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martes, 15 de diciembre de 2015

Asalto al The Royal Bank of Canadá, en Santiago en 1954

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Jamás, hasta el año 1954, alguien se había atrevido a asaltar un banco, en un franco desafío a Trujillo y su férrea dictadura.

Sin embargo ocurrió. Un hombre que se denominaba "brujo" lo hizo, pues el 6 de noviembre de ese año, a las 9:05 de la mañana, siete hombres armados penetraron a la sucursal de The Royal Bank of Canadá, entonces situada en la casa número 76 de la entonces calle Presidente Trujillo,


actualmente denominada El Sol. Los asaltantes, tras amarrar al subgerente a y varios empleados, los encerraron en la bóveda del establecimiento bancario, para luego cargar con un botín ascendente a la suma de 149,268 pesos, que para la época equivalían a la misma suma en dólares.

La noticia circuló de inmediato como reguero de pólvora. Era algo realmente increíble, pues pocos podían sospechar que en plena Era de Trujillo pudiera cometerse un asalto de tal naturaleza. Los asaltantes, pocos tenían dudas, serían fusilados sin contemplaciones si eran detenidos, como en efecto ocurrió rápidamente, tras un proceso judicial aparentemente apegado a la Ley y que, a la larga, demostró la crueldad de la dictadura de Trujillo.

El grupo estaba encabezado por Eudes Bruno Maldonado Díaz y lo completaban sus hermanos Manuel y Vinicio Maldonado Díaz, como también José Ulises Almonte y Almonte, Cristóbal Martínez Otero, Evaristo Benzan Carmona, Luís Sosa y Bienvenido Antonio Pichardo Saleme, alias El Chino.

Eudes estaba vestido de teniente de la policía. Todos entraron normalmente a la sucursal bancaria cuando un empleado les abrió la puerta, en la creencia de que se trataba de un asunto oficial, pues usualmente, el banco no estaba abierto al público los sábados.

Ni corto ni perezoso, Eudes Bruno Maldonado Díaz explicó al gerente Luis Rodríguez Sánchez que tenía "instrucciones superiores" de realizar un arqueo bancario, ante lo cual el funcionario bancario le solicitó algún tipo de credencial o documento que identificara a su interlocutor y, segundo lugar, que consignara por escrito la orden recibida. La respuesta que recibió fue una actitud amenazante del grupo, obligándole a entregar la combinación de la bóveda donde estaba el dinero.

Como seguramente muchos saben, para abrir la bóveda de un banco se requiere de la actuación de dos personas, cada una con una combinación, a fin de tener una responsabilidad compartida. La otra combinación la tenía el empleado George Beltrán, quien había ido a desayunar a su casa, que quedaba a pocas cuadras del banco. Eudes Bruno Maldonado Díaz obligó entonces a Rodríguez Sánchez a escribir un mensaje a Beltrán, diciéndole que se presentara urgentemente al banco, pues se le necesitaba. La esquela fue enviada con la conserje Mercedes Lantigua, quien fue acompañada de José Ulises Almonte y Almonte, chofer del grupo. Beltrán, sin sospechar nada, se presentó a la sucursal bancaria y fue obligado a abrir la bóveda. En cuestión de poco más de una hora, los atracadores dejaron al personal encerrado en la bóveda, tras matar al cobrador Francisco Antonio Persia Rodríguez y al mensajero José Manuel Fernández Núñez, probablemente porque mantuvieron siempre la vista fija en los rostros de los intrusos, con el fin de reconocerlos posteriormente. El cadáver de Núñez fue encontrado dentro de un armario destinado a guardar papeles. El infeliz había sido golpeado brutalmente y estrangulado por los asaltantes, que hicieron lo mismo a Persia Rodríguez, en el interior de un baño.

Los empleados encerrados en la bóveda fueron Mercedes Lantigua, Juan Lorenzo Sarnelli, Dagoberto Rodríguez Camacho, George Beltrán, María Machado de Pérez y José Alfredo Victoria.

Los atracadores intentaron asesinar al contador y subgerente Julio Zeller Cocco, con una driza de bandera atada al cuello, que le dejó un surco sangrante. Zeller Cocco también fue golpeado contundentemente en la cabeza, probablemente con un objeto muy pesado, pues se le hundió parte del hueso del cráneo. Zeller Cocco había sido dejado fuera de la bóveda para que la cerrara.

