a asentarse, es probable que hubiera expediciones desde Groenlandia para asegurar el suministro de madera. Se trataría de los establecimientos celtas de la península situada al sur del estuario del río San Lorenzo, o sea, del Nuevo Brunswick y de una parte del Bajo Canadá. América, en general, era conocida por los irlandeses con el poético nombre de Hy Brasail, que significa «Isla de los Bienaventurados». Hy-Brasail es una isla legendaria que apareció en los antiguos mapas desde una época tan temprana como 1325 hasta bien entrado el siglo XIX. En la mayor parte de estos mapas, se encontraba situada en el Atlántico Norte, aproximadamente a unos 321 kilómetros de la costa occidental de Irlanda. Uno de los rasgos geográficos más característicos de Hy-Brasail en estos mapas es que a menudo aparece dibujada como un círculo con un canal (o río) que la recorre de este a oeste atravesando su diámetro. Durante siglos han circulado por toda Europa historias acerca de esta isla, con relatos en los que se aseguraba que era la tierra prometida de los santos o un paraíso en el que habitaba una avanzada civilización. En los mitos irlandeses, se decía que se encontraba siempre envuelta en brumas salvo un día cada siete años, en el que se hacía visible, aunque seguía sin poder ser alcanzada. Por otra parte, aún subsisten vestigios arqueológicos de esta colonización irlandesa del Nuevo Mundo. La «Redonda» de Newport (en Rhode Island) sería, tal vez, un antiguo santuario celta. En realidad, América fue vista continuamente, contrariamente a la opinión común, por navegantes de la Antigüedad y del Medievo. Las historias de horribles peligros, sobrenaturales y demoníacos eran inventadas fácilmente por los propios navegantes, para alejar a los posibles competidores comerciales. Esta es la razón por la cual las leyendas acentúan con tanta frecuencia el carácter infranqueable del océano Atlántico.

Los sabios antiguos estaban convencidos de la absoluta inhabitabilidad de determinadas regiones de la Tierra. Cicerón en el Sueño de Escipión, reproduciendo las palabras que pone en boca de Escipión el Africano, general romano durante la segunda guerra púnica, nos dice: «Ved la Tierra. Está rodeada de círculos que llamamos zonas: las dos zonas extremas, cuyo centro respectivo son los polos, están cubiertas de hielo. La del centro, que es la mayor, está quemada por los rayos del sol. No quedan, pues, más que dos que sean habitables. Así los pueblos de la zona templada austral, que se encuentran en las antípodas, son, para vosotros, como si no existieran». San Agustín nos decía: «Dado que la Biblia no puede equivocarse jamás y que sus narraciones del pasado son la garantía de sus predicciones para el futuro, es absurdo decir que unos hombres hayan podido llegar, a través del inmensos océano, al otro lado de la Tierra para establecer también allí la especie humana». Los mitos egipcios, al considerar el lejano Oeste como la morada del dios Osiris y de los muertos, no invitaban a los navegantes a aventurarse en el océano. Una inscripción que data de la quinta dinastía, y que fue encontrada sobre una pirámide de Saqqara, dice: «¡No andéis por esas vías de agua de Occidente! Los que van no vuelven jamás». Durante milenios, las aguas situadas al otro lado de las Columnas de Hércules, el actual estrecho de Gibraltar, serán consideradas el «mar peligroso». Y, sin embargo, hemos visto la atracción que sentían los antiguos por los caminos de occidente que conducían a las «islas de los Bienaventurados», o a las paradisíacas «islas Afortunadas». Esa atracción resistió los temores ancestrales, divulgados por los navegantes fenicios y cartagineses, que explicaban horribles historias para salvaguardar sus privilegios comerciales, adquiridos evitando el libre paso a través de las Columnas de Hércules a casi todas los demás grandes pueblos marítimos.

Parece evidente que los fenicios se aventuraron, al menos, hasta el mar de los Sargazos, y que incluso es posible que llegasen a América del Sur. En la costa occidental de América del Sur, e incluso en California, ha podido comprobarse la identidad de las palabras de ciertas lenguas tribales indias con las de ciertas lenguas oceánicas. Y los paralelismos lingüísticos son todavía más fáciles de descubrir entre América y Asia, África o incluso la antigua Europa. Existen ciertas analogías inquietantes. Augustus Le Plongeon (1825 – 1908) fue un fotógrafo, anticuario y arqueólogo británico. Realizó estudios de diversos yacimientos arqueológicos precolombinos, particularmente de la civilización maya en la península de Yucatán. Le Plongeon, pudo demostrar que hasta un tercio de las del lenguaje maya a veces recuerdan sorprendentemente el griego antiguo, mientras que existen analogías entre los caracteres del alfabeto de los antiguos mayas y ciertos jeroglíficos del antiguo Egipto. El idioma chiapaneco es una lengua de México que en la actualidad se considera extinta. Su territorio étnico tradicional correspondía al municipio de Chiapa de Corzo y a toda la depresión central del estado mexicano de Chiapas. El chiapaneco era el idioma hablado por los antiguos chiapanecos. Se conservan en el habla española algunos apellidos, toponimias, nombres de objetos, danzas tradicionales y tradiciones. Sorprendentemente, este lenguaje contiene palabras hebreas. Paul Le Cour, escritor, esotérico y astrólogo francés, y sus colaboradores de la revista francesa Atlantis hicieron un gran esfuerzo por revelar sistemáticamente todos los paralelismos etimológicamente posibles. Hay una evidente convergencia en símbolos esotéricos tradicionales, como la cruz, el círculo, la serpiente, el disco solar, la esvástica, etc., que se encuentran tanto en civilizaciones de la América precolombina como en las grandes culturas antiguas del Viejo Mundo. Asimismo, se observan analogías muy significativas en la arquitectura religiosa. Por ejemplo, las pirámides se encuentran también en las vecindades del Mediterráneo y cerca del golfo de México. Contrariamente a una objeción que se hace frecuentemente, los teocalli de los mayas y de los aztecas son verdaderas pirámides, cuya intención geométrica salta a la vista y que, a pesar de sus diferencias, manifiestan una misma estructura que las del valle del Nilo.

Todas esas analogías entre América y el Antiguo Continente reforzarían la idea de la antigua existencia de la Atlántida. En efecto, o hay que admitir una relación directa entre los mayas y los antiguos egipcios, por ejemplo, o bien nos veremos obligados a admitir una fuente común para esos dos grandes pueblos, lo cual permite darse cuenta de las innegables similitudes. Pero las diferencias, que las hay, son explicables por la hipótesis de dos pueblos que evolucionan, cada uno por su lado, a partir de una hipotética fuente común. Antilia y Brasil, así como otras islas fabulosas y fantasmales del Atlántico, han dado lugar a todo tipo de hipótesis. La más célebre de esas tierras huidizas es la isla de Antilia. En 1414, un navío español se habría acercado por vez primera a esa gran isla, de una superficie tan importante como la de España, y que estaba situada a 33° de longitud Norte. El número 33 no es un número más. Automáticamente lo relacionamos con algunos hechos, como la edad de Jesús a su muerte, un importante grado de la masonería, o la cantidad de vértebras que componen la columna vertebral humana. Dante Alighieri dedica en su obra La Divina Comedia 33 cantos al infierno, 33 al purgatorio y 33 al paraíso, cada uno dividido en tercetos. Sin dudas el 33, como otros números, es una cifra especial que encierra profundos misterios. En los tratados y mapas geográficos medievales aparecen toda una serie de islas fabulosas, con nombres diversos, como Stocafixa (Bacalao en lenguas germánicas), Roillo (o Ymana), Antilia, Brazil o Brasil. Esos nombres figurarán todavía muchas veces en los mapas hasta el siglo XVI y, en algunas ocasiones, años posteriores. La poca precisión de las localizaciones (longitud y latitud) realizadas por muchos navegantes antiguos puede muy bien explicar errores que hayan hecho situar una tierra real en un lugar geográfico a veces muy alejado. Puede ser también que haya habido costas continentales que fueran vistas desde lejos por un navío, y que hubieran sido tomadas por las de una isla. Por ello pueden haber identificaciones diversas.
Posteriormente los nombres de Antilia y Brazil se emplearán para designar descubrimientos reales. Obsérvese que Stocafixa («isla del bacalao seco») era, quizá, Terranova, conocida por ciertos marinos medievales. El nombre de Antillas no es atribuido a las islas Caribes hasta en el siglo XVII. Sin embargo se da el caso de brumas que desde lejos fueron tomadas por una costa. También, a veces, esas historias de descubrimientos de una isla desconocida pueden explicarse por el encuentro de un iceberg. Pero no podeos obviar los descubrimientos reales que pueden esconderse detrás de relatos fantásticos. La imposible de encontrar isla Brasil será dibujada, durante siglos, en los mapas medievales en el mismísimo centro del Atlántico. Más tarde, este nombre servirá para designar el Brasil actual. La pregunta que nos podemos hacer es si pueden haber desaparecido grandes islas después de su supuesto descubrimiento. Por ejemplo, cataclismos geológicos han podido hacer desaparecer un archipiélago descrito por navegantes venecianos. Los hermanos Zeno, Nicolò (1326 -1402) y Antonio Zeno eran unos nobles italianos de Venecia que vivían en la segunda mitad del siglo XIV, que fueron famosos durante el renacimiento por una polémica exploración en las aguas del Atlántico Norte y del Ártico. En efecto, los hermanos Zeno, descubrieron este archipiélago al otro lado de Islandia, y que se dice que servía antiguamente de albergue secreto a los marinos que recorrían un itinerario secreto que unía a Europa con el mundo transoceánico. Tal vez era también el caso de las legendaria Isla de las Siete Ciudades. Cíbola es una ciudad legendaria llena de riquezas, que durante la época colonial se suponía en algún lugar del norte de la Nueva España, en lo que hoy es el norte de México y el suroeste de Estados Unidos. La leyenda medieval de las Siete Ciudades se origina con la invasión de los moros a la península ibérica, donde, según el relato, siete obispos partieron desde allí para luego establecerse en una tierra ubicada al oeste, cruzando el mar, donde cada uno habría fundado su propia ciudad. El descubrimiento de América en 1492 y los rumores sobre la existencia de grandes ciudades al norte del continente hicieron que el fray Marcos de Niza afirmara, sin mayor fundamento, de que allí se escondían las legendarias Siete Ciudades, lo que provocó su intensa búsqueda durante los años subsiguientes sin ningún resultado. Después de la conquista de la península Ibérica por los árabes, siete prelados, bajo la dirección de uno de ellos, se habrían embarcado hacia el Oeste con toda su grey. Después de una larga travesía, habrían abordado finalmente una isla desconocida, que llamaron de una forma natural Isla de las Siete Ciudades.

