RENACER CULTIRAL

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Solo la cultura salva los pueblos.

domingo, 6 de diciembre de 2015

A PROPÓSITO DEL INCENDIO DE 1805 EN LA VEGA.

A PROPÓSITO DEL INCENDIO DE 1805 EN LA VEGA.

Este texto se publicó por primera vez en 1938 dentro del libro de Guido Despradel titulado “Historia de la Concepción de La Vega”, en el capítulo que dedica a la tercera fundación. Una parte del mismo apareció en el Núm. 295 del Observador, de La Vega en noviembre de 1949-

FUENTE: Del Dr. Guido Despradel, publicado en el Periódico el Observador de La Vega, en noviembre de 1949. Publicado en libro   Obras Tomo I. AGN. Volumen LXXXV. Santo Domingo. Año 2009.  Pág.35

Durante  los 22 años de la ocupación  haitiana, muy especialmente de 1825 hasta mediado de 1842, la ciudad  de la Concepción de La Vega gozó de las primicias  del progreso, aunque aquellos fueron años de opresión y de ignorancia.
Restablecida de la dolorosa catástrofe  de 1805, y protegida por el espíritu amplio y altruista de un hombre que  parecía haber sido enviado por la Providencia para subsanar la maldad negra de uno de los conductores de su Patria, la ciudad crecía y mejoraba cada vez más en sus construcciones materiales.
Como todas las ciudades surgidas bajo el espíritu que  animara a la colonia, en su centro  estaba  la Plaza de Armas: sabaneta cuadrada cubierta de fresca grama, y en  aquel entonces turbaba su llama extensión  por el mamposteado cuadrilátero que llamaran los negros dominicanos con el rimbombante nombre de  altar de la Patria. Hacia el oriente de esta plaza estaba  el palacio del gobernador vetusta construcción  de pesadas piedras y argamasas que levantara el haitiano dominador para afianzar su ilógico predominio, hacia el lado occidental de ella,  la casa de mampostería  (Esta construcción a que hace referencia el Dr. Guido Despradel Batista, en los párrafos anteriores  fue azotada por un terrible incendio en la noche  del 12 de noviembre quedando solamente los escombros de lo que en otro tiempos llamaban edificio, esta construcción  data de finales del siglo XVIII y a pesar del trágico flagelo del siniestro  y de los años sus bases se encuentran firme ( Nota del Observador, No,. 295, La Vega,  noviembre de 1949). La casa de mampostería de Don Francisco Mariano de la Mota, única  en su género, a su izquierda estaba la  casa de  familia y el comercio del comerciante Ramón Sánchez, siempre en la acera occidental, y a su derecha, la residencia de don Pepe Bernal, ambas construcciones de tablas de palmas y rachadas de yaguas, materiales  usados, con raras acepciones en todas las viviendas del pueblo.
Al sur de la plaza estaba la iglesia de mampostería, y techada de tejas, construidas por los españolas después  del terremoto de 1562 y sin ningún mérito arquitectónico, y al lado norte, humildes bohíos, sencillos y risueños como el espíritu amplio, culto y hospitalario de los de los hacendados vecinos que  habitaban en aquel entonces esta ciudad que arrulla eternamente el  fiel Camú.
Y cuando el adelanto lo  sonreía  de tan bella  manera, un nuevo cataclismo la hace presa de sus furias ciegas y desmedidas, el terremoto del 7 de mayo de 1842.
El palacio de gobierno y la iglesia fueron destruidos, y  la  ciudad, de nuevo  victima ante la fatalidad de su  destino,  tomó el triste aspecto que  conservó por muchos años.
Alrededor de la Plaza de Armas, donde antes  existían dos sólidos y aparentes edificios, se  construyeron  sendos bohíos, grandes y amplios, que hicieron uno, el papel  de iglesia, y el otro, al cuartel  de la milicias y la  cárcel.
