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El encumbramiento de Roma y sus conflictos con Cartago
Durante los grandes movimientos migratorios que tuvieron lugar entre los años 1200 y 1000 a.C., dos pueblos de origen asiático aparecieron en el Mediterráneo central. Eran los fenicios de Tiro, quienes hacia el año 1000 a.C. establecieron en Útica la primera de sus colonias del norte de África, fundando Cartago (Ciudad Nueva), en la segunda mitad del siglo IX a.C., y los etruscos que se establecieron en Italia, al norte del Tíber, antes del 1000 a.C. Al sur del Tíber se extendía el Lacio, conjunto de aldeas habitadas por los latinos, tribus de origen indoeuropeo, agrupadas alrededor de Alba Longa, las cuales hacia 753 fueron arrolladas por los etruscos. Bajo estos últimos, las aldeas situadas en los alrededores de la colina Palatina se fundieron gradualmente hasta formar la ciudad-Estado de Roma.
Doscientos cincuenta años después, mientras los etruscos se encontraban luchando con los galos del norte , las tribus latinas arrojaron de Roma a los reyes etruscos e invadieron Etruria (Tirrenia), atravesaron el Tíber inferior y hacia el 390, la ciudad de Roma, que carecía de murallas fue ocupada e incendiada por ellos. Tan solo resistió la ciudadela del monte Capitolino y los galos, cansados del asedio, aceptaron una compensación en oro y se retiraron hacia el norte.
Tras la invasión de los galos, Roma se convirtió en ciudad amurallada, y los romanos, que ahora tenían una base segura en la que operar, iniciaron el camino de la conquista. En el 325 a.C., su expansión provoco una lucha con los samnitas situados al sur, terminando en la batalla decisiva de Sentinum, con la victoria de los romanos. Esta victoria convirtió a Roma en potencia dominante desde el rio Arno al golfo de Salerno.
Entre el 310 y 289 a.C. la mayor parte de Sicilia había sido sometida por Agátocles, tirano y rey de Siracusa. Los desordenes que se produjeron a su muerte y que Cartago utilizo en beneficio, fueron el motivo por el que Siracusa buscara la ayuda de Pirro. Siracusa se encontró envuelto en una guerra con una facción de los antiguos mercenarios de Agátocles, llamados mamertinos, que se habían apoderado de Mesina. Las dos ciudades reaccionaron favorablemente y siguió un choque entre ambas, provocando en el 264 el inicio de la Primera guerra púnica.
Conquista de Sicilia por Roma
La guerra comenzó con éxito para Roma, que tomo Siracusa (263 a.C.) y Agrigento (262 a.C.). El conflicto también se traslado al ámbito marítimo donde la flota romana estaba en inferioridad, pero en el año 260 a.C. Roma consiguió una importante victoria marítima en Milas que equilibrio las flotas.
Después de la consolidación del poder romano en Sicilia, que había llegado a conquistar Panormo (254 a.C.), la principal base militar cartaginesa en la isla, otras importantes ciudades de la región se decantaron del lado de Roma. Solo el nombramiento de Amílcar Barca como general en jefe (246 a.C.) de los ejércitos cartagineses les devolvió una cierta iniciativa pero la derrota les siguió persiguiendo a los ejércitos cartagineses. Roma había vencido la Primera Guerra Púnica.
El tratado de paz firmado al término del conflicto devolvería los prisioneros romanos sin rescate, y pagaría fuertes indemnizaciones a Roma (3.300 talentos en diez años).
Ocupación de Córcega y Cerdeña
Cartago aun sufriría nuevas consecuencias derivadas de la derrota. La delicada situación económica en la que había quedado le impidió pagar a sus ejércitos, compuestos principalmente por mercenarios, lo que provoco una rebelión generalizada en sus territorios norteafricanos, en Córcega y en Cerdeña. La revuelta a los rebeldes de Córcega y Cerdeña provoco la retirada cartaginesa. Roma, tras un corto periodo de lucha contra las poblaciones indígenas (236-231 a.C.) logro la anexión de las dos islas pasando a controlar el Tirreno, en perjuicio de los intereses cartagineses. Por primera vez en su historia, roma dispone de tres grandes territorios fuera de Italia; Sicilia, Cerdeña y Córcega estarán desde ahora ligadas estrechamente a la península itálica.
Imperialismo cartaginés en la Península Ibérica: los Barca
En Cartago también existían tendencias diversas a la hora de afrontar la posguerra y, especialmente, sobre la forma de pagar las indemnizaciones a Roma. La clase comercial se inclinaba por una política más agresiva, que conduciría al inicio de una verdadera política imperialista en la Península Ibérica.
Un ejército cartaginés, a las órdenes del general Amílcar Barca, comenzó en el 237 a.C. su penetración en Iberia con un objetivo preferente: el control de las principales zonas mineras. Se dirigieron en primer lugar a las minas de Cástulo en Sierra Morena, que además les ofrecían una posición privilegiada en el valle del Guadalquivir. Pero en las luchas de consolidación territorial de esta región contra las poblaciones ibérica murió Amílcar, que fue sustituido por su yerno Asdrúbal. Se produce un giro de la estrategia cartaginesa, tendente a consolidar los territorios sometidos y a garantizar su explotación por medio de la fundación de una nueva ciudad “Carthago Nova”.
Roma comenzó a inquietarse y mando una embajada para que negociara con Asdrúbal los límites de la expansión cartaginesa en Iberia. La firma del Tratado del Ebro (226 a.C.) colocaba dicho límite en el rio Ebro, que los cartagineses no deberían traspasar con intenciones bélicas. El asesinato de Asdrúbal en el 221 a.C. provocó el ascenso de Aníbal, hijo de Amílcar, que dio una nueva orientación a la política cartaginesa en Iberia, volviendo la praxis belicista de conquistas.
En tierras de los valles del Tajo y Duero desarrollo distintas campañas militares, pero se centro en el control y explotación de los territorios mediterráneos mas orientales. Finalmente la toma de Sagunto precipito los hechos, convirtiéndose en el “casus belli” o detonante de la Segunda Guerra Púnica, un acontecimiento que cambiará la historia de Cartago y acabara con su imperialismo.
Autor: Miguel Ángel Migues Bermejo para revistadehistoria.es
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