En 1477 un navegante portugués, que fue a la deriva en el Atlántico a consecuencia de una gran tempestad, habría desembarcado en la gran isla, encontrando las siete ciudades, cuyos habitantes aún hablaban portugués de antes de la conquista árabe. Encontramos fabulosas historias sobre las Siete Ciudades, pero esta vez transportadas al continente americano por la imaginación de los conquistadores. En 1530, el padre franciscano Marcos de Niza intentaría hallar en California una región, de una opulencia increíble. Se trataría de las Siete Ciudades de Cíbola.  La expedición ulterior del conquistador Francisco Vázquez de Coronado no encontró dicho reino. Pero curiosamente existía en California un poblado indio muy pobre que precisamente llevaba el nombre de Cibola. Además, esa región de California presenta una curiosa peculiaridad étnica. Se trata de la existencia de indios de piel clara y cabellos rubios. Pero la que es realmente una de la principales leyendas es la de El Dorado, el reino del «Hombre Dorado». Ha sido continua su búsqueda por parte de intrépidos exploradores, que han partido hacia la conquista de esta selva misteriosa, generalmente localizada en la región amazónica todavía sin explorar. Se trata de una región misteriosa de grandes edificios abandonados, pueblos desconocidos que habitan la parte inexplorable del Mato Grosso, que es donde habría desaparecido el célebre coronel Fawcett. Pero El Dorado, reino de un legendario rey barbudo llamado Tatarrax, había sido primeramente situado por los conquistadores en Quivira, en los límites de California. En Historia General de las Indias , de Francisco López de Gómara, podemos leer: “Viendo la poca gente y muestra de riqueza, dieron los soldados muy pocas gracias a los frailes que con ellos iban y que loaban aquella tierra de Sibola; y por no volver a México sin hacer algo ni las manos vacías, acordaron de pasar adelante, que les decían ser mejor tierra. Así que fueron a Acuco, lugar sobre un fortísimo peñol, y desde allí fue don Garci López de Cárdenas con su compañía de caballos a la mar, y Francisco Vázquez con los demás a Tiguex, que está ribera de un gran río. Allí tuvieron nueva de Axa y Quivira, donde decían que estaba un rey dicho por nombre Tatarrax, barbudo, cano y rico, que ceñía un bracamarte, que rezaba en horas, que adoraba una cruz de oro y una imagen de mujer, señora del cielo“.

Francisco Vázquez de Coronado esperaba poder llegar a descubrir el fabuloso reino cristiano del «Preste Juan» en esa región de Cibola, a unas 400 leguas al norte de México. La leyenda de Preste Juan y su reino capturó la imaginación de Occidente desde el siglo XII hasta el XVII. Durante ese tiempo los europeos lo buscaron con gran ahínco y dedicación en los confines de Asia, India y más tarde, en Etiopía y América. Era un reino perdido, que había quedado aislado del resto de la cristiandad y rodeado de paganos. Era un reino lleno de maravillas y riquezas, casi un paraíso en la tierra, dirigido por un hombre sabio, presbítero y rey a la vez, descendiente de uno de los Reyes Magos. La leyenda de Preste Juan aparece a principios del siglo XII con los rumores de dos visitas, una, del Arzobispo de India a Constantinopla y otra, del Patriarca de India a Roma en tiempos del Papa Calixto II. No hay evidencias fiables de estas visitas, pues los testimonios de los que se dispone son de fuentes indirectas. Durante la expedición de Vázquez de Coronado se había de descubrir algo muy curioso. Se trataba de unos restos de los «navíos del Catay», es decir juncos chinos. Catay es el nombre que se dio en los relatos de Marco Polo a la región asiática que comprendía los territorios situados en las cuencas de los ríos Yangtsé y Amarillo, en la actualidad parte de China. Deriva del nombre de los khitan o kitán, grupo que dominaba el norte de China durante la época en la que, según su relato, Polo habría visitado China. Actualmente es considerado como un nombre arcaico y literario de China. La expedición de Francisco Vázquez de Coronado, emprendida a través del desierto californiano, para ir a descubrir el fabuloso El Dorado en la mítica región de las Siete Ciudades de Cíbola, no había de ser la única. También hubo expediciones para comprobar otro mito de los conquistadores, el rico imperio indio del Paititi, que es un legendario reino incaico o pre-incaico, supuestamente localizado al sur de la Amazonia, en la región fronteriza que actualmente ocupan Bolivia, Brasil y Perú. La leyenda se originó en la interpretación de algunos escritos del siglo XVI, cuyos autores eran Vaca de Castro, Pedro Sarmiento de Gamboa y Juan Álvarez Maldonado. Estos escritores se referían a un reino situado en la selva baja amazónica, probablemente cerca de la actual frontera entre Bolivia y Brasil. La leyenda del Paititi continuó en 1635 cuando, en las Crónicas de Lizarazu, fue citado el Inca Guaynaapoc y su retorno desde el Cusco al Paititi donde reinaba su padre, en las cercanías del río Guaporé, en la actualidad el estado brasileño de Rondonia. En Perú también se ha desarrollado otra leyenda sobre la historia de Inkarri que, después de haber fundado Q’ero y Cusco, se retiró a la selva de Pantiacolla a vivir el resto de sus días en la ciudad de Paititi. Esta leyenda se divulgó por el arqueólogo Oscar Núñez del Prado en 1955 después de un contacto que tuvo con la comunidad de nativos quechua hablantes en el pueblo de Q’ero, en la cordillera de los Andes.

