MEDIEVAL
Alfonso VIII, el de Las Navas
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Alfonso VIII, el de las Navas
En 1169, se consideró oportuno, como único medio de acabar con la instabilidad del Reino, declarar a Alfonso VIII mayor de edad y poner el Gobierno en sus manos. En las Cortes de Burgos en 1170, se le entregó la Gobernación del Reino y, al mismo tiempo, se acordó darle por esposa a Leonor Plantagenet, de 15 años, al igual que él, hija del Monarca inglés Enrique II, que aportaba como dote el ducado de Gascuña, lindante con los territorios castellanos por la parte de Guipúzcoa. Alfonso VIII mantuvo una entrevista en Sahagún con Alfonso II de Aragón y Cataluña, que acababa de cumplir los 16 años, en la que ambos Monarcas zanjaron las diferencias territoriales que los separaban y formalizaron una alianza defensiva contra el resto de los Monarcas peninsulares. Después de este acto, los dos Reyes marcharon a Tarazona, donde se celebró el enlace de Alfonso VIII con Leonor, en septiembre de 1170.
No había olvidado Alfonso VIII las tierras que Sancho IV de Navarra la arrebató durante su minoría de edad. En 1173, al castellano atacó con un potente Ejército al Monarca navarro, mientras Alfonso II de Aragón penetró en Navarra por Tudela. Alfonso VIII consiguió ocupar Logroño, Briviesca y Navarrete, venciendo a Sancho VI, que tuvo que refugiarse en el castillo de Leguín (Navarra), de donde escapó por la noche; pero el Monarca castellano le persiguió hasta las proximidades de Pamplona, donde el Rey navarro se rindió. Poco después, Alfonso VIII acompañó a su tía Sancha, hija de Alfonso VII, a Zaragoza para entregarla en matrimonio a Alfonso II de Aragón.
Alfonso VIII decidió apoderarse de Cuenca, plaza de difícil acceso, por su posición y sus defensas; desde allí los musulmanes hostigaban constantemente la frontera castellana. Con la ayuda de Alfonso II de Aragón, rindió la ciudad tras nueve meses de cerco, el 21 de septiembre de 1177. Ese mismo año, en un intento de evitar un nuevo enfrentamiento armado, los Reyes navarro y castellano se sometieron al arbitraje de Enrique II de Inglaterra, quien, después de oír a ambas partes, dictaminó que los Monarcas debían devolverse las plazas y territorios en litigio, si bien Alfonso VIII debía abonar al navarro, en concepto de indemnización, la cantidad de 3.000 maravedís, pagaderos en tres plazos. Los dos aceptaron el fallo del Rey inglés y firmaron en Fitero (Navarra) la paz por diez años. Alfonso VIII y Alfonso II de Aragón se entrevistaron en Cazorla, en 1179, y acordaron sus áreas de expansión. Alfonso II se adjudicaba el reino moro de Valencia y renunciaba al de Murcia en beneficio de Alfonso VIII, con lo que quedaba alterado el pacto de Tudellén[2], que habían suscrito Ramón Berenguer IV y Alfonso VII, en 1151.
