RENACER CULTIRAL

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sábado, 9 de junio de 2018

LOS SUCESORES DE ALEJANDRO MAGNO

En junio de 323 a.C. murió en Babilonia, a falta de un mes para cumplir 33 años, el mayor general de todos los tiempos, forjador del gran imperio que unió el mundo heleno y buena parte de Asia y África bajo un sólo rey, Alejandro III de Macedonia, Alejandro Magno.
Alejandro dejó dos herederos, uno bastardo, su primogénito Heracles, hijo de su amante la princesa persa Barsine, y su segundogénito Alejandro Aego, nacido póstumamente de su esposa Roxana, princesa de Bactria.
Además de esos dos hijos (uno bastardo y otro no nato aún) dejó un vasto imperio que administrar y unas instrucciones muy poco claras respecto a su voluntad. La combinación perfecta para que los buitres se dieran un festín.
Índice del artículo: [ocultar]
  • El imperio alejandrino
  • El imperio antigónida
  • El imperio seléucida
  • El imperio ptolemaico
    • El periodo helenístico de Egipto
    • Egipto y Roma
      • La batalla de Accio
      • El imperio alejandrino

        Alejandro logró dominar un vastísimo imperio en un corto espacio de tiempo lo que podría haber dado lugar a problemas administrativos importantes si no hubiera sido por la inteligente organización territorial que llevó a cabo, con distinta estructura en territorios diferentes.
        El imperio de Alejandro Magno
        El imperio de Alejandro Magno
        Macedonia y Grecia, Persia, Media, Siria, Palestina, Mesopotamia y Egipto, llegando a la India a través de la cordillera del Hindu Kush y alcanzando la ribera del río Indo, un vasto aunque efímero imperio que se desmembró nada más morir su emperador.

        Los sucesores directos

        Los aspirantes a sucesores de Alejandro Magno tras su muerte eran varios, pero todos ellos muy débiles. En primer lugar está su hijo Alejandro Aego, que nacería a finales de 323 o a principios de 322 a.C. Era el heredero por derecho del imperio macedónico, aunque realmente nadie contó con él ya que su madre, Roxana, apenas tenía poder para defender sus derechos sucesorios.
        También estaba Filipo Arrideo, hijo ilegítimo de Filipo II y una bailaria, hermanastro por lo tanto de Alejandro Magno.
        La tercera y más débil opción era Heracles, el primogénito ilegítimo de Alejandro. Su candidatura sólo fue apoyada por Nearco y no llegó a nada. Fue asesinado unos años después junto a su madre en medio de las intrigas por la sucesión.
        Los generales de Alejandro Magno (los diádocos) pactaron pues que Alejandro Aego reinaría como Alejandro IV de Macedonia con uno de ellos, Pérdicas, como regente, mientras que Filipo Arrideo reinaría conjuntamente con él como Filipo III, aunque no mandaría.
        Filipo III nunca tuvo poder real y fue siempre una marioneta en manos de los diádocos. Alejandro IV, por su parte, murió en 309 a.C. junto a su madre Roxana por orden de Olimpia, la madre de Alejandro Magno. Aquí no iba a quedar títere con cabeza.

        Diádocos y epígonos

        Los diádocos (del griego “sucesores”) es, como he dicho antes, la denominación con la que se conoce a los generales de Alejandro Magno que le sucedieron en sus territorios, mientras que a los sucesores de éstos se les denomina epígonos.
        Cuatro guerras nada menos hubo entre ellos a lo largo de veinte años por el dominio de los territorios del imperio alejandrino, siendo el principal intrigante e instigador de todas estas disputas Antígono.