En la época contemporánea se ha hablado de otras posibles localizaciones de El Dorado. Una sería en Paraguay, con la leyenda de las tres Ciudades de los Césares; otra en el macizo guayano de los montes Tumuc-Humac, otras en una región inexplorada de la cordillera de los Andes y, finalmente, en la impenetrable selva virgen que reina en los lugares todavía desconocidos del Mato Grosso brasileño. Continuamente nuevos exploradores han intentado el fabuloso viaje. Otra región legendaria es la misteriosa región de las Minas del Rey Salomón. Cuenta la Biblia que el rey Salomón fue un rey judío, que además de ser justo, llevó a su pueblo la prosperidad, quizás por unas legendarias minas de oro que le hicieron nadar en la abundancia. Ofir es un puerto o región mencionada en la Biblia que fue famosa por su riqueza. Se cree que el rey Salomón recibía cada tres años un cargamento de oro, plata, sándalo, piedras preciosas (ofi), marfil, monos y pavos reales de Ofir. De ahí que ofi sea una gema preciosa sin tallar. Estudiosos de la Biblia, arqueólogos y otras muchos eruditos han intentado determinar la localización exacta de Ofir. Muchos estudiosos modernos sostienen que podía haber estado en el suroeste de Arabia, en la región del actual Yemen. Ésta es también la posible localización de Sheba. Otra posibilidad es la costa africana del Mar Rojo, ya que el nombre puede ser derivado de la etnia Afar de Etiopía. Otros posibles localizaciones varían enormemente. El Easton’s Bible Dictionary(1897) menciona la conexión a «Sofir», el nombre copto para la India, y también una posible conexión a Abhira, en la desembocadura del río Indo. Flavio Josefo lo conectó con Cophen, un río indio, a veces asociado a una parte de Afganistán. Algunos estudiosos, que proponen conexiones entre Eurasia y América antes de la llegada de Colón, también han hecho sus propias hipótesis, incluyendo lugares como Perú. En 1568, Alvaro Mendaña, llegando a las islas Salomón les llamó así, porque pensaba haber llegado en Ofir. Otra referencia se encuentra en el Gazophilatium regium Perubicum (1647) de Gaspar de Escalona Aguero, especialmente en su portada, que hace de Perú y las minas de Potosí un nuevo Ofir y así compara Salomón al rey Felipe IV. Quizás esté en la cuenca superior del Amazonas, en los límites de la cordillera de los Andes y también de las Guayanas. La región propiamente dicha de las Minas de Ofir pudo estar situada cerca del río Iapura, afluente del Amazonas, en la frontera de Colombia y Brasil.

Las investigaciones de un erudito explorador, el vizconde Onfroy de Thoron, pudieron demostrar que los viajes trienales de las flotas de Salomón y de Hiram, cuyos marineros eran todos fenicios, pudieron muy bien tener como objetivo el futuro río de las Amazonas y sus grandes afluentes. Nuestro autor invocaba paralelismos lingüísticos. Hay todo tipo de pruebas indirectas, especialmente curiosas similitudes filológicas entre la lengua quechua de América del Sur, hablada por los indios del Perú, y el hebreo antiguo. Al parecer, los fenicios se establecieron primero en la isla de Haití, para ir a fundar colonias o ciudades en el continente sudamericano, pasando, sin duda, por Cuba. Por otra parte, parece probable que otros pueblos antiguos, aparte de los fenicios, hayan intentado cruzar el Atlántico. Los griegos, sin duda, habían podido establecer colonias en América desde antes de la fundación de Cartago. Parece que regularmente salían expediciones del Antiguo Egipto hacia el Oeste, es decir con destino a América, para traerse el oro, tan necesario para la fabricación de los ornamentos destinados para los templos y palacios. Platón señala que, más allá de la Atlántida, existen grandes y numerosas islas, seguramente las Antillas, seguidas de la Gran Tierra firme. Y más allá, a su vez, el Gran Mar, lo que no puede ser otra cosa que el océano Pacífico. Diodoro de Sicilia habla de una gran «isla» transoceánica, que describe así: «Está a una distancia de Libia de varios días de navegación, y se halla situada al Occidente. Su suelo es fértil, de gran belleza y regado por ríos navegables». La descripción se puede aplicar con exactitud a América del Sur. Al parecer, las autoridades vaticanas han conservado durante siglos el conocimiento exacto, pero secreto, de los itinerarios marítimos que llevaban a las «tierras del Oeste», especialmente, a las tierras norteamericanas del «Sur de Groenlandia». En 1477, Cristóbal Colón llegó a Islandia, después de una corta estancia en Irlanda. Había estado investigando acerca de los legendarios viajes de San Brandán. En cuanto a la historia de una ruta «nueva y más corta» a las Indias orientales, en realidad parece haber sido destinada al gran público, ya que el contrato firmado por Colón con la Corte de España mencionaba todas las islas y continentes «que él podría descubrir», y no mencionaba las Indias.
Harvey Spencer Lewis (1883 – 1939), fue autor de numerosos artículos y libros esotéricos y fundador de la Orden Rosacruz AMORC en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos (1915), en la que desempeñó el cargo de Imperator, título tradicional del máximo representante de la organización, desde 1915 a 1939, año de su muerte en San José de California. En su libro Rosicrucian Manual (1918), el doctor Spencer Lewis escribió lo siguiente: «La Atlántida, nombre del continente que ocupaba en otro tiempo una inmensa porción del espacio actualmente cubierto por el océano Atlántico. La Atlántida tenía, en determinadas regiones, una civilización bastante avanzada y constituye la antigua fuente de la cultura mística. El monte Pico, que se eleva todavía sobre el océano en el archipiélago de las Azores, era una montañas sagrada para la iniciación mística». Además, parece que Platón no es la única confirmación de esta localización tradicional: de la Atlántida, ya que entre los antiguos celtas encontramos otros detalles que coinciden con el relato platónico, pero sin mencionar el nombre de la Atlántida. Particularmente, unas crónicas irlandesas suministran detalles muy curiosos sobre los testimonios desaparecidos de la gloriosa civilización sumergida. Por ejemplo, existen, las tradiciones referentes a las extrañas estatuas indicadoras erigidas en otra época en las islas del océano Atlántico: siete en las actuales islas de Cabo Verde; una en la cima de una montaña en la isla de Corvo, la más septentrional de las Azores, y que será todavía observada por los marinos portugueses y españoles. Representaría un caballero extrañamente vestido, cuya mano derecha señalaba el Occidente. Según algunas tradiciones irlandesas, el itinerario marítimo que conducía a las tierras del Oeste estaba indicado por una estatua de bronce, en la cima de un peñasco elevado, perdido en medio de las olas, de una mujer que indicaba el Oeste. Los navíos que se hubiesen aventurado en aquella zona habrían permanecido tres años ausentes de su patria, ¿tal vez en universos paralelos? Pero las tradiciones irlandesas se refieren a un continente situado en nuestro mundo y que no parece ser otro que la Atlántida de Platón, identificada corrientemente por los irlandeses con la Mag Mor de las viejas leyendas celtas, con la «gran llanura», país legendario de los dioses y de los muertos desde que se hundió totalmente bajo las aguas. Y esas tradiciones confirman la situación común de Atlantis,  la ciudad de las Puertas de Oro, la extraordinaria capital de los atlantes, en el espacio marítimo actualmente situado en el noroeste de las Azores.

Una pregunta a hacernos es si la Atlántida fue engullida totalmente. Tal vez no habrían quedado más que las cimas más elevadas, que forman hoy día las Azores y las Islas Canarias, archipiélagos volcánicos a lo largo de las costas africanas. Un navegante americano, pretende haber visto, poco antes de la Segunda Guerra Mundial, en un tiempo extraordinariamente claro, unos grandes vestigios de construcciones cubiertas por la arena a lo largo de las islas Azores. Según algunas leyendas, durante la existencia del continente atlante el eje polar estaría enfocado hacia las Pléyades, y el pico del Teide, en Tenerife, que era antiguamente el pico más alto de la Atlántida, sería el último vestigio de la vieja «tierra sagrada» de los hijos de Atlas. En la mitología griega, Atlas (‘el portador’) era un joven titán al que Zeus condenó a cargar sobre sus hombros al cielo (a Urano). Era hijo de Jápeto y la ninfa Clímene, y hermano de Prometeo, Epimeteo y Menecio. Fue el padre de las Hespérides, Mera, las Híades, Calipso y las Pléyades. En las leyendas celtas se encuentran muchas tradiciones que se refieren a ciudades engullidas, y a países y hombres que «viven bajo las aguas», lo que atestigua el recuerdo de un gran cataclismo en el océano Atlántico. Los druidas habían conservado asimismo en Alesia, equivalente céltico a la Tebas egipcia, en tiempos de Vercingetorix, tradiciones explícitamente referentes a los atlantes. Vercingétorix (80 – 46 a. C.) era hijo del líder galo Celtilo, de la tribu de los arvernos. A finales de la Guerra de las Galias, unió a la mayoría de las tribus galas con el objetivo de enfrentarse a Julio César y expulsarle de sus territorios. Vencido en Alesia (52 a. C.), fue apresado y encarcelado en el Tullianum durante seis años, hasta que fue ejecutado tras celebrarse el triunfo de César. Sus hijos fueron educados como romanos. En el enigma de la Atlántida hay que considerar la realidad histórica y arqueológica, y el mito y las tradiciones. En 1858, durante la colocación del cable telegráfico submarino entre Inglaterra y Estados Unidos, se desenterraron, a unos100 km al Norte de las Azores y a una profundidad de 3100 metros, pequeños trozos de una roca basáltica que no puede solidificarse más que al aire libre, y que, además, presentaba unas aristas agudas, angulosas, atestiguando la ausencia de erosión realmente importante, lo que implicaba que el hundimiento del suelo se había producido en una época geológica relativamente reciente. Este hecho mereció los comentarios del geólogo francés Pierre Termier en su libro La Atlántida: «Un solo punto queda por clarificar, la cuestión de saber si el cataclismo que trajo consigo la desaparición de la isla es anterior o posterior a la aparición del hombre en Europa occidental».