Fernando II de León falleció en 1188, y su hijo y sucesor, Alfonso IX, necesitado de la ayuda del Monarca castellano, más fuerte que él, acudió a Carrión de los Condes, donde Alfonso VIII le armó Caballero rindiéndole homenaje el leonés. Esta ceremonia y el grado de dependencia que de ella se derivaba causó un profundo malestar entre los leoneses que muy pronto de pondría de manifiesto. Alfonso II de Aragón, temeroso de la potencia que iba adquiriendo Castilla, decidió cambiar su tradicional política de amistad hacia Alfonso VIII. Se reunió con Sancho IV de Navarra en Borja (Zaragoza), donde ambos Monarcas firmaron un pacto anticastellano. Meses después se sumaron a ese pacto Alfonso IX de León y Sancho I de Portugal. Pese a tan adversas condiciones, Alfonso VIII pudo ir salvando todos los escollos que se le oponían. Entre 1191 y 1194 tropas castellanas penetraron por tierras de Jaén y Córdoba, en un claro intento de conquista, apoderándose de un enorme botín y centenares de cautivos. El califa almohade Abu Yusuf Ya’qud al Mansur, decidió impedir la conquista de esas tierras. En 1195, pasó el Estrecho de Gibraltar y desembarcó en Al-Ándalus con un potente Ejército, llegando hasta Calatrava (Ciudad Real) y amenazando la ciudad de Toledo. Alfonso II de Aragón, consciente del peligro que amenazaba a los Reinos cristianos, intentó armonizar una política de apoyo a Castilla, más la desconfianza de navarros y leoneses malogró la posibilidad de ofrecer un frente común. Alfonso VIII, impaciente por la tardanza de los refuerzos prometidos por los navarros y leoneses, decidió enfrentarse a los almohades con sus solas fuerzas. El 19 de julio de 1195, les presentó batalla cerca de Alarcos[3]. En un principio el combate se inclinó del lado de los castellanos, pero la superioridad numérica almohade terminó imponiéndose. La derrota fue espantosa, y muchos castellanos quedaron en el campo de batalla para siempre. Yusuf Ya’qud al Mansur destruyó la fortaleza de Alarcos, tomó al asalto Calatrava y aquel mismo año regresó a Córdoba, desde donde pasó a Marruecos.
Navarros y leoneses, ante la derrota de los castellanos y la débil situación en que había quedado Alfonso VIII, decidieron pactar con los almohades y aprovecharse de la debilidad de Castilla. En 1196, Alfonso IX de León, apoyado por contingentes de tropas musulmanas, entró en Tierra de Campos (Palencia) talando y saqueando sus pueblos. Sancho VII de Navarra entró por Soria y Almazán, arrasando cuanto encontraba a su paso. Los almohades amenazaban Madrid, Toledo, Alcalá de Henares y Cuenca. Aunque no consiguieron entrar en ninguna de estas ciudades, sometieron al saqueo y a la destrucción cuanto encontraron fuera de sus murallas.
Muerto Alfonso II de Aragón, el Monarca castellano firmó una alianza en 1197 con el nuevo Rey aragonés, Pedro II, con quien se mostró como un leal amigo ayudándole en la lucha contra leoneses, navarros y almohades. Las fuerzas conjuntas de castellanos y aragonesas penetraron en León y avanzaron sobre Astorga y El Bierzo, consiguiendo apoderarse de la fortaleza de Puente Castro (León). Alfonso IX de León lanzó una contraofensiva consiguiendo recuperar Puente Castro. Mientras, Alfonso VIII consiguió firmar una paz de diez años con Abu Yusuf Ya`qub, que se hallaba absorbido por los asuntos del Norte de África. Quedaba abierto el camino para que leoneses y castellanos encontraran la paz. Ésta llegó con el enlace de Berenguela, hija de Alfonso VIII, con Alfonso IX de León (separado ya de su primera esposa, Teresa, hija de Sancho I de Portugal) al llevar Berenguela como dote los castillos reclamados por el leonés y las plazas tomadas por Alfonso VIII. La boda se celebró a pesar del grado de parentesco que había entre los contrayentes, puesto que Berenguela era sobrina de Alfonso IX. Años más tarde, cuando ya habían nacido seis hijos, ante la persistencia del Papa Inocencio III de considerar nulo el matrimonio, Berenguela tuvo que separarse de su esposo y regresar a Castilla.
