OPINION: La traición de los que nos representan
Cuando el pasado ya no ilumina el futuro, el espíritu camina en las tinieblas.Alexis de Tocqueville
Tras la muerte de Louis XIV, la personificación total del poder en la Francia dieciochesca, el clarividente Charles Louis de Secondat (1689-1755), conocido por más señas como el Barón de Montesquieu, escribió L`esprit des lois (El espíritu de las leyes) donde concebía la separación de los poderes, para asegurar la libertad de los ciudadanos. En su momento, los aduladores y reptiles llenos de ira, rechazaron los contrapesos y los controles al poder absoluto de sus señores. Pero, andando el tiempo, la tesis de Montesquieu se ha impuesto en la mayoría de las Constituciones del mundo, incluyendo en las monarquías. Porque un poder sin control de la Constitución ni del Congreso ni de una opinión pública, secuestrada por una prensa adicta al Gobierno, puede provocar las más terribles devastaciones en una nación.
“En cada Estado hay tres clases de poderes: Por el legislativo, el príncipe o el magistrado hace las leyes para cierto tiempo o para siempre, y corrige o deroga las que están hechas. Por el ejecutivo, hace la paz o la guerra, envía o recibe embajadores, establece la seguridad y previene las invasiones y por el judicial, castiga los crímenes o decide las contiendas de los particulares”. (El espíritu de las Leyes)
El principio de los tres poderes se contrapone a la concentración de poder. Su objetivo es que el poder frene al poder. En su libro, La democracia en América (1835) , Alexis de Tocqueville (1805-1859) ahonda en el esfuerzo del Barón de Montesquieu . Observó, acaso por vez primera, el espectáculo de la democracia, expuesto ante sus ojos. Un sistema social donde no se imponen los títulos ni los privilegios, donde impera la igualación de las condiciones en lo económico en lo político y en las oportunidades. Un sistema en el que quedarían anuladas las diferencias de razas, de condición, de origen, de casta. Porque el voto de cada ciudadano valdría lo mismo, y la idea madre era la preservar la libertad de las arbitrariedades del monarca o de quien detente el poder ejecutivo. Tocqueville creía que para salvarse del despotismo, los ciudadanos deberían escapar de los placeres mundanos, representados por un Estado paternalista. Nos advertía que las decisiones de la mayoría pueden ser tan erráticas como las decisiones de una persona. El riesgo mayor es que el régimen degenere, que los individuos renuncien a participar como ciudadanos, y convertidos en borregos, pierdan su libertad. De donde resulta que la democracia necesita que la sociedad se organice como un contrapoder. Debe haber asociaciones de ciudadanos, juntas de vecinos, sindicatos; un gobierno descentralizado, y velar, sobre todo, por el mantenimiento de la independencia de los tres poderes, sin lo cual el pueblo carecería de Constitución.
Hay tres circunstancias que no podremos evitar, y que, de algún modo, determina el comportamiento del ciudadano.
- Vivimos en una sociedad de mercado, donde hay una pluralidad de grupos económicos que quieren intervenir en las maniobras políticas para superar el peso económico de las decisiones del Gobierno. Los empresarios se hayan organizados en asociaciones— ANJE, CONEP, Cámaras de Comercio—; los trabajadores, en cambio, se agrupan en unos sindicatos debiluchos, incapaces de evitar la desnacionalización del empleo. Estamos ante unas relaciones asimétricas. Ni los partidos ni las asociaciones ni los sindicatos representan a la mayoría. Los intereses de los trabajadores ya no ejercen contrapeso. El hecho de que estos se conviertan en los únicos interlocutores devalúa la representación política. Porque los representantes quedarían secuestrados por una porción minúscula de votantes, y echarían en olvido el interés común.
- Una democracia de partidos. Los partidos son instituciones que actúan para proponer candidatos; programas de Gobierno; pertenecen—a la vez— al ámbito de la sociedad y del Estado; participan en el ejercicio del poder como tales.. Necesariamente la Constitución reconoce que el elegido es titular de la curul. Que no la pierde aun cuando el partido lo expulse o renuncie. Porque detenta una representación del pueblo. Dentro de las circunstancias actuales, el Gobierno manda y el Congreso obedece. En un sistema de alianzas de los partidos, tal como el que vivimos, donde el Partido de Gobierno ha devorado al PRD, a una porción del PRSC, es decir, que han desaparecido los partidos mayoritarios, nos hallaremos en una dictadura de partido. Porque la oposición, si no logra concretarse, hacer de contrapeso; quedará reducida a la servidumbre. De este modo, la democracia ha dejado de ser representativa para convertirse en instrumentos de los partidos. Unos partidos sin ideales ni proyectos.
- Una dependencia mediática. La influencia de los medios de comunicación: televisión, radio, periódicos impone el eslogan sobre el discurso racional; favorece la tendencia hacia el caudillismo. Porque el líder del partido se halla presente en todas las casas a través de la televisión. En cualquier caso, si el Gobierno secuestra la voluntad, fundado en una mayoría electoral, anula los contrapesos; destruye a la oposición; pisotea la Constitución, nos encontramosvelis nolis, ante un nuevo tipo de régimen que se nos impone como un poder absoluto.
La soberanía pertenece al pueblo dominicano. Es, a los ciudadanos, a los que les corresponde el ejercicio de la autodeterminación y decidir en quiénes delega el mando del país. Cuando se ataca a las instituciones que representan la frontera jurídica, y se apoya la desnacionalización de los empleos y se abandona la defensa de las conquistas sociales , y se menosprecia los resultados históricos de nuestra Independencia, puede decirse entonces que el que nos representa ha renunciado a sus funciones y ha decidido traicionarnos.