Las riberas europea y africana del Atlántico forman una línea casi ininterrumpida de tierras volcánicas, desde la isla de los Pájaros y de Jan-Mayen, en el Ártico, hasta los volcanes del continente antártico. Además, los temblores de tierra son frecuentes en toda esa inmensa región. Geológicamente es posible la existencia de un gran cataclismo. El conde Gian Rinaldo Carli, investigador sobre la Atlántida, nos dice: «Las islas que existen actualmente en el espacio que separa los dos continentes son realmente las cimas de montañas lo bastante altas como para emerger en la superficie. Así pues, concibo sin dificultad que ha existido allí un amplio territorio, quizás hace más de seis mil años, que comprendía, a partir de las islas de Álvarez y de Tristán de Acuña, los Picos, las islas de Martín de Vaz, Santa Elena, la Gran Ascensión, las islas de San Mateo, las Canarias y las Azores. Ese continente hubiera sido mayor que África con una parte de Europa tomadas conjuntamente, ya que hubiese ocupado 80° de latitud, mitad al Norte, y mitad al Sur del Ecuador». Atlántida: El Mundo Antediluviano se basa principalmente en el relato de Platón sobre la Atlántida, y a partir de allí el autor, Ignatius L. Donnely, construye una sucesión de hipótesis que buscan fundamentar la existencia real del continente perdido de la Atlántida. Muchos de los conceptos que actualmente están vinculados a la Atlántida tienen su origen en el libro de Ignatius L. Donnely. Por ejemplo, que en aquella isla o continente habitaba una civilización tecnológicamente muy avanzada. No será hasta la segunda mitad del siglo XIX, que la historia de la Atlántida adquiera la fascinación que provoca hasta hoy en día. En 1869, Julio Verne escribe Veinte mil leguas de viaje submarino, novela que en su capítulo IX describe un alucinante encuentro de los protagonistas con los restos de una sumergida Atlántida. Tiempo después, en 1883, Ignatius Donnelly, congresista norteamericano, publica Atlántida: El Mundo Antediluviano (Atlantis: The Antediluvian World). En dicha obra, Donnelly, a partir de las semejanzas que aprecia entre las culturas egipcia y mesoamericana, hace converger, de modo muchas veces caprichoso, una serie de antecedentes y observaciones que lo llevan a concluir que hubo una región, desaparecida, que fue el origen de toda civilización humana y cuyo eco habría perdurado en la leyenda de la Atlántida. El libro de Donnelly tuvo gran acogida de público en una época en que el avance de la ciencia permitía a su hipótesis aparecer seductoramente verosímil. Tanto fue así, que el gobierno británico organizó una expedición a las islas Azores, lugar donde el escritor situaba la Atlántida.

Pero, ¿cuándo se produjo el gran cataclismo atlante? Se ha podido calcular la fecha probable de la sumersión contando a partir de los «nueve mil años» a los que se refiere la conversación de Solón y los sacerdotes egipcios, que se sitúa hacia el 560 a. C. Por otro lado, esos 9.000 años no se remontarían tal vez al cataclismo, sino a la fecha del conflicto de los atenienses primitivos y los atlantes, cuya duración no se indica. Y no se sabe cuánto tiempo paso entre este conflicto y el hundimiento atlante. Se ha podido tratar de dar un retrato físico de la raza atlante. Unos hablan de una raza roja, como los pieles rojas americanos; otros de una raza azul, como en algunas representaciones hindúes. Sin embargo, la mayoría de los autores parecen estar de acuerdo en considerar a los atlantes como una raza de hombres blancos, de cabello generalmente moreno y liso y de pómulos salientes. Además, esto es lo que parecen confirmar los escasos documentos conocidos. En cuanto a los arios rubios, referidos por el nazismo, parece más probable relacionarlos con el continente desaparecido de Hiperbórea. La mayoría de los investigadores están de acuerdo en atribuir la destrucción final de la Atlántida a un terrible maremoto. Algunos han insinuado que la Atlántida sería una civilización de origen extraterrestre y que algunos atlantes se habrían podido refugiar en la Luna o en Marte después del cataclismo. Otros dicen que la Atlántida sería el origen antediluviano de la Agartha subterránea. Un discípulo de H.P. Blavatsky, Scott Elliot, afirmaba haber recibido por clarividencia la descripción exacta de los cuatro cataclismos sucesivos sufridos por la Atlántida a partir del año 800.000 a.C., lo que implicó la separación de la parte americana del fabuloso continente, hasta el gran diluvio definitivo, situado en el 9564 a.C. H.P. Blavatsky habría conseguido leer un manuscrito secreto guardado en el Vaticano, mientras que otro ejemplar se encontraría en un monasterio secreto del Tibet, que relataría toda la historia y el destino de los atlantes. Generalmente se atribuye a los antiguos atlantes una tecnología muy evolucionada, con terroríficas armas, máquinas voladoras, etc… Según Rudolf Steiner, filósofo austríaco y fundador de la antroposofía, los vehículos atlantes: «planeaban a poca altura sobre el nivel del suelo, menos altos que las montañas de la época atlante. Pero también tenían aparatos especiales que les permitían pasar por encima de las cadenas montañosas».

Se afirma que la élite atlante poseía el control total de las fuerzas de la Naturaleza, mediante el conocimiento de las leyes profundas detrás de la manifestación de todos los fenómenos, y esto ocurría en todos los planos de existencia. Conocían los más prodigiosos secretos de la alquimia y de todas las demás disciplinas taumatúrgicas. Pero al utilizar «poderes» mágicos, los atlantes, al despertar imprudentemente las fuerzas oscuras de la magia negra, se precipitaron hacia su perdición. El cataclismo podría haber sido el resultado de estos poderes. Es innegable que muchos ocultistas han hecho deducciones demasiado aventuradas, como Augustus Le Plongeon, que nos dice que la francmasonería es de origen americano y que se extendió por Europa a través de la Atlántida. Una de las supuestas pruebas es el descubrimiento de una estatuilla de piedra del Yucatán, en la cual se ve una mano simbólica sobre un delantal, que el autor declara masónico. Según Ignatius Donnelly, la Biblia sería el reflejo de otro libro sagrado, escrito anteriormente por los atlantes. Perú, México, América Central, la Península Ibérica, Egipto, Libia, Irlanda, etc., serían lugares que habrían sido colonizados en otro tiempo por la Atlántida, nación guerrera y dominante. Vista la amplitud de esta colonización atlante, nos podemos preguntar por qué encontramos tan pocos vestigios de los conquistadores atlantes. En realidad, hay que pensar que el gran cataclismo que destruyera el continente de los atlantes tal vez provocó que los colonos y construcciones atlantes fueran destruidos por las poblaciones dominadas, aprovechando la ocasión para deshacerse del yugo que la Atlántida había establecido sobre todo el circuito del océano. Probablemente fue una dominación militar que debía ser tan dura e implacable como la futura potencia romana. El propio relato de Platón deja entender el carácter guerrero y expansionista del poder militar atlante, así como la resistencia de las poblaciones que intentaban subyugar. Cuando el archipiélago de las Canarias fue descubierto por los españoles, éstos lo encontraron ocupado por un pueblo de raza blanca, los guanches, que no tardarían en desaparecer casi por completo.
Los guanches eran un pueblo que vivía en un estado rudimentario, probablemente la degeneración de una civilización, en otra época muy evolucionada. Ciertas técnicas, como la momificación, la construcción de objetos artísticos, o la escritura jeroglífica, resultaron haber sido en otro tiempo conocidas por los guanches. Además, los guanches veneraban a una Virgen negra. Hay otro pueblo de origen misterioso, pero que pervive. Se trata de los vascos, cuya lengua y símbolos quizá se remonten a la Atlántida, lo que no es en absoluto una hipótesis descabellada, pues el origen étnico del pueblo vasco continúa siendo un enigma no resuelto por la antropología y la etnología. Suele relacionarse con los atlantes una raza muy distinta, los indios americanos. Entre los pieles rojas de Dakota, por ejemplo, existe una curiosa leyenda que afirma que sus antepasados, como todas las demás tribus indias, habrían venido antiguamente de una misma isla, que estaba situada «en la dirección del sol naciente». En Uxmal, Yucatán, hay un templo maya en ruinas que tiene unas inscripciones jeroglíficas en conmemoración de «las tierras del Oeste de donde vinimos». Hay ciertas tradiciones que relacionan América con un tipo de colonización pacífica por parte de grandes civilizadores blancos. Encontramos tradiciones aztecas que giran en torno a la isla sagrada del Este, la «tierra del sol» donde reinaba él gran dios Quetzalcóatl, el prestigioso civilizador blanco y barbudo, cuyo retorno glorioso aguardaban los súbditos de Moctezuma, lo cual había de facilitar la conquista de Cortés y sus reducidas tropas. Quetzalcóatl, la «serpiente emplumada», era de un origen no indio. Era considerado un ser divino, que se creía que había vuelto a su lejano país de Oriente después de haber dado a los indígenas mexicanos el calendario, la escritura y las artes. El escritor francés Michel Manzi, en su libro El Libro de la Atlántida, nos dice: «En resumen, ¿qué es el maya, sino un idioma de un pueblo rojo venido de la Atlántida? ¿Y el griego? No es otra cosa que una lengua derivada del hebreo, el cual, a su vez, es un derivado del egipcio. Entonces, ¿no se trata, pues, de dos idiomas muy íntimamente emparentados como dos ramas de la misma planta? ¿No es la lengua atlante la clave de todo ese misterio?». Se ha intentado descubrir en el continente americano monumentos arqueológicos de origen atlante. La herencia atlante se ha relacionado especialmente con extrañas ruinas ciclópeas, que son dignas de admiración, como las gigantescas ruinas descubiertas en Tiahuanaco, en plena cordillera de los Andes. Habrían sido construidas en una fecha antediluviana por una colonia atlante. Precisamente este lugar es invocado por el ingeniero y astrónomo austríaco Hanns Hörbiger, también relacionado con el nazismo, y sus discípulos para atestiguar el aspecto gigantesco de los hombres de la Atlántida.

