LORENZO DESPRADEL (MULEY),
SOBRE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA DE CUBA
Cuenta
el capitán Despradel en sus memorias, que en cierta ocasión una columna
española avanzaba disparando rumbo al campamento del Ejército Libertador:
Todo
el campamento se ponía en guardia para ensillar y cargar, tan pronto como el
general diera las órdenes a su corneta de que diera esos toques. Silbaban las
balas enemigas más cerca, y con gran asombro nuestro oíamos la voz del viejo
caudillo ordenándole a su asistente que le colgara la hamaca. Cesaba el fuego,
y a poco venían los exploradores a avisar que la columna había acampado en
determinado sitio. “Ya lo sabía –decía el general– son las once y media. Salió
esta mañana del pueblo, y la única aguada apropiada que tienen para descansar y
hacer el rancho, es donde se han quedado”. (Ferrara, 1942:270)
El
propio General en Jefe no dejaba de criticar el mando español por el
esquematismo y rigidez de sus acciones. Avanzada ya la campaña, en
declaraciones al periódico norteamericano The Sun, expresó: “Estos generales españoles
carecen de originalidad [...] no conocen más que una táctica [...] Todos siguen
inalterables, la antigua rutina, todos dan las mismas órdenes”. (Souza,
1948:224) Del mismo modo, en carta a Estrada Palma, fechada el 20 de julio de
1897, escribió:
Los españoles están cansados y en estos días, en que el calor a nosotros
mismo nos sofoca, no concibo cómo esas tropas se muevan. La verdad es que el
general Weyler [...] está acabando con sus soldados. Les hace emprender marchas
terribles por caminos intransitables, para no hacer más que apresar familias y
talar sembrados. Por la noche, nuestras avanzadas se ponen a la vista de ellos,
y empieza el tiroteo hasta por la mañana. (Souza, 1948:212
)
Junto
a ello, Gómez poseía un gran dominio acerca del terreno en que operaba. Había
sido esta zona escenario de muchos de sus combates durante la Guerra Grande. Aquí
varias veces había hecho su campamento y recorrido cada uno de sus caminos,
veredas y montes. Al respecto, escribía Despradel (1941:291):
Abonaba el éxito de esa rara campaña el conocimiento que tenía el general
del terreno en que estaba batiéndose. Lo conocía palmo a palmo y muy raras
veces consultaba los mapas magníficos que llevaba consigo, ni a los prácticos
que le rodeaban, para moverse en aquel terreno cruzado por infinidad de veredas
y sendas que desembocaban en los inmensos potreros en que nos debatíamos
incesantemente insurrectos y españoles.
Las
primeras acciones tuvieron como objetivo llamar la atención del enemigo y
hacerlo concentrar grandes fuerzas sobre la región. En esta idea se inscribió
el sitio y ataque al poblado de Arroyo Blanco, el cual contaba con buenas obras
de fortificación y se comunicaba directamente con Sancti Spíritus, a través del
heliógrafo y con La Habana ,
por medio del telégrafo. Al referirse a esta acción, Gómez (1968:320) anotó en
su Diario de Campaña: “[...] mi propósito principal es ver la manera de obligar al general
Weyler que mueva grandes fuerzas sobre estas jurisdicciones de Las Villas,
debilitando las que ha echado sobre Matanzas, La Habana y Pinar del Río”.
El
mando español reaccionó enviando muy pronto refuerzos en auxilio de la plaza
sitiada. A partir de aquí, sin levantar el cerco a la plaza, Gómez puso en
práctica la táctica de interceptar y luchar contra los refuerzos del enemigo.
Ello dio lugar, el primero de febrero, al combate en el potrero Juan Criollo,
donde, a pesar de sufrir bajas de consideración, las tropas cubanas sometieron
al enemigo a un hostigamiento constante que le ocasionó a su vez pérdidas no
precisadas.