Los empleados, desesperados al encontrarse recluidos y casi sin aire, hicieron un esfuerzo común y lograron romper el cristal de la puerta interior de la bóveda, para entonces gritar pidiendo auxilio. Sin embargo, los que acudieron a ayudarlos no lograron desajustar la combinación, pues la misma estaba protegida por un bloque de cristal que protegía el mecanismo. Pero además había una puerta de acero, con cerradura, aparte de otra de dos hojas, también de acero, la cual no había sido cerrada. Esto permitió al gerente Rodríguez Sánchez romper el cristal con la ayuda de sus compañeros, tras de lo cual el funcionario pudo vocear el número de la combinación, pues de nada valieron el uso de acetileno ni los mandarriazos dados por varios presos que fueron llevados al banco desde la cárcel donde se encontraban.

Hay un refrán que dice que el diablo nunca duerme, pues cuando los asaltantes llegaron al banco, un vendedor de billetes le ofreció en venta uno que coincidía plenamente con la placa del carro en que llegaron, lo cual molestó muchísimo a Eudes, aunque sin mayores consecuencias. Posteriormente, ese billetero aportaría el dato a las autoridades, lo que más tarde permitió establecer la ruta del grupo en Ciudad Trujillo, la capital.

Cometido el asalto, sus autores enfilaron hacia Ciudad Trujillo, sin ser molestados en los puestos de chequeo de entonces, a cargo del Ejército. En el juicio que se les siguió, Eudes, el cabecilla del grupo, dijo que "los seres" le habían dicho que no tendrían problemas con los registros, pero que fracasarían porque hubo sangre.

Eudes Bruno Maldonado Díaz era un creyente en la hechicería. Según él, siempre se asesoraba de "los seres" antes de hacer cualquier cosa que implicara peligro. En esta ocasión, cuando "un ser" se le montó, según su propia declaración ante los jueces, le había dicho que en el caso del asalto todo saldría bien, excepto que hubiera sangre. Maldonado Díaz se comprometió a que eso no sucedería, pero fue lo contrario.

El carro en que viajaban por la sinuosa carretera Duarte había sido preparado por Almonte y Almonte, un excelente mecánico, para que desarrollara mayor potencia. Eso les permitió llegar a Ciudad Trujillo en hora y media, cuando entonces lo normal era que el viaje durara unas tres horas, por la accidentada y antigua carretera Duarte, llena de hoyos.

El Gobierno dijo entonces que Trujillo "personalmente" se puso al frente de las investigaciones, a tal punto que la noche del asalto permaneció en su despacho hasta la madrugada. La guardia y los demás servicios de investigación fueron movilizados, hasta que recibieron una nueva pista: la del entonces raso de la policía de tránsito Simón Tadeo Guerrero González, quien con el correr de los años llegó a ser Jefe de la Policía y quien en 1967 estuvo implicado en la desaparición y muerte del dirigente sindical, periodista y abogado Guido Gil, sin que nunca recibiera sanción. Tadeo Guerrero estaba de servicio cuando pasó el carro de los asaltantes por la entonces avenida Gefrard, actual Abraham Lincoln, a esquina Jorge Washington.

Tadeo Guerrero diría luego que el auto era conducido por una persona con camisa negra y de cuello alto, por lo que creyó que era algún sacerdote en apuros, razón por la cual no lo detuvo. Pero al enterarse del asalto, comunicó a sus superiores tales datos, incluido el número de la placa del carro, que era la 3331.

Eudes dispuso, al llegar a la capital, que el dinero robado fuera guardado en diferentes lugares. Una parte en la calle José Martí 271, otra en la calle Francisco Henríquez y Carvajal número 143, donde vivía, y el resto en la calle María Montez 175, en la cual residía Cristóbal Martínez Otero.

Trujillo ofreció una recompensa de diez mil pesos oro "de su peculio personal" a todo aquel que ofreciera una pista que condujera al apresamiento de los asaltantes. La gerencia de The Royal Bank también ofreció otra recompensa a los investigadores cuando los asaltantes fueron apresados, pero Trujillo le envió una carta al gerente diciéndole que los militares que participaron en las pesquisas solo cumplieron con su deber, sugiriéndole que la suma ofrecida fuese donada a instituciones de caridad, entre ellas la Cruz Roja, como en efecto hizo el Banco.

El domingo a la 1:30 de la mañana, los asaltantes estaban presos. Seis fueron detenidos en la capital y Pichardo Saleme, alias El Chino, en San Pedro de Macorís.