A unos 4.000 metros de altitud, cerca del lago Titicaca, se encuentran las ruinas de varias ciudades en varios niveles y formadas por edificios colosales. Lo más extraño es, quizás, el hecho de que allí hubiera un puerto importante. Los investigadores atribuyen a los extraños edificios de Tiahuanaco una gran antigüedad, tal vez de unos 15.000 años. Pero el escritor francés Roger Dévigne pudo demostrar que esas extraordinarias ruinas estaban más o menos en su estado actual hacia el año 2450 a. C., fecha en que se supone que llegaron a Cuzco los fundadores de la primera gran dinastía india del Perú. Pero habremos de tener en cuenta a los arqueólogos, según los cuales las ruinas de Tiahuanaco pueden ser explicadas sin recurrir a la hipótesis atlante. Augustus Le Plongeon nos habla sobre los lazos secretos entre la antigua América y los monumentos egipcios. Según este investigador, la esfinge de Gizeh no sería más que una efigie del príncipe Coh, el hermano y esposo de la enigmática reina Moo, y que habría sido asesinado por su celoso hermano, Aac. Alice Dixon Le Plongeon (1851 – 1910) fue una fotógrafa, arqueóloga amateur, viajera y escritora británica. Junto a su marido, Augustus Le Plongeon, vivió y trabajó durante once años en la península de Yucatán y en Mesoamérica, fotografiando y haciendo estudios sobre los yacimientos arqueológicos precolombinos mayas, en una época en que el origen y la historia de dicha cultura era aún oscura y poco conocida. Con su esposo, coadyuvó en la tarea de los primeros fotógrafos en sitios como Chichén Itzá y Uxmal. La pareja desarrolló algunas teorías especulativas y fantasiosas respecto del origen de los mayas y su influencia en la evolución de la civilización. Entre otras, que los mayas habrían estado en el origen de la civilización egipcia. Estas ideas que actualmente están totalmente desacreditadas por los estudiosos de la cultura maya modernos, tuvieron una cierta aceptación cuando fueron enunciadas por el matrimonio Le Plongeon y contribuyeron al surgimiento de una corriente de pensamiento de carácter esotérico que hoy se denomina mayanismo. Le Plongeon y su esposa Alice creían que los antiguos mayas habían estado en Mu, el continente perdido, en la Atlántida, entre los egipcios y que Jesús de Nazaret hablaba el idioma maya y había sido influenciado por ellos. A pesar de que sus ideas y las de su marido contienen nociones de carácter excéntrico, rechazadas por el conocimiento científico, los esposos Le Plongeon constituyen, hasta la fecha, una fuente inapreciable de material fotográfico sobre las ruinas arqueológicas y los glifos de la escritura maya, antes de que muchos de estos fueran dañados por la erosión y los saqueadores. Gracias a esto se les considera mayistas.

La señora de Le Plongeon se interesó en el espiritualismo, en la masonería, y en el movimiento rosacruz. Se mostró también muy activa en la Sociedad Teosófica y fue amiga de Annie Besant. Su escrito sobre la reina Moo y su Talismán, una descripción imaginativa y romántica de la realeza maya, en la que participan la reina Moo y el príncipe Coh (Ko), encarnación del Chac Mool, escultura maya que los esposos encontraron en Chichén Itzá y que ellos mismos bautizaron. Lo del Talismán se refiere a un collar de jade que los esposos también encontraron entre las ruinas de la ciudad maya y que la propia Alice usaba. Su poema épico Un sueño de Atlantis fue publicado en la revista The Word Magazine, especializada en asuntos teosóficos. Alice también tuvo contactos con el coronel británico James Churchward, quien escribió extensamente sobre los continentes perdidos de Mu y Lemuria. La idea de un origen común atlante de las civilizaciones precolombinas y de Egipto, dos grandes polos de la colonización atlante, parece posible. Existen coincidencias que podrían evidenciar la herencia atlante del antiguo Egipto, que conservaba el recuerdo glorioso del «País occidental, donde crecen espigas de siete codos». Un egiptólogo norteamericano, Mitchell Hedges, demostró que la roca empleada para construir las pirámides de Gizeh no es la sienita egipcia, sino una roca procedente de América del Sur. En cuanto a las famosas pirámides, no es inverosimil ver en ellas unos monumentos muy anteriores a la época de los reyes Keops, Kefrén y Micerinos, que únicamente habrían intentado utilizarlas en su beneficio propio. Las tradiciones musulmanas permiten entrever el origen atlante de las Pirámides. He aquí un relato significativo que aparece en el libro Voyage en Orient, de Gérard de Nerval (1808 – 1855), seudónimo literario del poeta, ensayista y traductor francés Gérard Labrunie: «… trescientos años antes del Diluvio, existía un rey llamado Saurid, hijo de Sa-lahoc, que una noche soñó que todo se derrumbaba en la Tierra, los hombres caían de bruces y las casas sobre ellos; los astros chocaban unos contra otros en el cielo, y los fragmentos cubrían el suelo hasta alcanzar una gran altura. El rey se despertó muy asustado y entró en el templo del Sol… Convocó a los sacerdotes y divinos. El sacerdote Akliman, el más sabio de ellos, le declaró que también había tenido un sueño parecido (…). Entonces fue cuando el rey hizo construir las Pirámides en forma angular para poder soportar hasta el choque de los astros, e hizo colocar esas piedras enormes, unidas por pivotes de hierro y talladas con tal precisión que ni el fuego del cielo, ni el Diluvio podían penetrar en ellas. Allí habían de refugiarse, cuando llegara el caso, el rey y los grandes del reino, con los libros y las imágenes de la ciencia, los talismanes y todo lo que era importante conservar para el futuro de la raza humana».