        El imperio antigónida

        Antígono, que ya había estado al servicio de Filipo II, se hizo a la muerte de Alejandro con la mayor parte del imperio y con el tesoro real, derrotando uno a uno a todos sus rivales. Claramente Antígono I Monoftalmos (sí, si conoces las raíces griegas te has dado cuenta, era tuerto) iba a ser el sucesor de Alejandro al mando del gran imperio helenístico.
        Pero claro, el resto de diádocos fueron capaces de dejar al margen sus diferencias durante un tiempo para hacer causa contra el enemigo común. Así que unieron sus fuerzas y se enfrentaron conjuntamente a Antígono en la batalla de Ipsos en el 301 a.C., durante la Cuarta Guerra de los Diádocos.
        El imperio macedónico tras la batalla de Ipsos
        El imperio macedónico tras la batalla de Ipsos
        Antígono murió luchando en la batalla y, a su muerte, el resto de diádocos se repartieron los territorios. Ptolomeo, que ya gobernaba en Egipto, se quedó en el Mediterráneo oriental, Casandro en Grecia y el gran vencedor, Seleuco, con el resto del imperio, formando lo que sería el imperio seleúcida.
        Tras la batalla de Ipsos, el imperio helenístico quedó repartido así:
        • Macedonia y Grecia estaban en manos de Casandro, el hijo de Antípatro y fundador de la dinastía antipátrida, aunque unos años después le arrebataría el poder Demetrio, el hijo de Antígono.
        • Tracia quedó en manos de Lisímaco. A su muerte sus territorios se dividieron entre Macedonia y el imperio seléucida.
        • Egipto, Chipre y Cilicia quedaron bajo el mando de Ptolomeo, fundador de la dinastía lágida o ptolemaica.
        • Asia Menor, Siria, Persia y Mesopotamia pasaron a manos de Seleuco, formando el imperio seléucida.

        El imperio seléucida

        El imperio de Seleuco I fue el más grande y más fuerte (aunque no el más estable) de los que surgieron tras el desmembramiento del imperio alejandrino, abarcando todo el oriente de este imperio.
        Durante el primer medio siglo Seleuco I Nicátor expandió su imperio mediante conquistas gracias al fuerte ejército seléucida, de estilo macedónico y sucesor del ejército alejandrino, con la falange como fuerza principal, caballería y elefantes de guerra.
        Imperio seléucida
        Estos fueron los años de apogeo del imperio seléucida. Nada menos que dieciséis ciudades fundó Seleuco I con el nombre de su padre, Antíoco, entre ellas una nueva capital para su imperio en la margen del río Orontes: Antioquía.
        Tanto Seleuco como sus sucesores intentaron promover la cultura y el idioma griegos, pero no tuvieron éxito: allá donde intentaron imponerlos se encontraron con revueltas y en cuanto la inmigración helena cesaba, los pueblos del imperio regresaban a su cultura original.
        Una de esas sublevaciones, la revuelta macabea, llevó a la independencia de Judea cuando los gobernantes greco-macedonios erigieron una estatua de Zeus en uno de los templos de Jerusalén.

        La guerra contra Roma

        Antes o después, como era evidente, el imperio seléucida tenía que chocar con Roma (también lo hizo después el otro gran imperio helenístico, el imperio ptolemaico). Y fue en 192 a.C., en lo que se conoce como la guerra romano-siria o guerra de Antíoco, ya que el rey seléucida era entonces Antíoco III.
        Tras la invasión de Macedonia por parte de Roma, Antíoco quiso sacar tajada y expandirse. Animado por un exiliado Aníbal Barca se alió con la Liga Etolia e invadió Grecia. La batalla decisiva de esta guerra fue “la otra” batalla de las Termópilas. En esta batalla también jugó un papel decisivo el camino alternativo que existía para superar el paso de las Termópilas.
        Los romanos utilizaron el mismo paso que habían usado los persas casi tres siglos antes contra los griegos y cogieron a las fuerzas de Antíoco entre dos frentes, aplastándolas. Los seléucidas se vieron obligados a retirarse de Grecia, y los romanos aprovecharon para darles de lo lindo a lo largo de todo el Egeo.
        La consecuencia de esta derrota fue la pérdida por parte del imperio seléucida de Asia Menor y el pago de una inmensa indemnización de guerra a Roma (nada menos que 15.000 talentos, 450 toneladas de plata), además de entregar su flota y sus elefantes. Por cierto, otra de las condiciones del tratado de paz era que entregara a Aníbal a Roma, pero éste salió huyendo y este punto no se pudo cumplir.
        Precisamente esa alta indemnización fue una de las causas que a la larga condujo a la desintegración del imperio. La campaña contra el imperio lágida (Egipto), donde de nuevo intervino Roma, y las revueltas por la imposición de la cultura helena (como la revuelta macabea) hicieron que el imperio entrara en una espiral de alzamientos y guerras civiles.
        Tras décadas de decadencia en las que el imperio seléucida había ya dejado de ser un imperio para convertirse simplemente en Siria, en 63 a.C. desaparece definitivamente de la historia cuando pasa a convertirse en una provincia romana.