Manuel Vinicio Maldonado Díaz, hermano adoptivo de Eudes pero a quien se les habían dado los dos apellidos, fue el delator de los demás. Su creencia era que si cooperaba con las autoridades le iría bien, una verdadera ingenuidad en una dictadura.

La primera vivienda en ser allanada fue la del chofer Ulises Almonte y Almonte, en la calle José Martí 271, donde fue detenido Vinicio Maldonado Díaz en el momento en que se bañaba. Los demás cayeron como cuando se desbarata un castillo de naipes.

El proceso judicial se inició en Santiago el 9 de noviembre, es decir tres días después. El tribunal estaba presidido por el doctor Flavio Darío Espinal. En vista de que los acusados dijeron no tener dinero para pagar abogados que les defendieran, se les asignó un abogado de oficio, el doctor Orlando Cruz Francisco.

En razón de que tras las investigaciones resultaron implicadas varias mujeres, se les asignó como abogado defensor al licenciado Juan Tomas Mejía Feliu. Ese jurista defendería a Modesta Báez de Almonte-esposa de José Ulises-y a Horacio Nelson Maldonado Díaz, Franklin Christopher Peña y Ricardo Christopher Peña. Otro acusado, Luís Maria Torres, sería defendido por el licenciado Héctor Barón Goico.

La defensa de Miguel Olavarrieta, María Marina y Normanda Maldonado Díaz, estas últimas hermanas de Eudes. La acusación que pesaba contra las mujeres era dizque vigilaban las actividades del banco para avisar con un silbato al grupo de asaltantes, en caso de que hubiera problemas.

El periódico El Caribe describía a Eudes como un hombre "esbelto, de porte elegante, facciones finas, labios enérgicos y ojos pequeños, vivaces y escrutadores". Según el mismo periódico, Eudes miraba al público congregado en el tribunal "con indiferencia y cierto aire de arrogancia", aunque después se mostró sumiso y respetuoso ante el tribunal.

Eudes dijo que en el asalto "no hubo tal jefe ni existió jamás la sugestión. El "ser nos habló a todos y todos nos confiamos las confidencias".

Contó que la inspiración para cometer el asalto surgió tras ver una película de vaqueros en un cine, en la cual varios hombres asaltaban un banco. Eso mismo podrían hacerlo ellos, en una edición real mejorada, según Eudes.

En cuanto al cobrador Fernández Núñez, dijo que hubo que matarlo porque lo reconoció, y al mensajero Persia porque tuvo la mala suerte de llegar en el preciso momento en que el grupo se disponía a abandonar el banco.

Las armas utilizadas, según se demostró ante el tribunal, pertenecían a dos agentes policiales asesinados en octubre anterior al mes del asalto. Uno de ellos era casi vecino de Eudes. Los hermanos Christopher se vieron involucrados en el caso porque en la casa de Ricardo, en la aldea de Villa González, vecino de Santiago, Eudes confeccionó un altar para sus rituales de brujería. Los dos fueron finalmente absueltos por el tribunal.

Luís Manuel Torres Peña también fue descargado por insuficiencia de pruebas, puesto que solamente prestó su carro para el asalto, sin saber que sería utilizado para eso. También fue descargada por el mismo motivo Maria Modesta Báez de Almonte. El público que abarrotaba el tribunal prorrumpió en aplausos al oír la decisión del tribunal, que acogió así la petición del fiscal, licenciado Joaquín Santaella. Ese mismo fiscal fue quien solicitó que los asaltantes fueran condenados a 30 años, y cinco años de prisión para los otros once supuestamente involucrados en el asalto.

La sentencia condenatoria fue dictada la madrugada del martes 14 de diciembre. El doctor Nicomedes de León condenó a 20 años de prisión a Ramón Maldonado Díaz, José López, Félix Rolando Maldonado Díaz y Luz Filomena Taveras Ventura. Marina Maldonado Díaz tuvo que ser internada en el hospital de Santiago al sufrir un síncope como resultado del aborto a que tuvo que ser sometida el 4 de noviembre, dos días antes del asalto. Eudes y los demás asaltantes directos fueron condenados a 30 años de prisión.

El autor de este artículo, que entonces vivía en Santiago y tenía doce años de edad, recuerda perfectamente que las centenares de personas que se congregaron en las afueras del tribunal, en el Palacio de Justicia, al enterarse de la sentencia contra los acusados comenzaron a vociferar "!Que Gobiernazo!" "¡Viva Trujillo!"