Las pirámides de Gizeh se remontarían, de hecho, a los constructores atlantes. Durante muchos siglos habrían permitido a la élite egipcia tener un conocimiento bastante preciso de los altos secretos mágicos de la Atlántida. No olvidemos que el saqueo efectuado después de la conquista árabe habría hecho desaparecer casi todos los objetos atlantes que estaban guardados en esos gigantescos archivos de piedra, empezando con las estatuas mágicas que guardan celosamente su entrada. Según Gérard de Nerval: «La guardia de la Pirámide Oriental era un ídolo de concha negra y blanca, sentada en un trono de oro, que sostenía una lanza que nadie podía mirar sin morirse. El espíritu unido a este ídolo era una bella y sonriente hembra, que aparece todavía en nuestros tiempos y hace perder el juicio a los que se encuentran con ella. La guardia de la Pirámide Occidental era un ídolo de piel roja, también armado de una lanza, que tenía en la cabeza una serpiente enrollada: el espíritu que la servía tenía la forma de un anciano de Nubia, que llevaba un cesto en la cabeza y un incensario en las manos. En cuanto a la tercera pirámide, tenía como guardián un pequeño ídolo de basalto, con un zócalo del mismo material, que atraía hacia sí a todo aquel que la miraba, sin que pudiera apartarse. El espíritu aparece todavía en forma de un hombre joven sin barba, y por la noche». Gérard de Nerval nos explica asimismo la finalidad que perseguían los constructores de esos monumentos fabulosamente antiguos: «Así pues, la primera pirámide había sido reservada para los príncipes y su familia; la segunda debía contener los ídolos de los astros y los tabernáculos de los cuerpos celestes, así como los libros de Astrología, de Historia y de Ciencia. También debían refugiarse allí los sacerdotes. En cuanto a la tercera, no estaba destinada más que a guardar los ataúdes de los reyes y los sacerdotes...». Hay diversas tradiciones que tratan sobre el origen antediluviano de las pirámides, que serían receptáculos de todo el saber tradicional de los atlantes. Hay una obra titulada Le Murtadi, un manuscrito árabe traducido al francés por Pierre Vattier. Encontramos en esta obra un informe de los curiosos descubrimientos realizados por los musulmanes en la llamada sala del Rey de la Gran Pirámide. Hallaron allí una estatua de un hombre de piel negra y una estatua de una mujer de piel blanca, de un tipo físico muy distinto del de los antiguos egipcios. Esas estatuas estaban de pie sobre una mesa, una sostenía un jarro herméticamente cerrado, que parecía haber sido tallado en cristal rojo: «… se llenó de agua y se volvió a pesar y resultó que pesaba exactamente lo mismo que cuando estaba vacío». Los intrusos descubrieron también un autómata muy curioso: «… descubrieron un recinto cuadrado, como un lugar de reunión donde había varias estatuas y, entre otras, la figura de un gallo construida de oro rojo. Esta figura era espantosa, esmaltada con jacintos (piedras preciosas), de los cuales había dos de gruesos en los dos ojos que relucían como dos antorchas. Se acercaron a él y, de pronto, lanzó un grito horrible y empezó a batir sus dos alas y al mismo tiempo oyeron varias voces que procedían de todas partes».

Todo parece indicar que las pirámides, en su estado antiguo, no eran otra cosa que un Arca gigantesca, que contenía un compendio de todas las tradiciones anteriores a la civilización faraónica, y entre esa herencia prestigiosa figuraba, probablemente, el conocimiento de la alquimia. Hoy día, la Atlántida no solamente continúa fascinando, sino que alimenta la esperanza en un retomo de la gran civilización desaparecida. Tal vez una nueva catástrofe volcánica volvería a hacer emerger desde las profundidades marinas al continente sumergido. Pero, ¿ocupaba la Atlántida algún otro lugar? Es importante tener en cuenta otras localizaciones propuestas, como la Atlántida sahariana y mediterránea. Esta teoría fue especialmente ilustrada por un gran geógrafo francés, Etienne Berlioux, que situaba el emplazamiento de la Atlántida en el Atlas marroquí. De todas formas, la localización sahariana de los atlantes no es, en absoluto, una invención inconsistente, ya que puede apoyarse en el antiguo testimonio de Heródoto. Partiendo del delta egipcio, Heródoto menciona diversos poblados; luego, ya en plenas tierras saharianas, cita a los amonienses, los garamantes, los atarantes, y por último los atlantes: el pueblo que reside alrededor del monte Atlas: «A diez días de marcha de los garamantes (que habitaban el Fezan actual), hay otro montículo de sal y de agua; en torno a él habitan unos hombres llamados atarantes. Luego, a otros diez días de camino, existe otro montículo de sal y de agua, y alrededor del mismo viven unos hombres. Muy cerca de este montón de sal, se encuentra la montaña llamada Atlas. Es estrecha y redondeada en todas sus partes, se dice que es tan alta que es imposible ver su cima, pues las nubes no se alejan nunca de ella, ni en verano ni en invierno. Las gentes del país dicen que es la columna del cielo. Esos hombres deben su nombre a esta montaña, pues se llaman atlantes. Se asegura que no comen nada que haya estado vivo y que no tienen sueños». Como puede verse, parece que se trata de una región sagrada. habitada por hombres que siguen una dieta vegetariana y un entrenamiento espiritual similar al de los yoguis indios, que se entrenaban para no soñar nunca.
El Sahara fue siempre un lugar lleno de misterios. Los griegos situaron allí varios episodios de su mitología, y eruditos romanos, como es el caso de Pomponio Mela, describieron en sus escritos encuentros con seres fabulosos a los que denominó blemyes. Según las crónicas de la época tales seres monstruosos no tenían cabeza, aunque algunos arqueólogos modernos como Henri Lothe explican estas descripciones por la impresión que supuso el encuentro con hombres que portaban velo, lo que impedía ver sus rostros. Aun así, en las pinturas rupestres que se encuentran diseminadas por el norte de África aparecen en muchas ocasiones representaciones de hombres, e incluso guerreros, que carecen de cabeza. El rico folclore de la zona describe no sólo seres de este tipo, sino otros todavía más extraños. La aisha kandisha, una hermosa mujer de largos cabellos y pezuñas de cabra que seduce a los hombres para comérselos; La thamza, una anciana pordiosera que se alimenta de la sangre de los niños; El erian, patriarca del mundo de los genios, tocado con una larga y espesa barba blanca y de gran altura. El Sahara, con cinco millones de kilómetros cuadrados, ha sido la cuna de multitud de culturas. Aunque tan sólo una mantiene viva en su tradición la civilización que surgió antaño. Se trata de los tuaregs, más conocidos en Occidente como “los hombres azules“, que son una de las tribus más míticas de toda África. El insólito color de su piel se lo deben a que las largas túnicas con las que van vestidos están teñidas de índigo, un colorante vegetal que se va disolviendo con las altas temperaturas a la vez que impregna su dermis. Esto reduce al mínimo la sudoración, con lo que la pérdida de líquidos es casi nula. Es un método muy efectivo para sobrevivir en condiciones extremas. En la actualidad apenas quedan unos trescientos mil tuareg diseminados por un territorio de un millón y medio de kilómetros cuadrados. Se dedican al pastoreo y quedan muy pocas tribus realmente nómadas. Según sus ancestrales tradiciones son los descendientes de la princesa Tin Hinan y de su hermana Takamat, que se establecieron en el Hoggar, el macizo rocoso más grande de ese desierto, hace milenios. El caso es que, en 1926, el conde Byron Kûhn de Protok descubrió la tumba de la famosa princesa. El enterramiento no sólo albergaba el esqueleto de una mujer de gran altura, sino que además contaba con gran cantidad de oro y piedras preciosas. Sus descendientes directos son hoy en día los miembros de la confederación Kel-Azjer, que continúa habitando en los montes argelinos del Hoggar. Sobre la procedencia de esta mítica princesa nada sabemos, tan solo la tradición, que la señala como la última reina de los atlantes. Pero no menos misterios guarda la zona que habitan, considerada santuario por gran cantidad de culturas durante miles de años. En algunos de los abrigos de Tassili, donde se encuentra la denominada “Capilla Sixtina de la pintura rupestre“, con algo más de cinco mil dibujos, que mostrarían la posibilidad de una antigua civilización

El Sáhara habría sido antiguamente una región muy frondosa y verde. Pero los autores griegos y romanos de la época clásica parece ser que no conocieron más que el desenlace final de esta antigua civilización. Y Plinio el Viejo, escritor, científico, naturalista y militar romano, al hablar de los atlantes, nos dice que no tienen nombres propios, que sus costumbres han degenerado, que injurian al sol que les quema y destruye sus campos. Decadencia que, al parecer, fue detenida posteriormente, ya que los tuáreg, descendientes directos de la antigua civilización, lograron un estado cultural superior al decadente descrito por Plinio, bajo un régimen de matriarcado político y religioso. Jean Gattefossé, ingeniero químico y botánico francés, entre otros especialistas de las investigaciones atlantes, sostiene que el «Mar Atlántico» del que habla Platón habría sido un antiguo mar interior, que ocupaba en otro tiempo una gran parte del Sáhara. Desde este punto de vista, la Atlántida hubiese sido una especie de isla gigante incrustada en el África Occidental, limitada al oeste por el océano Atlántico y al este por un gran mar interior, el mar Tritoniano. Las dos cuencas, oriental y occidental, del Mediterráneo estaban en otra época separadas por istmos, que permitían el paso por tierra desde Italia al Túnez actual. Una teoría indicaría que a lo largo de Sicilia podría situarse la Atlántida de Platón. Como consecuencia de una convulsión telúrica importante, los istmos que servían de separación se rompieron, y a partir de entonces existió comunicación marítima entre las dos grandes cuencas mediterráneas. El cataclismo atlante puede muy bien ser explicado por la hipótesis de un movimiento de los fondos mediterráneos producido por un temblor de tierra que hubiese causado un gran maremoto que se hubiese tragado a los guerreros griegos bajo tierra y a los atlantes en el mar. No olvidemos que, todavía hoy, el Mediterráneo continúa siendo una de las líneas de fractura más notables de la corteza terrestre.