        El imperio ptolemaico

        En Egipto la cosa fue distinta. Alejandro había nombrado a Ptolomeo como gobernador de esta provincia, y a la muerte del emperador el diádoco mantuvo las distancias con el resto de generales, intervino poco en las intrigas y, tras la muerte de Alejandro IV, se autoproclamó faraón con el nombre de Ptolomeo I Sóter.
        Dio de esta forma comienzo al periodo helenístico de Egipto bajo el dominio de la dinastía ptolemaica o lágida (por Lagos, el padre de Ptolomeo I), que tuvo sus luces y sus sombras.

        El periodo helenístico de Egipto

        Fue Ptolomeo I quien cambió la capital a Alejandría, la gran ciudad fundada por Alejandro Magno, y sentó las bases de lo que serían los siguientes tres siglos en Egipto. De hecho, buena parte de la prosperidad que experimentó el país durante su época macedónica se debió a él y a esos primeros años de reinados ptolemaicos.
        El reino, que siempre había mirado hacia el interior con el Nilo como centro, se vuelve ahora hacia el Mediterráneo gracias al gran puerto de su nueva capital, expandiendo su presencia en el mar con el control de Cirene, Palestina y la costa fenicia, además de la isla de Chipre, lo que supone una gran parte de la línea costera del Mediterráneo oriental.
        Creó en el país un sistema de castas basado en el origen, distinguiendo entre griegos, que ocupaban los puestos de gobierno y formaban el ejército, egipcios y judíos. Sin embargo, al contrario de lo que Seleuco y sus sucesores hicieron en su territorio, Ptolomeo se preocupó de mantener las costumbres milenarias del pueblo egipcio. Sabía que no hacerlo así significaría lidiar con continuas revueltas populares.
        O casi. Porque se las arregló para ir introduciendo la cultura griega, pero poco a poco y de forma paulatina, mezclada con las propias tradiciones milenarias del país, de forma que los egipcios la aceptaran sin oponer demasiada resistencia.
        Un buen ejemplo de ello es el dios Serapis. Serapis es un dios que inventó el propio Ptolomeo I, con características de los dioses egipcios Apis y Osiris y de los dioses griegos Zeus, Asclepio, Dioniso y Helios. Además, Ptolomeo lo nombró patrón de Alejandría y dios oficial de Egipto y Grecia.
      • Busto de Serapis
        Busto de Serapis. Como puedes ver tiene más aspecto de dios griego que egipcio.
        Por supuesto, Ptolomeo I no tenía ningún poder para elegir a qué dioses se rendía culto en Grecia. Sin embargo, proclamar un dios común (aunque en la práctica no llegara a serlo en realidad) era una buena forma de que el pueblo egipcio se sintiera culturalmente unido al mundo heleno.
        Con Ptolomeo II alcanza Egipto su máxima expansión tanto territorial (llegando a controlar tras la batalla de Ipsos extensos territorios en Asia Menor, Fenicia y las islas griegas) como económica. Fue creador del sistema bancario ptolemaico, el más avanzado de la época, que le permitió realizar grandes gastos militares y en infraestructuras.
        Sin embargo, a partir de Ptolomeo III Evérgetes el país va sufriendo una progresiva decadencia. De hecho, con él termina el periodo glorioso de la historia macedo-egipcia: tres reyes de notable talento y de buen carácter moral que ocuparon el trono durante poco más de un siglo (101 años para ser exactos).
        A partir de este momento, la combinación de la influencia de Roma en la vida política de Egipto y una sucesión de reyes incapaces y malvados, llevan al país a una dinámica en la que las intrigas palaciegas se suceden en cada reinado, llegándose al punto de estallar una guerra civil por motivos dinásticos durante el reinado de Ptolomeo VIII.
        De hecho los nueve Ptolomeos que reinaron después de Evérgetes, con la excepción de Ptolomeo VI Filométor, que fue benigno y humano, Ptolomeo IX Látiro, que fue amable aunque débil, y Ptolomeo XII Auletes, que no era más que un incompetente glotón, fueron todos casi por igual detestables.