Después
de este combate se levantó el sitio al poblado de Arroyo Blanco, pero el
objetivo se había conseguido. El mando español concentró sobre la zona
cuantiosos efectivos y se inició una ofensiva dirigida a aplastar la la
insurrección y aniquilar a su principal jefe militar.
Cierto
día, a principios de marzo de 1897 –refiere Despradel (1942:298)– una fuerte
columna española se obstinó en hacer a Gómez una persecución tenaz, y este le
expresó a su Estado Mayor: “Puesto que esa columna lo quiere, me veré –si
persiste en seguirme– en la ocasión de aniquilarla esta noche sin necesidad de
dispararle un tiro”. Y más adelante añadió:
[...] La persecución duró muchas horas, y ya al caer la tarde
penetrábamos en una región húmeda, cenagosa, cubierta de lagunatos de agua
salobre e invadida por nubes de mosquitos y jejenes. Hasta allí nos persiguió
la columna que se vio obligada a acampar en aquel sitio, puesto que la noche se
le venía encima; en tanto que nosotros, que constituíamos un cuerpo de
caballería ligera, tomamos una vereda y nos alejamos a paso vivo de aquel lugar
donde se respiraba un ambiente envenenado.
Al otro día la columna tuvo que tomar el camino de la trocha, urgida por
la necesidad de encontrar hospitales en que alojar a los centenares de soldados
que se habían envenenado tomando el agua salobre de esa región pantanosa en que
tuvo que acampar.
Para
este tipo de acciones, Máximo Gómez supo convertir la noche en uno de sus
aliados más poderosos. En tal sentido, intuyó con maestría el obstáculo
psicológico que esta representaba para el soldado español, así como las
ventajas que reportaba el hábil aprovechamiento de las condiciones nocturnas
para el desarrollo de la lucha irregular. “El combatiente –escribió el general
Gómez (1968:137)– amó la vereda tortuosa para la emboscada; amó la noche
oscura, lóbrega para descanso suyo y para el asalto al descuidado o vigilado
fuerte enemigo”.
Por
su larga experiencia, el jefe mambí conocía que las tropas españolas solo en
casos muy excepcionales combatían o maniobraban de noche. Por lo general, las
fuerzas colonialistas salían del combate o acampaban allí, donde les
sorprendiera el final del día. De ahí que durante la campaña, Gómez empleara en
gran escala las acciones nocturnas más diversas, tales como marchas y
contramarchas, salidas del combate, maniobras, hostigamiento, exploración y
otras.
Durante
la Campaña de
La Reforma ,
el Generalísimo practicó el principio de hostigar de forma permanente al
enemigo, procurando obtener siempre resultados diarios por muy pequeños que
estos fueran. Al describir este modo de operar, su jefe de despacho apuntó:
[...] Gómez, puso en práctica la táctica de permanecer siempre en
contacto con el enemigo, hacerle notar constantemente su presencia y burlar sus
combinaciones, teniéndolo de día y de noche bajo el fuego mortífero de sus
guerrillas volantes, pequeños cuerpos compuestos por soldados de caballería que
se convertían en infantes cuantas veces lo requería la naturaleza del terreno o
cualquiera exigencia de carácter táctico. (Despradel, 1942:289 y 290)
Cada
noche, al resumir en su Diario las
ocurrencias de la jornada, sus ayudantes oían expresar al general: “Un día más:
una batalla ganada”. (Despradel, 1942:290)
Esta
lucha tenaz frente a un enemigo muy superior en fuerzas y medios la debió
desarrollar el General en Jefe en desventajosas condiciones materiales, casi
sin avituallamientos, sin el alijo de expediciones y sin los recursos con que
pudieron contar los patriotas en otras regiones del país, sobre todo en el
Departamento Oriental, lo cual hizo arraigar en los combatientes la idea de
enfrentar y derrotar al enemigo confiándolo todo a las propias fuerzas,
convicción que quedó patente en las siguientes declaraciones del propio Gómez
al periódico The Sun:
Estamos luchando contra fuerzas muy desigualmente superiores.