Con respecto a las posesiones del imperio de los Atlantes, Platón nos dice: «De nuestra parte (Egipto), poseía Libia (Africa del Norte) hasta Egipto y Europa hasta la Tirrenia (Etruria o Italia Occidental)». Así, el «Mar Atlántico» de Platón podría ser el Mediterráneo Occidental. Pero existen otras posibles localizaciones atlantes. Hay hipótesis que han situado a la Atlántida en muchas otras regiones de la Tierra. Pero los indicios parecen llevamos indefectiblemente a la teoría de un continente desaparecido bajo las aguas del Atlántico y que había extendido colonias florecientes por todo el mundo. Pero también se pudo buscar la Atlántida en el Norte de Europa, en la región del Báltico, dónde se produjo un importante hundimiento geológico, causante de la invasión de las aguas. Unas excavaciones alemanas permitieron el descubrimiento, sobre la isla de Heligoland, de un gran templo hundido y otros vestigios de todo tipo. Los marinos griegos estaban fascinados por las regiones nórdicas de Europa desde la época homérica. Homero nos dice: «El sol se puso, los caminos se cubrieron de sombra, el navío llegó cerca de los profundos abismos del océano. Allí se alza su ciudad, allí está el pueblo de los cimerienses que viven siempre envueltos en las brumas». Ciertas tradiciones helénicas tratan de misteriosas civilizaciones situadas hacia el nordeste de Europa. Ésta es la razón por la cual la Atlántida pudo ser situada en la zona del mar de Azov, mar interior europeo, localizado al noreste de la península de Crimea, entre Rusia y Ucrania. Comunica con el mar Negro a través del estrecho de Kerch y en él desembocan el río Don y el río Kubán. Allí es donde la ciudad sumergida de Atlantis habría cerrado el  actual estrecho de Kertch a la entrada del legendario océano Escítico de Homero. La Cólquida, en el Cáucaso actual, el país del Vellocino de Oro conquistado por Jasón y sus compañeros, era considerada una región extraña y mágica por los marineros helenos. Otra posible localización atlante sería la de una Atlántida celta, tal como propone el botánico francés François Gidon. Conocemos algunos ejemplos del sumergimiento importante de una extensa región. En tiempos de Carlomagno, la brusca sumersión en el Canal de la Mancha de los inmensos bosques que rodeaban la primera abadía del Monte Saint-Michel. François Gidon opina que la apertura del Canal de la Mancha y las otras sumersiones europeas de la Edad de Bronce fueron la causa directa de la gran migración conquistadora de los pueblos irlandeses-armoricanos, víctimas del hundimiento gradual de su suelo. Este hecho geológico parece que era conocido por los geógrafos griegos contemporáneos de Platón y Aristóteles, así como por sus numerosos discípulos, que se interrogaban sobre las causas inmediatas del despliegue de las poblaciones celtas por toda Europa Meridional.
La Edad del Bronce es el período de la prehistoria en el que se desarrolló la metalurgia de este metal, resultado de la aleación de cobre con estaño. El término sólo tiene valor cronológico en el Próximo Oriente y Europa, puesto que a la metalurgia se llegó a través de procesos distintos en las diferentes regiones del mundo. Su estudio se divide en Bronce Antiguo, Bronce Medio y Bronce Final. Aunque, generalmente, al bronce suele precederle una Edad del Cobre y seguirle una Edad del Hierro, esto no siempre fue así. En el África subsahariana, por ejemplo, se desarrolló la metalurgia del hierro sin pasar por las del cobre y bronce. La tecnología relacionada con el bronce fue desarrollada en el Próximo Oriente a finales del IV milenio a. C., fechándose en Asia Menor antes del 3000 a. C.; en la antigua Grecia se comenzó a utilizar a mediados del III milenio a. C.; en Asia Central el bronce se conocía alrededor del 2000 a. C., en Afganistán, Turkmenistán e Irán, aunque en China no comenzó a usarse hasta el 1800 a. C., adoptándolo la dinastía Shang. Durante la Edad de Bronce es cuando tuvo lugar, de una forma gradual, el hundimiento de todas las tierras que habían estado situadas entre Irlanda y las costas francesas; y así es también como tuvo lugar la apertura de la comunicación directa Canal de la Mancha-mar del Norte, que separa la Gran Bretaña del Continente. El doctor Gidon subraya la existencia, en Europa Occidental, de dos grandes períodos de invasión de las tierras. Uno se produjo en la época paleolítica, y otro, que se sitúa en plena Edad de Bronce, es el que engendró la expansión de los cimbro-celtas por toda Europa, principalmente hacia el Sur, pero también hacia el Este. Existen pruebas de la rápida y brusca sumersión de territorios importantes: a lo largo de las costas de Vendée y Bretaña, en que, por ejemplo, existen numerosos monumentos megalíticos sumergidos, que desde hace mucho tiempo son inaccesibles. De todas formas, esta hipótesis permitiría explicar las grandes invasiones celtas de la Antigüedad. Recordemos que la Historia propiamente dicha estaba establecida desde hacía tiempo en el Mediterráneo Oriental, mientras que Europa Occidental estaba en la Edad de Bronce.

Toda la extensión marítima formada por el Canal de la Mancha y el mar de Irlanda aparece fue el teatro de un sumergimiento enormemente amplio, en una fecha relativamente reciente, ya que se data hacia el año 2500 a.C. Según el doctor François Gidon, la Atlántida celto-armoricana habría comprendido Irlanda, el Cornualles inglés, el País de Gales, Bretaña, Normandía, Vendée y el noroeste de Germania, pero con una costa atlántica que iría hasta el límite de la meseta continental actualmente sumergida. Un pasaje del escritor griego Timógenes de Alejandría, citado por el autor romano Amiano Marcelino, confirma la gran sumersión de los países celtas: «Los druidas cuentan que una parte de la población es indígena, pero que otra parte vino de islas lejanas o de la comarca situada al otro lado del Rin, que había sido expulsada de su viejo país por guerras y maremotos».  También podríamos establecer coincidencias en la geografía antigua, ya que las partes más elevadas de la meseta continental emergieron de las aguas en la época de los navegantes antiguos, como las famosas islas Casitérides, con ricos yacimientos de estaño, situadas al Sur de Irlanda. Ese lugar se halla «sobre la línea que une los dos yacimientos de estaño más importantes de Europa, el del País de Gales y el de España». Desde la época de las dinastías tinitas (3313 – 2895 a. C.), el ámbar y el estaño eran conocidos en Egipto y las relaciones comerciales de los países celtas con Creta, Fenicia y Mesopotamia estaban en plena expansión hacia el 2500 antes de nuestra Era. El Periodo Arcaico de Egipto, Época Tinita, o Periodo Dinástico Temprano, es el comienzo de la historia dinástica del Antiguo Egipto. Según Manetón, la capital del Imperio durante este tiempo fue Tinis, o Tis. En esta época gobernaron solo dos linajes de reyes, denominados primera y segunda dinastía; los primeros faraones se consideran los unificadores de Egipto. El estudio de las leyendas cretenses permitiría obtener unas confirmaciones significativas. Los cretenses, en efecto, parecen haber conocido el hecho de las grandes sumersiones en el Atlántico Norte de la Edad de Bronce. Desde el punto de vista meteorológico, se observará que el clima de las tierras más tarde sumergidas entre Irlanda y Armórica debía ser, indudablemente, muy suave, ya que era bañado directamente por la corriente principal del Golfo. De ahí el carácter nostálgico de los celtas hacia el maravilloso paraíso oceánico.

Con respecto a las grandes migraciones celtas, todo coincide en considerarlas como la consecuencia directa de las sumersiones que se habían producido en todo el norte y oeste de Europa en plena Edad de Bronce. Las leyendas de ciudades sumergidas distan mucho de ser imaginarias. Por el contrario, en todas las costas de Finisterre y en el Cornualles británico, se ven por doquier «agujas de campanario», calles y construcciones sumergidas en el fondo del mar, campanas que suenan bajo las aguas. En medio de los arrecifes de los Etocs, en la Bretaña francesa, durante las grandes mareas del equinoccio, los marinos pueden ver vestigios de edificios, con pavimentos geométricos. Recordemos también la famosa leyenda de la ciudad de Ys. Se trata de una vieja leyenda celta de origen bretón, que habla de una ciudad que desapareció tragada por las aguas de la costa atlántica francesa. Se trata de la ciudad de Ys, la más bella que jamás existió, un modelo, según el mito, hasta que vio cumplido su destino y se vio anegada, desapareciendo bajo el mar por sus pecados. Un rey guerrero, Gradlon, dominaba las aguas norteñas con puño de hierro y una flota considerable. Durante años de batallas acumuló riquezas sin cuento y agotó a sus tropas en un continuo batallar. Hubo una rebelión, y según algunas versiones, el rey, abandonado por sus hombres, que huyeron con sus barcos, comenzó un romance con la reina del norte, Malgven, que le convenció para asesinar a su esposo. Ambos tuvieron rápidamente una hija, Dalhut, mientras emprenden un viaje tratando de volver al reino de Gradlon. Cuando Dalhut creció, adquirió fama y belleza irresistibles, pero también cultivó un carácter caprichoso e intemperado. Un día pidió a su padre que le construyera una ciudad: esa fue Ys, en la costa de Bretaña. Una ciudad de piedra cerrada por altos muros y, según algunas versiones, construida bajo el nivel del mar o en la misma orilla. Pronto la hermosa ciudad de la bella princesa comenzó a caer en el pecado, ya que la propia Dalhut organizaba fiestas y nuevos excesos cada noche. Elegía y mataba a sus amantes a diario. Hasta que llegó el día en el que el mar se enfureció y enterró la ciudad. Una ola enorme saltó por encima de los muros y la destruyó.