El autor recuerda también el acordonamiento policial de la calle donde vivía Ramón Emilio Maldonado, padre de Eudes, quien se encontraba agonizante en un barrio de la parte baja de Santiago. Ni siquiera parientes suyos o vecinos podían penetrar a esa calle, como si allí viviera un hombre peligroso al que había que mantener aislado a pesar de su estado, que finalmente le llevó a la muerte.

El Caribe llegó a venderse "como pan caliente", pues su lectura era la única manera que tenían para enterarse de lo que sucedía en el interior de la sala de audiencias, donde no todos pudieron entrar al estar abarrotada.

Como parte de una farsa sin parangón, Trujillo conmutó la pena a los acusados. Sin embargo, el 15 de diciembre de 1954, un día después de la sentencia, los principales implicados en el asalto fueron llevados a realizar labores de chapeo o trabajos públicos, al sitio denominado Los Platanitos o Ensanche San Rafael, donde actualmente se encuentra el Estadio Cibao de béisbol. Según se publicó entonces, en páginas interiores del periódico El Caribe, el grupo fue muerto "cuando de manera audaz intentaron una fuga en masa, mientras realizaban trabajos en un campo militar situado en el Ensanche San Rafael".

Un comunicado oficial dijo que los presos "trabajaban con machetes y obedeciendo a una señal esgrimieron dichas armas en un intento de sorprender a los custodios, pero fracasaron en un último y desesperado atentado criminal. Murieron abatidos a balazos por los agentes del orden".

Solamente José Ulises Almonte se salvó del ametrallamiento, pues se encontraba realizando trabajos de mecánica en la fortaleza San Luís, de Santiago, entonces comandada por el coronel Ludovino Fernández, quien habría de pagar las consecuencias al ser considerado responsable del asesinato de los presos, por lo cual fue sometido a la justicia.

Otros decían que Almonte y Almonte no fue muerto porque supuestamente había sido chofer de Ramfis Trujillo, primogénito del dictador, quien le habría pedido que no lo mataran. Otros afirman que, en realidad, Almonte y Almonte fue ejecutado en la misma fortaleza, pues al haber sido militar se quería dar "un ejemplo" ante los demás soldados para que no asesinaran a sus compañeros de armas, como ocurrió con los policías cuyos revólveres fueron robados tras asesinarles. Naturalmente, estas son especulaciones.

La recomendación para enviar a la Justicia al coronel Fernández la hizo una Junta Militar integrada por oficiales de leyes del Ejército, la Marina y la Aviación, pues una anterior había dicho que en sus indagaciones no llegaron a conclusión alguna en cuanto a la responsabilidad del oficial. Otro sancionado fue el mayor general Virgilio García Trujillo, al ser degradado a general de brigada porque en su calidad de Jefe de Estado Mayor del Ejército no tomó "medidas adecuadas de previsión" encaminadas a evitar el fusilamiento de los presos. El Gobierno, entonces dirigido por el presidente gomígrafo Héctor Bienvenido Trujillo, "lamentó" las muertes de los presos, cuyos cadáveres permanecieron "horas muertas" en el sitio donde se materializó la ejecución, mientras un público curioso, previamente convocado por emisoras radiales de Santiago sometidas al Gobierno, presenciaba la dantesca escena.

Pero aún más, pues el coronel Ludovino Fernández fue puesto a disposición de la Justicia por el propio Trujillo, a pesar de que la segunda Junta Investigadora recomendara que lo juzgara un Consejo de Guerra. Sin embargo, el 10 de enero de 1955, Ludovino Fernández recuperó su libertad al ser "absuelto" por la justicia civil. El tribunal dictaminó que no se demostró que el acusado participara "ni directa ni indirectamente" en los hechos que motivaron su sometimiento a la Justicia.

Como cruel colofón a toda esta farsa, Trujillo ordenó la entrega de un cheque por mil pesos a Griselda y a Romualda Esperanza Maldonado Díaz, quienes supuestamente escribieron una carta al dictador en la que decían estar conformes con la decisión del tribunal que condenó a sus hermanos, quejándose al propio tiempo de que estaban "en una miseria terrible y nuestros esposos se nos han ido y no tenemos siquiera para la comida, mucho menos para la manutención de nuestros hijitos".

Muchos antitrujillistas llegaron incluso a simpatizar con los asaltantes, no porque justificaran su acto de delincuencia, sino porque tuvieron el valor de desafiar a Trujillo, en momentos en que se requería tener el suficiente material colgante para hacerlo. Texto: Santiago Estrella Veloz para Diario Libre

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