Desamparados del universo entero, nos alzamos todos enfrente de una potencia
europea. Pero resueltos como estamos a morir o ser libres de una vez y para
siempre, debemos ser tan cautos como valerosos, puesto que nuestra salvación
depende solo de nuestras propias fuerzas. (Boza, 1974, T. II:62)
Su
arma más mortífera durante la campaña fue el hábil aprovechamiento de las
condiciones del clima y de la topografía del terreno; de las plagas y epidemias
como el vómito, el paludismo y la disentería amebiana; de los terrenos
pantanosos plagados de insectos; de las intrincadas maniguas y ásperos montes,
así como de los torrenciales aguaceros y el calor sofocante.
Para
desarrollar con éxito esta lucha desigual, el General en Jefe exigió en todo
momento una férrea disciplina militar. En el campamento del general se
castigaba con severidad cualquier falta o delito que violara las
reglamentaciones establecidas.
El
primer cumplidor y el más exigente, incluso consigo mismo, era el propio Gómez,
quien por otro lado llevaba la vida de campaña con suma austeridad, sufría las
mismas privaciones y sacrificios que cualquier soldado de filas, a pesar de su
elevada responsabilidad e, incluso, de su avanzada edad.
La
siguiente anécdota, también relatada por el capitán Despradel (1942:302), es
reveladora del alto concepto que tenía el General en Jefe del cumplimiento de
los deberes militares: En cierta ocasión, en que las tropas de Gómez salían del
potrero Demajagua, el general dejó olvidados al lado de un árbol algunos
documentos, y al percatarse de ello, envió a uno de los asistentes a recogerlo
.
Más
tarde, al hacer campamento, el cocinero le entregó su ración, consistente en un
par de huevos para que los tomara con un poco de ron. El general rehusó comer
ese día y distribuyó su ración entre el Dr. Valdés-Domínguez y el propio
Despradel, quienes no entendieron esa actitud del jefe, pues sabían que ese era
el único alimento con que contaba para pasar el día. Solo varios meses después
conocieron las causas de este hecho, cuando escucharon al general increpar
duramente a un oficial, por el incumplimiento de una orden, con las siguientes
palabras:
Aquí a nadie se le puede olvidar el cumplimiento de sus obligaciones. Yo
llevo el peso de la guerra sobre mis hombros; tengo miles de deberes que
cumplir, y puedo jactarme de que nunca se me ha olvidado nada [...] ¡Miento!
–agregó– un día dejé por olvido unos documentos [...] en el tronco de un árbol
en Demajagua, y ese día me castigué no comiendo nada absolutamente, para
guardar recuerdo de ese olvido.
De
su gran sacrificio personal son elocuentes estas palabras escritas en el Diario de Campaña, (1968:347) el 24 de febrero de 1898,
al cumplirse tres años del inicio de la guerra:
[...] He vivido 34 meses encima del caballo, mi sueño por la noche se
reduce, de cuatro a cinco horas y las más de las veces a menos. Mi alimentación
[...] carne sin condimentos y vianda cuando se encuentra [...] Siento mi pobre
cuerpo cansado de la fatiga y hace muchos días, que con el pretexto del frío,
mi cama es el duro suelo, suavizado con pajas de potreros donde pastan los
ganados. La hamaca no me es ya cómoda, como lo era antes [...]
En
conclusión, la Campaña
de La Reforma
aportó valiosas experiencias para el Arte Militar cubano. A lo largo de un año,
las tropas mambisas, empleando el método irregular de lucha, supieron enfrentar
con éxito a un adversario muy superior en fuerzas, medios y recursos, y
convirtieron los potreros de La
Reforma en un virtual avispero, donde las poderosas fuerzas
colonialistas allí concentradas sufrieron infinidad de pequeñas derrotas.
Fuente consultada:
Historia Militar de Cuba,
Ira. Parte. Tomo III. Vol. II. Editorial Verde Olivo. Año 2009. Habana Cuba.
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