        Cleopatra VII Filopátor

        CleopatraY fue así como, tras décadas de intrigas, traiciones, asesinatos y bodas entre hermanos y primos, con un reino en decadencia por culpa de sus gobernantes, llegamos al año 51 a.C.
        Este es el año de la muerte de Ptolomeo XII Auletes, tras lo cual es nombrada reina su hija de dieciocho años, Cleopatra Filopátor Nea Thea (“la nueva diosa que ama a su padre”), que reinó como Cleopatra VII, aunque quedó para la posteridad simplemente como Cleopatra, a pesar de las seis reinas de Egipto que usaron ese nombre antes que ella.
        Cleopatra subió al trono junto a su hermano Ptolomeo XIII Dionisos, de doce años de edad, con el que contrajo matrimonio según lo estipulado en el testamento de su padre.
        Cleopatra heredó un reino descontento y una administración corrupta. Su padre Ptolomeo XII se había dedicado más a las fiestas y los banquetes (Auletes significa “el flautista”) que a la administración del estado, y había conseguido mantenerse en el trono gracias a la ayuda romana, que recibía a cambio de sobornos y tributos.
        No me voy a extender sobre el reinado ni sobre la figura de Cleopatra, ya que no es el tema de hoy. Sólo diré que supo devolver la ilusión al pueblo egipcio y que asumió la tradición, la cultura y el carácter faraónico de Egipto como no lo había hecho ninguno de los Ptolomeos, ni aún los primeros.
        De hecho, fue el primer monarca de la dinastía ptolemaica que hablaba egipcio (hasta ahora el idioma de la corte había sido el griego) y comenzó a participar en las ceremonias religiosas al modo en que lo hacían los faraones del Antiguo Imperio. Devolvió a la corte todo el esplendor de los grandes faraones de Egipto.

        Egipto y Roma

        Todo el reinado de Cleopatra fue bastante turbulento. Egipto, como ya he dicho más arriba, era un reino decadente por culpa de varias generaciones de gobernantes incapaces y el poder de Roma era cada vez más fuerte en la zona.
        Recién comenzado el reinado de Cleopatra (en 50-49 a.C.) hubo fuertes hambrunas, con continuas revueltas campesinas y repunte de la delincuencia y las bandas de forajidos, formadas precisamente por los hambrientos campesinos.
        Además, los consejeros de su hermano Ptolomeo XIII, viendo a Cleopatra como una amenaza, conspiraron contra ella, consiguiendo desencadenar un enfrentamiento fraticida. El militar Aquilas, el eunuco Potino, encargado de las finanzas, y el tutor de Ptolomeo, Teodoto, consiguieron que el faraón la derrocara y hubo de abandonar el reino, exiliándose en Siria (y recuerda que, como he comentado hablando del imperio seléucida, hacía unos años que era ya provincia romana).
        Desde el exilio reunió Cleopatra un ejército para intentar recuperar el poder, aunque no lo consiguió. Tal era la situación cuando Roma se vio obligada a intervenir para defender sus intereses, lo que significó el comienzo del fin de la existencia de Egipto como país independiente.

        La batalla de Accio

        Sé que estoy pasando sobre todo el asunto de puntillas, pero sería tan extenso que todo este tema daría para dos o tres entradas por sí sólo, y como he dicho más arriba no es el tema central de hoy.
        Para resumir diré que el poder de Roma acabó inmiscuyéndose irremediablemente en la vida política de Egipto. Por medio hubo un romance entre Julio César y Cleopatra, que incluyó un fastuoso crucero por el Nilo y un hijo, Ptolomeo César, más conocido como Cesarión.
        Bajorrelieve de Cleopatra y Cesarión
        Bajorrelieve de Cleopatra y Cesarión
        También hubo un romance posterior con Marco Antonio, cuya consecuencia fueron dos niños gemelos y la cuarta guerra civil de la República de Roma. Todo el asunto acabó con una batalla naval entre la armada de Marco Antonio y Cleopatra y la de Octaviano (cuñado de Marco Antonio) frente a la ciudad griega de Accio (Actium).
        Esto, a la postre, significó el trágico y conocido final de Marco Antonio y de Cleopatra un año después, en el 30 a.C., durante la invasión romana del país. También significó el fin de Egipto como reino independiente y el comienzo de su recorrido como la provincia romana de Aegyptus.
        En fin, todo este asunto da para mucho: el reinado de Cleopatra, la relación con Marco Antonio, la batalla de Accio y el fin del Egipto independiente… Puedes ampliar la información sobre este tema y sobre Egipto como provincia romana en:

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