Alejandro Báez, un héroe olvidado por todos
Publicado el: 23 abril, 2017
Por: Ángela Peña
e-mail: a.pena@hoy.com.do
César Báez Báez, osado expedicionario de Maimón, contaba 18 años cuando vino al país en junio de 1959 con el objetivo de derrocar la tiranía trujillista. Nadie sabía de él más allá de ese hecho, pero cuando se publicó su foto ilustrando el reportaje de Eduardo Martínez Saviñón, un vecino que lo conoció en San Carlos escribió a Hoy comunicando que tiene tres hermanos residentes en San Carlos: Buenaventura (Chichí), Freddy de Jesús y Arabella Báez Gómez.
Gracias a los varones fue posible conocer parte de la vida de este héroe y mártir que combatió junto a su hermano materno Pedro Pablo Fernández, quien se presume lo enroló al movimiento.
De Alejandro habla también Hipólito Penzo Peña, quien conoció a ese joven bien parecido, rubio y de ojos azules en el verano de 1958 cuando vino desde Caracas a pasar las vacaciones junto a su padre Buenaventura Báez Pérez, esos tres hermanos y la madre de estos, Josefa Gómez, quien también fue una madre para él pues vivió en su casa parte de su infancia. Lo quería como si fuese propio hasta el grado de entristecerse y llorar su suerte. Lo consideraba como un ángel y lo describía obediente y dócil.
Los Báez Gómez residían en la calle “Monte Cristy”. Hipólito rememora: “Había un grupo que practicaba educación física y él se les unía. Algunos desaparecieron, como Moisés Pereira, pero también formaban parte Ulises y Titico Cerón Polanco. Los otros cayeron presos o después fueron militantes políticos, jugaban pelota en la calle, pero parece que había un infiltrado porque después iban y pasaban los carritos del SIM”.
Es probable que Alejandro viajara a despedirse y tal vez a conquistar algún amigo. Después solo se supo de él cuando se produjo la expedición, lo que enlutó a la atribulada parentela que comenzó a sufrir vigilancia y acoso de los servicios de inteligencia trujillista.
Buenaventura, el padre, se enteró de que lo habían llevado a San Isidro y gestionó su libertad con un primo, el oficial César Báez, de quien se ha dicho que fue posiblemente quien asesinó al intrépido antitrujillista.
Chichi, Freddy y Arabella viven con humildad en otra vivienda de San Carlos que en algún momento fue esplendorosa a juzgar por sus dimensiones y diseño. Perteneció a su abuela Ana Lourdes Pérez, una matrona sancarleña dueña de otras antiguas mansiones. Exhiben esmerada educación pese a las modestas condiciones en que viven con santa resignación. Conservan fotos que Alejandro y su hermana Maritza les enviaban desde Caracas y, aunque recuerdan poco de su valiente hermano porque estaban muy pequeños, aprecian y admiran su arrojo y relatan lo que les narraba el acongojado padre.
Este llegó al parque Independencia llorando, abrazando la bandera dominicana poco después del ajusticiamiento, y la dejó depositada en el Altar de la Patria como homenaje al hijo inmolado.
“En 1959 se advertían los secreteos de mamá y eran notorias las salidas de papá, recuerdo haber escuchado a una vecina comentar: ‘Parece que el hijo de Ventura vino en la expedición y él está tratando de salvarlo, alguien le informó que está vivo’. Después todo se volvió silencio”, expresa Chichí, quien confiesa haber visto a su padre llorando.
Los “carritos” del SIM, agrega, “metían por debajo de la puerta un foco rojo durante la noche, a ver si había movimientos”. El acoso y la tortura psicológica se prolongaron hasta después del tiranicidio, con los “Paleros de Balá”.
El joven expedicionario. Es probable que Alejandro Báez Báez (sus padres eran primos hermanos) naciera en 1941 si se parte del dato ofrecido por Anselmo Brache de que vino en la expedición a los 18 años. Freddy y Chichi, que nacieron en 1952 y 1956, ignoran la fecha. Conocieron a la madre de Alejandro pero solo recuerdan que le llamaban “Cheíta” y que se llevaba muy bien con doña Josefa (Fefita). Maritza visitó a sus hermanos en los años 80.
Buenaventura Báez Pérez fue agente especial de Rentas Internas durante años y trabajó en el Central Río Haina. El hijo mayor afirma que Alejandro fue llevado a la casa estando sus padres recién casados y que luego la madre biológica del guerrillero emigró a Venezuela y se lo llevó. Después iría a Cuba a entrenarse.
“Mamá lloraba mucho cuando el desembarco, yo no entendía ni me explicaba por qué siempre los calieses tenían el ojo encima de nosotros”, refiere Freddy. Cuando los vehículos del SIM se acercaban, Ventura ordenaba a su vástago: “¡No te levantes!”.
Don Buenaventura tenía otro problema con el régimen: un hermano, Milton Báez, piloto de la Fuerza Aérea, tuvo una relación amorosa con una de las mujeres de Trujillo y debió exiliarse en Brasil para evitar el hostigamiento.
Otro hermano, Luis Eduardo Báez, ocultó en su casa a Antonio Imbert Barreras después de muerto Trujillo. “La esposa de mi tío, María Luisa, era sobrina de Imbert”.
Lamentablemente, Freddy y Buenaventura (Chichí) saben poco de este hermano del que se sienten orgullosos, “por su participación en esa gesta patriótica”. Aseguran que en Caracas “tiene que haber informaciones, nuestra hermana Maritza debe saber. Ella vino una sola vez y después envió la foto de su hija Raquel, nieta de papá”.
“Él hizo su esfuerzo por este país, era joven, tenía sentimientos patrióticos, pensó que podía liberarnos de la tiranía, dio su vida por su país, quería tumbar la dictadura”, enfatizan.
Pero ningún gobierno o fundación patriótica ha rendido tributo a su entrega. “No estaría de más un reconocimiento, somos la única familia que quedó de él, nosotros participaríamos en cualquier iniciativa a su memoria”.
Tienen letras de Alejandro en un sobre que llegó con fotos, no saben cómo: “Para mamá Panchita, de su nieto Alejandro”, y fotos de principios de los ‘50.
De Alejandro Báez Báez anotó Brache: “… Fue hecho prisionero entre el 28 y 30 de junio en Cupey, y trasladado a Santiago con una pierna rota”.
El llanto invade a Freddy al revelar una experiencia muy personal: en una ocasión se quedó solo encerrado en una habitación y nadie escuchaba sus llamados pidiendo auxilio. Tenía nueve años. En un momento de silencio y espera escuchó una voz quejumbrosa que le dijo: “Freddy, Freddy, tengo hambre”. Logró salir, despavorido, y contó a su mamá lo ocurrido. Ella le contestó:
“Esa fue el alma de tu hermano, que sufrió mucho en las montañas. A lo mejor pasó hambre”. En esa casa había vivido Alejandro y a ella retornó poco antes del desembarco, en 1958. Quizá durante la expedición albergó la esperanza de unirse a su familia.
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