No defiende los yacimientos de empleos, que son los mecanismos de supervivencia del pueblo; ni el territorio invadido copiosamente por otra nación ni la Constitución y entra en conciliábulo con las ambiciones de otros Estado, promoviendo la haitianización del país. Además del odio a la nación que suelen llamar enfoque progresista, exhiben la sumisión al poder extranjero que confunde con las obligaciones internacionales . En resumidas cuentas: en nombre del pueblo cometen el crimen de destruir el bienestar, la historia y la independencia de un pueblo que ya no representan.
¿Por qué el Gobierno y los legisladores que hemos elegido para que nos representen no nos defienden de esta conjura? ¿Por qué no diferencian el trigo de la paja? ¿Por que permiten la desintegración del proyecto nacional? ¿Qué futuro tiene el país con unos representantes que han decidido traicionarlo?
La ambición de poder no conoce límites. Durante un improvisado discurso de campaña, el Presidente Medina dijo lo siguiente : “ Un Presidente que no tiene Congreso no lo dejan gobernar. Yo necesito mi Congreso. Y esos compañeros que estamos postulando aquí son parte de mi Congreso. Tienen que marcarme a mí, y marcar a mis congresistas, a mis regidores y a mis alcaldes”
- La pérdida de confianza en el Congreso. La gente tiene la impresión de que la mayoría legislativa actúa como una aplanadora que impone los caprichos del poder. A veces sin ni siquiera debatir y escuchar al pueblo en vistas públicas, tal como ocurrió con la aprobación de la reelección , sin someterla al referéndum, la ley 169/14 que cambiaba el sistema de nacionalidad. En resumen, el Congreso se halla plagada de políticos de oficios, los representantes no son libres, se hallan sujetos a los propósitos del poder ejecutivo. Con lo cual el Congreso deja de ser un contrapeso al poder ejecutivo y se convierte en monaguillos del poder de turno. El representante actúa contra la voluntad del representado. No defiende los intereses del pueblo. ¿Cuáles legisladores se han dedicado a defender los empleos de los dominicanos de la suplantación en la agricultura, en la construcción, en el turismo y en todos los servicios? Se supone que los representantes deberían representar una voluntad única que es la voluntad del pueblo.
En teoría, los diputados y senadores constituyen su variopinta diversidad la total representación del pueblo. ¿Dónde se halla la voluntad del pueblo? Si los representantes ya no representan ni defienden al pueblo, sino a los caciques de los partidos, que, a su vez, se hallan sujetos por intereses económicos o de grupos, y les imponen a los representantes del pueblo una servidumbre de la cual no pueden zafarse. Antes esas cuestiones, la representación no da presencia, a lo que no la tiene. La representación política que encarnan los legisladores no funciona.
La representación depende del sufragio, y en vista de ello, suponemos que los legisladores nacidos de la elección directa, representarán la voluntad del pueblo, pero lo que ocurre es que traicionan esa voluntad, sujetos por razones distintas a la deuda contraída con el que, sin pasar por las primarias, los eligió para ocupar el cargo. Los representantes tienen, según se ve, cada vez menos cultura. Algunos se hallan implicados en delitos. El criterio de que los electores elijan a los mejores no es lo que se impone. Los representantes, además, se hallan divididos entre los intereses particulares de su sector y el interés general del país. Muchos diputados para llevar a cabo esa representación particularizada se olvidan del interés general, y quedan centrados en las pequeñeces.
En unas elecciones, los ciudadanos delegamos en unos representantes nuestra propia autodeterminación. Entregamos nuestra libertad y los convertimos en mandatarios. El poder nace del voto. Montesquieu notaba que, de manera natural, el poder siempre tiende al abuso. El poder corrompe siempre porque se pierde el sentido de la realidad: los hombres se creen predestinados.. Y la única manera de contrarrestar esto, es con la separación y con la independencia de los tres poderes del Estado. Cuando un gobernante controla, además, del poder ejecutivo, el poder legislativo y, mediante argucias, se impone en el poder judicial; todo ello lleva a la desaparición de las instituciones, y de este modo llegamos al despotismos, en el que el hombre que gobierna suplanta las leyes y la Constitución que ha jurado obedecer. Tocqueville decía que “ los tiranos solo son grandes cuando nos presentamos ante ellos de rodillas” .
Un síndrome se apodera de los hombres que llegan a ser inquilinos del Palacio Nacional de la calle México. Suelen creerse indispensables. Llegan a convencerse de que la función presidencial empieza con ellos. Los ejemplos saltan a la vista. Hipólito Mejía proclamó urbi et orbi que no permanecería ni un día más en la Presidencia, más allá del período que había jurado. Mintió. Reimplantó, a trancas y barrancas, la reelección. El Presidente Medina, tras haber proclamado que jamás intentaría una reelección, porque , además, se hallaba prohibida por la Constitución, impuso una modificación constitucional para beneficiarse exclusivamente de una reelección. Eliminó brutalmente a su principal rival en el partido; sin darle siquiera la oportunidad de participar en unas primarias. Impuso en el comité político del PLD, un grupo adepto a su figura, para controlar rotundamente el partido. Luego se dedicó a descomponer a la oposición. Según esto, los cortesanos les convencieron de la necesidad de permanecer en el poder. Maniobran en el Gobierno, seducido por los aduladores, y viven en una burbuja tan lejana de la realidad que llegan a creerse semidioses. “En San Juan, me he sentido como un Rey” dijo el Presidente Medina. Olvida que tal como dijo alguna vez, un presidente dominicano que paso por la humillación del calabozo, el poder es una sombra que pasa.
http://almomento.net/opinion-la-traicion-de-los-que-nos-representan/191014
No hay comentarios.:
Publicar un comentario