El resto de la ciudad era  también  de aspecto  bastante pobre, Pasando el fuerte Puente de Piedra, pueblo arriba, había otra sabaneta cuadrada, donde hoy  se ha construido  el mercado. (nota de U. Solís. “este mercado al que el Dr. Despradel hace mención,  donde hoy está el Parque Elias Rodríguez, ( Parque de Las Flores), fue construido por el arquitecto Alfredo Scaroina Monstori,  un réplica del mercado de Venecia-Italia, fue destruido por orden del gobernador de ese entonces, de triste recordación  para los veganos ya que este mismo personaje por ambiciones personales instó al Dictador Rafael L. Trujillo para la desviación del Río Camú, uno de los crímenes ecológicos más trascendentales en toda la historia de la Republica Dominicana”. En ella se levantaban algunas ranchetas para la venta de carnes, y en los días primero d cada año se reunían  los cívicos para que las autoridades celebraran  revista.
De bohíos estaba bordeada esta plaza del pueblo arriba;  al norte de ella estaban, como principales, el de los Magoyos, y  el de don Manuel Ubaldo Gómez; al sur, el del célebre Rufino de la Rosa,  y el del sargento mayor Miguel Minaya;  al este, el de don Pedro Viloria, detrás del cual extendia un tupido javillar que   habitaban enormes culebras, y  hacia el oeste,  el de la vieja Petronila Morel, el de José María Regino,  el de Baldomera, la mujer de un tal  Sanó y el de Cornelio de Peña
Peculiarísima era la conformación de la ciudad  para la época que nos ocupa. Con un área mucho menor que la de la tercera parte de la actual, estaba rodeada  por tres de sus puntos por lagunas. La mayor de ellas hacia el sureste,  abundantísima en peces y en cacería y lugar de solaz   para la muchachería  alegre, hacia el norte la laguna llamada del Pozo Verde y al oeste la laguna de Las Tunas.
Por el lado del sur se extendia  una hermosa sabana, en donde el incansable levita Dionisio Valerio de Moya, con la cooperación técnica del ingeniero americano Arthur Lancaster, estableciera en nuestro país  el primer aserradero.
El pueblo no se extendia mucho por el lado del sur,  pues Las Tres Cruces, que fijaban por este lado sus límites, estaban donde  hoy   se cruzan en esquina la calles Mella y antigua Colón.
Hacia el norte, después de la casa de don Silvestre Guzmán, se extendían Los Tocones, trozo de monte en donde había dispersas varias chocitas de tablas paradas y unidas con bejuco pega palos  y con sus puertas de yaguas.
Y esta era La Vega de entonces risueña, humilde, hacendosa y hospitalaria. Pueblo  siempre alerta a las urgentes llamadas de la Patria y guardador celoso de su historia y de sus tradiciones, jamás dejó de celebrar  por ocho días seguidos su rumbosa fiesta de la Virgen  de Antigua, en medio del repiquetear de sus campanas  y del retumbar enervante de sus sonoros atabales.
Alegre y ufana, eras un idilio de bienaventuranza en donde  florecía constantemente  el espíritu. Era capaz de todo lo bueno y recinto fuertemente cerrado a la maldad  y a la inquina...  esta era La Vega de entonces: la de la vida sencilla, la del trabajo digno y provechoso,  la del coraje, la de la fe,  la de la noble hospitalidad, la del   ansia constante de aprender  y  de ayudar… esa, que tan dulcemente alabara  nuestro García Godoy en su  inmortal Rufinito y la que encarnara en Juana Saltitopa la virtud heroica de la virgen de Orleans y en Marco Trinidad. La  austeridad señera de un Cincinato

