Izquierda, réplica de la Venus de Lespugue, tallada en marfil (periodo Gravetiense, Paleolítico Superior) y a la derecha la cantante estadounidense Nicki Minaj.
http://www.diariolibre.com/revista/el-universo-booty-CA3112235
Las muertes de mujeres dominicanas a consecuencia de cirugías estéticas hacen aflorar invariablemente las advertencias públicas sobre la peligrosidad de algunos procedimientos en manos inexpertas, pero también las críticas a una decretada frivolidad femenina que hace del cuerpo una medida de valor y un bien de consumo.
El fallecimiento reciente de Ramona Franco Cruz, se inscribe en este inventario que ya no parece sorprender a nadie. Como muchas otras, su muerte fue producida por complicaciones derivadas de una intervención para el aumento de glúteos que, junto a la de senos, encabeza la lista de las más demandadas en el país.
¿A qué se debe esta demanda creciente, aquí como en otros países, de un trasero más voluminoso que el heredado por la naturaleza? Desde que el fenómeno comenzó a tomar amplitud, las respuestas ensayadas recorren una amplísima gama. En los espacios más críticos, se atribuye a la colonización del cuerpo femenino por la ideología patriarcal, que lo convierte en mercancía.
La realidad induce a pensar, sin embargo, que no basta con atribuir la responsabilidad al entramado ideológico que ha desposeído históricamente a la mujer de su autonomía sexual. Las mujeres que acuden al quirófano para agrandarse el trasero están reivindicado, incluso si el propósito no es consciente, un fenotipo que “justificó” su infravaloración por “antiestético” y “vulgar” y que durante mucho tiempo la “ciencia” identificó con una sexualidad primaria propia de grupos humanos “inferiores”.
Saartjie “Sarah” Baartman (1789-1815), una mujer de la etnia khoikhoi conocida como la Venus Hotentote, puso de relieve en el siglo XIX la catadura racista del estudio del cuerpo por el hombre occidental blanco. Con un trasero descomunal, propio de las mujeres de su grupo étnico, fue exhibida como atracción circense primero y después “estudiada” como una anomalía de la naturaleza por “científicos” franceses. Tras su muerte, sus genitales, proporcionales a su trasero, fueron conservados en brandy y exhibidos en el Museo del Hombre de París como algo curioso.
Un ideal mutante
El concepto de “belleza” femenina ha cambiado según han soplado los vientos culturales de la historia. El ideal de mujer actual, impulsado sobre todo por la industria de la moda y de la belleza, nada tiene que ver con el de la mujer que los primeros homos sapiens dejaron esculpida en diferentes materiales para la posteridad. Las llamadas venus paleolíticas, entre las que destaca la Venus de Willendorf, tenían volúmenes que hoy serían considerados mórbidos. Los grandes senos colgantes, el pubis prominente, el abdomen sobresaliente y las nalgas voluminosas, se repiten en las esculturas y relieves de los asentamientos prehistóricos encontrados en Europa.
Otra cosa sería la Grecia clásica, centrada en la armonía del cuerpo masculino, que terminará aplicando las mismas reglas geométricas al cuerpo de las mujeres para establecer un canon de belleza femenina que dejaba al cincel del artista despojarla de sus protuberancias en beneficio del equilibrio estético.
El arte, y más tardíamente la industria, ha reflejado una imagen de la mujer construida por la mirada masculina. Durante los años veinte del siglo XX, el ideal femenino de belleza entroniza la mujer delgada y de aspecto andrógino, un poco libertina, que inmortaliza la “flapper”. En los años cincuenta y principios de los sesenta, la industria cinematográfica y la publicidad convertirán en mitos sexuales los cuerpos abundosos de Sofía Loren, Marilyn Monroe, Anita Ekberg o Raquel Welch.
La aparición sobre las pasarelas de la modelo británica Twiggy en la segunda mitad de los años sesenta marcó la pauta que la industria explotaría con alta rentabilidad: casi anoréxica, con cara de niña, rubia y blanquísima, se convirtió en la imagen de lo femenino que durante el último medio siglo ha preconizado el Occidente blanco. Todas las top models después de ella, incluyendo a su compatriota negra Naomi Campbell, convertidas en epítomes de belleza femenina, vinieron a revalidar una imagen discriminatoria de la inmensa mayoría de las mujeres.
En beneficio de este modelo de belleza, los medios de comunicación y la publicidad capitalistas normalizaron la cirugía plástica y la cosmética como el recurso más eficaz y expedito para que las mujeres entraran al redil del canon reconstruyendo sus cuerpos. Las modificaciones corporales se convirtieron en un rentable negocio.
Hasta que en el escenario del espectáculo norteamericano apareció Jennifer López en los años noventa. Cuando migró de El Bronx a Hollywood en busca de la fama, debió enfrentar las críticas a sus pronunciadas redondeces y las presiones del mundo del espectáculo para que las cambiara. Lo confiesa en más de una entrevista ahora que su cuerpo es objeto universal del deseo masculino y sueño quirúrgico de sus congéneres. Siente que ha ganado la batalla a una sociedad que glorifica lo que antes rechazó por “antiestético”, y le canta agradecida a sus generosas curvas en un videoclip grabado junto a Iggy Azalea que no deja nada a la imaginación de los 176 millones de personas que lo han visto desde su estreno en septiembre de 2014.
Pero Jennifer López no está sola en lo que se ha dado en llamar “universo booty”. Las grandes estrellas de la cultura pop norteamericana son ahora mujeres alejadas de una estética que hasta hace poco no las reconocía a causa de sus volúmenes corporales. Desde la reina de la telebasura Kim Kardhasian, con más de veinticinco millones de seguidores en sus redes sociales, hasta la rapera Nicki Minaj y su Anaconda. Desde Beyonce a Rihanna. En el país, artistas urbanas como La Insuperable y La Materialista no solo se han sometido a cirugías para agrandar los glúteos, sino que también, en la misma línea que López y Minaj, exaltan en sus canciones el atributo que las aparta del modelo ideal y resignifica su sexualidad.
Ellas han convertido su imagen en tendencia cultural que excede el grupo étnico al que pertenecen. Según datos de 2014 de la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica sobre ocho países, solo en los Estados Unidos se realizaron 19,530 cirugías de agrandamiento de glúteos. En Brasil, 50,789 mujeres pasaron el quirófano para someterse a este tipo de intervención, en la cual es líder. En México lo hicieron 24,521, en Colombia, 20,900, en Francia, 1,539, en Corea del Sur, 1,520, en Alemania 1,211 y en el lejano Japón, 378.
Polémicas aparte, en la actualidad se asiste a una contestación cada vez más generalizada a la idea de cuerpo ideal. El abandono de la delgadez como referente de belleza y la reivindicación de las curvas, naturales o construidas, proponen otra mirada que reinterprete el fenómeno.
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