Asegurada la paz con León, Alfonso VIII quiso recuperar el País Vasco, que había pertenecido a Castilla y que ahora estaba en poder de Navarra. En 1119, fuerzas castellanas y aragonesas penetraron en Navarra por distintas fronteras y a finales de 1200, Castilla había recuperado todas las tierras que habían sido suyas y ganado otras a expensas de Navarra, con lo que este Reino vio su territorio muy reducido. El castellano, recuperadas las tierras en litigio, dio por terminadas sus reclamaciones y cesó en sus acciones bélicas contra Navarra. Volvió sus armas contra el condado de Gascuña, que su esposa Leonor aportó como dote y que nunca le había entregado. Pese a los dos años de campaña (1204-1205), no pudo lograr la completa anexión del ducado, porque sus dos ciudades más importantes, Bayona y Burdeos, se negaron a reconocer su autoridad. Años más tarde, desaparecida la presencia castellana en Gascuña es cuando Alfonso X la cedió a su hermana Leonor con ocasión de la boda de esta con Eduardo I, hijo y sucesor de Enrique III de Inglaterra.
A partir de 1206, Alfonso VIII inició una política de reconciliación con los Reinos de Navarra, León y Portugal con la idea de atraérselos y unir sus fuerzas contra el peligro almohade. El Rey castellano se interesó en unir a la Iglesia en este proyecto, confiando esta misión a Rodrigo Ximénez de Rada, Arzobispo de Toledo, y a Tello Téllez de Meneses, Obispo de Palencia. En 1209, finalizada la tregua que se pactó con los almohades, Alfonso VIII inició las hostilidades, ansioso de vengar la derrota de Alarcos. La prematura muerte de su hijo y heredero en 1211, Fernando, de 21 años, víctima de una rápida enfermedad, no abatió el ánimo del Monarca, que ese mismo año entraba en el valle del Júcar. El califa almohade, Abu Abd Allah Muhammad al-Nasir, llamado por los cristianos como Miramamolín, por corrupción en la pronunciación del título que ostentaba de ‘Amir al-mu’minin, respondió a estas campañas con el envío a España de un formidable Ejército. En febrero de 1212 llegó a Castilla la bula del Papa Inocencio III promulgando la cruzada contra el infiel, que concedía indulgencias y gracias a cuantos españoles o extranjeros ayudaran a Alfonso VIII de Castilla.
Alfonso VIII señaló la Pascua de Pentecostés para iniciar la expedición. En la primavera de 1212, atendiendo a la orden del Monarca, se fueron reuniendo en Toledo y en las riberas del Tajo los contingentes de las tropas españolas y extranjeras. No lo hicieron los Monarcas Alfonso IX de León, que prefirió retirarse a Babia (León), su residencia de recreo, y Alfonso II de Portugal, al ver que eran aceptadas por Alfonso VIII las altas compensaciones que pedían por participar en la lucha. En su avance hacia al-Ándalus, los Ejércitos cristianos recuperaron Malagón (Ciudad Real), y Calatrava conquistando a primeros de julio, Alarcos, Caracuel y Piedrabuena (Ciudad Real). Las tropas extranjeras molestas porque no se les permitía el saqueo, abandonaron la empresa, quedando su representación reducida a un escaso número. Alfonso VIII dio la orden de avanzar hacia el paso de Despeñaperros (Jaén), que los almohades ya habían ocupado, por lo que hubo que atravesar Sierra Morena por el puerto del Muradal, más fácil y menos vigilado, llegando hasta Las Navas de Tolosa sin dificultad. Aunque las cifras que se manejan sobre el número de combatientes que intervinieron en la batalla carecen de bases sólidas, por lo abultadas, se puede afirmar que eran los dos Ejércitos más grandes que jamás se habían enfrentado en la Península Ibérica y que los almohades superaban en número a los cruzados. El 16 de julio de 1212, cristianos y almohades en enfrentaban en Las Navas de Tolosa, lugar en la provincia de Jaén. Tras varias horas de duro batallar, llegó el desenlace cuando Alfonso VIII cargó por el centro, mientras el navarro Sancho VII y el aragonés Pedro II, en un movimiento envolvente, convergieron sobre el mismo punto. Abu Abd Allah se encontraba en la retaguardia, en un pabellón protegido por la guardia negra, que había sido encadenada para evitar su huida. La acometida cristiana fue tan impetuosa que rompió el centro de las filas almohades llegando hasta el pabellón del califa. Sancho VII, adelantándose a los demás, saltó por encima de la guardia negra y de las cadenas que la mantenía unida, provocando el pavor y la desbandada entre los almohades. Al ver la batalla perdida, Abu Abd Allah montó a caballo y, acompañado sólo de cuatro jinetes, huyó a Baeza, y de allí a Jaén. Entretanto los cristianos hicieron una enorme matanza entre los almohades. Tres días después, continuó Alfonso VIII avanzando tomando los castillos de Vilches, Baños de la Encina y Tolosa y las ciudades de Úbeda y Baeza. Aunque la resistencia musulmana continuó, el peligro había desaparecido; el Imperio Almohade agonizaba.