 

Este texto se publicó por primera vez en 1938 dentro del libro de Guido Despradel titulado “Historia de la Concepción de La Vega”, en el capítulo que dedica a la tercera fundación. Una parte del mismo apareció en el Núm. 295 del Observador, de La Vega en noviembre de 1949-

FUENTE: Del Dr. Guido Despradel, publicado en el Periódico el Observador de La Vega, en noviembre de 1949. Publicado en libro   Obras Tomo I. AGN. Volumen LXXXV. Santo Domingo. Año 2009.  Pág.35

Durante  los 22 años de la ocupación  haitiana, muy especialmente de 1825 hasta mediado de 1842, la ciudad  de la Concepción de La Vega gozó de las primicias  del progreso, aunque aquellos fueron años de opresión y de ignorancia.
Restablecida de la dolorosa catástrofe  de 1805, y protegida por el espíritu amplio y altruista de un hombre que  parecía haber sido enviado por la Providencia para subsanar la maldad negra de uno de los conductores de su Patria, la ciudad crecía y mejoraba cada vez más en sus construcciones materiales.
Como todas las ciudades surgidas bajo el espíritu que  animara a la colonia, en su centro  estaba  la Plaza de Armas: sabaneta cuadrada cubierta de fresca grama, y en  aquel entonces turbaba su llama extensión  por el mamposteado cuadrilátero que llamaran los negros dominicanos con el rimbombante nombre de  altar de la Patria. Hacia el oriente de esta plaza estaba  el palacio del gobernador vetusta construcción  de pesadas piedras y argamasas que levantara el haitiano dominador para afianzar su ilógico predominio, hacia el lado occidental de ella,  la casa de mampostería  (Esta construcción a que hace referencia el Dr. Guido Despradel Batista, en los párrafos anteriores  fue azotada por un terrible incendio en la noche  del 12 de noviembre quedando solamente los escombros de lo que en otro tiempos llamaban edificio, esta construcción  data de finales del siglo XVIII y a pesar del trágico flagelo del siniestro  y de los años sus bases se encuentran firme ( Nota del Observador, No,. 295, La Vega,  noviembre de 1949). La casa de mampostería de Don Francisco Mariano de la Mota, única  en su género, a su izquierda estaba la  casa de  familia y el comercio del comerciante Ramón Sánchez, siempre en la acera occidental, y a su derecha, la residencia de don Pepe Bernal, ambas construcciones de tablas de palmas y rachadas de yaguas, materiales  usados, con raras acepciones en todas las viviendas del pueblo.
Al sur de la plaza estaba la iglesia de mampostería, y techada de tejas, construidas por los españolas después  del terremoto de 1562 y sin ningún mérito arquitectónico, y al lado norte, humildes bohíos, sencillos y risueños como el espíritu amplio, culto y hospitalario de los de los hacendados vecinos que  habitaban en aquel entonces esta ciudad que arrulla eternamente el  fiel Camú.
Y cuando el adelanto lo  sonreía  de tan bella  manera, un nuevo cataclismo la hace presa de sus furias ciegas y desmedidas, el terremoto del 7 de mayo de 1842.
El palacio de gobierno y la iglesia fueron destruidos, y  la  ciudad, de nuevo  victima ante la fatalidad de su  destino,  tomó el triste aspecto que  conservó por muchos años.
Alrededor de la Plaza de Armas, donde antes  existían dos sólidos y aparentes edificios, se  construyeron  sendos bohíos, grandes y amplios, que hicieron uno, el papel  de iglesia, y el otro, al cuartel  de la milicias y la  cárcel.
El resto de la ciudad era  también  de aspecto  bastante pobre, Pasando el fuerte Puente de Piedra, pueblo arriba, había otra sabaneta cuadrada, donde hoy  se ha construido  el mercado. (nota de U. Solís. “este mercado al que el Dr. Despradel hace mención,  donde hoy está el Parque Elias Rodríguez, ( Parque de Las Flores), fue construido por el arquitecto Alfredo Scaroina Monstori,  un réplica del mercado de Venecia-Italia, fue destruido por orden del gobernador de ese entonces, de triste recordación  para los veganos ya que este mismo personaje por ambiciones personales instó al Dictador Rafael L. Trujillo para la desviación del Río Camú, uno de los crímenes ecológicos más trascendentales en toda la historia de la Republica Dominicana”. En ella se levantaban algunas ranchetas para la venta de carnes, y en los días primero d cada año se reunían  los cívicos para que las autoridades celebraran  revista.
De bohíos estaba bordeada esta plaza del pueblo arriba;  al norte de ella estaban, como principales, el de los Magoyos, y  el de don Manuel Ubaldo Gómez; al sur, el del célebre Rufino de la Rosa,  y el del sargento mayor Miguel Minaya;  al este, el de don Pedro Viloria, detrás del cual extendia un tupido javillar que   habitaban enormes culebras, y  hacia el oeste,  el de la vieja Petronila Morel, el de José María Regino,  el de Baldomera, la mujer de un tal  Sanó y el de Cornelio de Peña
Peculiarísima era la conformación de la ciudad  para la época que nos ocupa. Con un área mucho menor que la de la tercera parte de la actual, estaba rodeada  por tres de sus puntos por lagunas. La mayor de ellas hacia el sureste,  abundantísima en peces y en cacería y lugar de solaz   para la muchachería  alegre, hacia el norte la laguna llamada del Pozo Verde y al oeste la laguna de Las Tunas.
Por el lado del sur se extendia  una hermosa sabana, en donde el incansable levita Dionisio Valerio de Moya, con la cooperación técnica del ingeniero americano Arthur Lancaster, estableciera en nuestro país  el primer aserradero.
El pueblo no se extendia mucho por el lado del sur,  pues Las Tres Cruces, que fijaban por este lado sus límites, estaban donde  hoy   se cruzan en esquina la calles Mella y antigua Colón.
Hacia el norte, después de la casa de don Silvestre Guzmán, se extendían Los Tocones, trozo de monte en donde había dispersas varias chocitas de tablas paradas y unidas con bejuco pega palos  y con sus puertas de yaguas.
Y esta era La Vega de entonces risueña, humilde, hacendosa y hospitalaria. Pueblo  siempre alerta a las urgentes llamadas de la Patria y guardador celoso de su historia y de sus tradiciones, jamás dejó de celebrar  por ocho días seguidos su rumbosa fiesta de la Virgen  de Antigua, en medio del repiquetear de sus campanas  y del retumbar enervante de sus sonoros atabales.

Alegre y ufana, eras un idilio de bienaventuranza en donde  florecía constantemente  el espíritu. Era capaz de todo lo bueno y recinto fuertemente cerrado a la maldad  y a la inquina...  esta era La Vega de entonces: la de la vida sencilla, la del trabajo digno y provechoso,  la del coraje, la de la fe,  la de la noble hospitalidad, la del   ansia constante de aprender  y  de ayudar… esa, que tan dulcemente alabara  nuestro García Godoy en su  inmortal Rufinito y la que encarnara en Juana Saltitopa la virtud heroica de la virgen de Orleans y en Marco Trinidad. La  austeridad señera de un Cincinato 

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