El rey y su hija trataron de escapar a lomos de su corcel, que a duras penas podía con los dos. En esas estaban, con los cascos del caballo huyendo de las olas, cuando San Guenole apareció en la orilla y le ordenó al rey que dejara a su hija atrás. La joven cayó del caballo y se convirtió en espuma de mar, en el mismo lugar en el que estaba la ciudad. La leyenda añade que en determinados días, después de las tormentas o en fechas señaladas se puede escuchar bajo las aguas el tañido espectral de las campanas de la antigua catedral de Ys. La memoria celta de Bretaña esconde una atávica advertencia en este cuento. Porque la leyenda también recoge que la ciudad más bella del mundo renació tierra dentro, en París, un nombre que significaría «igual que Ys» en lengua vernácula. Esa versión del mito amenaza con una profecía: cuando París sea, un día, engullida por las aguas, resurgirá la esplendorosa Ys y la venganza estará completa. Por eso vibra y viene a cuento esta vieja leyenda celta cada vez que el Sena inunda la ciudad de París. El mito ha llegado a nosotros, además de por el folclore, porque aparece desde mediados del siglo XIX en diversas fuentes, sobre todo musicales, como la ópera «Le Roi de Ys», de Edouard Lalo, y especialmente en el célebre y bellísimo preludio del compositor Claude Debussy, titulado «La cathédrale englouté». Otra hipótesis sitúa la legendaria Ys no ya en el extremo de Finisterre, sino en pleno océano actual. Ys habría sido engullida en la Edad de Bronce, en que las Islas Británicas dejaron de formar parte del continente. Antes del cataclismo, el Canal de la Mancha no era más que la prolongación interminable del valle del Sena, que entonces tenía su embocadura muy lejos en el Atlántico, en un lugar situado en la intersección de las dos líneas prolongadas, una desde la punta de Finisterre y la otra desde el extremo occidental de Irlanda. Quizás en ese estuario desaparecido, territorio de aluviones, se encontraba la inmensa ciudad de Ys.

Ciertos autores también han situado la Atlántida en Islandia o en Groenlandia. Pero en este caso se trataría más bien de otro continente, la Hiperbórea. Pero, de hecho, todas las localizaciones geográficas han quedado superadas, tales como América, Polinesia, el sudoeste de Arabia, en el legendario reino de la reina de Saba, la antigua isla de Taproban (la actual Ceilán), Alemania, el centro de Francia, Holanda, etc. Pero hay una hipótesis que sitúa la fabulosa Atlántida en la costa occidental de África. Leo Viktor Frobenius (1873 – 1938), famoso etnólogo y arqueólogo alemán, situó la Atlántida en África Occidental, más exactamente en el antiguo país de Benín,  dividido entre los actuales Estados de Nigeria y Dahomey. El Reino de Benín o Reino Edo fue un antiguo Estado africano, famoso por su arte estatuario en bronce, que tuvo su centro en la ciudad homónima (Benin City) situada al sudoeste de la actual Nigeria. País rico por el comercio de marfil, pimienta, aceite de palma y esclavos, fue sometido por los británicos en 1897. El reino de Benín está ligado por su tradición al pueblo yoruba. Su fundador fue, según parece, Eweka, príncipe vinculado a Ife, considerada tanto por Benín como por los yorubas la ciudad sagrada, la que acoge el cráneo de los soberanos muertos. Frobenius estableció la existencia de antiguos lazos directos entre esa parte occidental del África Negra y las civilizaciones del océano Pacífico. Lejos de limitarse al Benín, esta civilización atlántica africana se extendió, en su apogeo, hasta las actuales costas de Angola. Leo Frobenius pudo descubrir tradiciones y costumbres que confirman la supervivencia de una poderosa civilización, muy antigua, pero que había tenido su decadencia desde hacía mucho tiempo, enmascarada por elementos mucho menos evolucionados. En el arte, las leyendas, los símbolos, los ritos, en la misma arquitectura, se puede descubrir indicios ciertos del continente negro occidental, en un período antiguo, con una civilización muy avanzada. Esta civilización, floreciente en la época precristiana, había de lograr mantener viva mucho tiempo en la región de Benín. Todavía en nuestros días, la gran tribu negra de los yorubas, de Nigeria, conserva huellas innegables de la antigua «Atlántida» africana. Generalizando sus investigaciones, Frobenius pudo establecer asombrosas afirmaciones. Existe un extraño paralelismo entre costumbres y símbolos propios del África occidental, y sus correspondientes del gran complejo indio toltecas-aztecas-mayas. Asimismo se encuentran analogías de ciertos conceptos etruscos en la mitología de los yorubas.
Frobenius y sus colaboradores excavaron cuidadosamente el área arqueológica de Ifé, la ciudad sagrada del antiguo reino negro de Benín, y la verdadera capital religiosa de los yorubas. Las investigaciones se revelaron muy provechosas, y permitieron el descubrimiento de innumerables objetos de factura asombrosamente refinada, de los cuales algunos eran de fecha bastante reciente. La civilización negra de Ifé consiguió subsistir hasta los siglos XVI y XVII, para derrumbarse a consecuencia de la catastrófica despoblación que ocasionó la horrible trata de esclavos. Parece bastante probable que el África Occidental fue una de las áreas de la colonización atlante. El continente sumergido se había expandido y había colonizado en todas direcciones, lo que explica la existencia de vestigios, más o menos directos, de su civilización por todo el contorno del océano Atlántico, y a veces más allá. Las tradiciones y costumbre atlantes consiguieron, al menos en parte, mantenerse después de la desaparición gradual de los colonizadores atlantes. Los africanos llaman piedras de agris (aggry beads) a unos abalorios de arte muy antiguo, asombrosamente parecidos a objetos análogos encontrados en las momias egipcias y en todo el Oriente Medio. En África Occidental, esas «piedras de agris» provienen de antiguas sepulturas, o bien se trata de ornamentos que sus poseedores hacen remontar a lejanos antepasados. Cuando los blancos piden detalles a los indígenas, éstos responden que esos objetos fueron introducidos en su país antiguamente por hombres de tez clara, cabello negro y que habían venido «del cielo». Encontramos en todas las tribus repartidas alrededor de todo el golfo de Guinea curiosas tradiciones que confirman esta idea aparentemente fantástica. El escritor francés Georges Barbarin, autor de El Enigma de la Gran Esfinge, nos recuerda habla de un mayor británico «que un día vio cómo una tribu negra (del África Occidental británica) se dirigía a la orilla del mar, con los jefes y hechiceros en vanguardia, al encuentro de una piragua que desembarcaba; en ella venían dos indígenas pintados de blanco, a quienes rindieron innumerables muestras de sumisión y que, después de un breve coloquio, volvieron a embarcarse. Preguntados por el mayor sobre el sentido de tal ceremonia, los negros le contestaron que se trataba de una costumbre inmemorial destinada a perpetuar el recuerdo de los tiempos en que, partiendo de una isla hoy desaparecida, venían unos blancos a hacer justicia y a dictar leyes».

Pero el tema de las civilizaciones y reinos desaparecidos no termina con este artículo……

Fuentes:
  • Serge Hutin – Las Civilizaciones Desconocidas
  • Louis Charpentier – Los Gigantes y el Misterio de los Orígenes
  • Andrew Tomas – Los Secretos De La Atlántida
  • Pablo Villarubia Mauso – El fantástico reino del Preste Juan
  • Charles Berlitz – El Misterio de la Atlántida
  • Edmond Bernus – Les Touareg
  • Ignatius Donnelly – La Atlántida: el mundo Antediluviano
  • William Scott- Elliot – Historia de los atlantes
  • Edouard Schure – Atlántida
  • Platón – Critias o la Atlántida
  • H.P Blavatsky – La Doctrina Secreta
  • H.P Blavatsky – Isis sin Velo

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