En la primavera de 1213, Alfonso VIII volvió a salir de campaña. Conquistó Alcaraz (Albacete), pero fracasó al intentar recuperar Baeza, tiendo que levantar el cerco y retirarse. Se dirigía a Plasencia para entrevistarse con Alfonso II de Portugal, cuando cayó gravemente enfermo en Gutierre de Muñoz, aldea cercana a Arévalo, donde falleció el seis de octubre de 1214.
De los siete varones que tuvo Alfonso VIII de su matrimonio con Leonor, sólo uno le sobrevivió, Enrique, que heredaría el Trono. Más afortunada fue su descendencia femenina: Berenguela se casó con Alfonso IX de León; Urraca lo hizo con Alfonso II de Portugal; Blanca con Luis VIII de Francia, y sería la madre del Rey San Luis; Constanza fue abadesa del Monasterio de la Huelgas (Burgos); Leonor desposó, después de la muerte de sus padres con Jaime I de Aragón; Mafalda murió soltera en Salamanca.
Alfonso VIII, llamado el de las Navas, el Noble o el Chico, fue un incansable luchador, contribuyendo con su obra militar al desmoronamiento del poder musulmán en España. En el plano cultural, se debe su iniciativa a la fundación de primera Universidad española, creada en Palencia en 1209, a la que hizo venir maestros de Italia y Francia.
La tradición recoge los amores de Alfonso VIII con Fermosa, judía toledana de sobrenombre Raquel. La leyenda de estos amores, que hicieron al Rey olvidar sus deberes, está plagada de referencias legendarias, como su duración de siete años – siete meses para otros autores -, el castigo de la derrota en Alarcos, la pérdida de la descendencia masculina, la muerte de Raquel a manos de los nobles, el arrepentimiento del Monarca y la reconciliación con su esposa Leonor.
Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es
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Bibliografía
RÍOS MAZCARELLE, Manuel. Diccionario de los Reyes de España.
CONTRERAS Y LÓPEZ DE AYALA, Juan. LOZOYA, Marqués de. Historia de España.
[1] El Duranguesado es una comarca de Vizcaya, País Vasco. Está ubicado en el extremo sureste del territorio limitando con Guipúzcoa y Álava.
[2] El Tratado de Tudilén, Tudillén o Tudején fue suscrito el 27 de enero de 1151 por Alfonso VII, Rey de León y Castilla y Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, en Tudilén, un lugar situado cerca de Aguas Caldas, en Navarra.
[3] Alarcos es actualmente un parque arqueológico muy importante de la historia de la Reconquista castellana y el mundo íbero en la Provincia de Ciudad Real. En la época medieval era una ciudad fortificada capital de la región sur de Toledo. Tras ser destruida en la batalla de Alarcos el 18 de julio de 1195, los supervivientes fueron trasladados a una aldea próxima llamada Pozo Seco de Don Gil que se refundó como nueva capital por orden de Alfonso X el Sabio y la nombró Villa Real, más tarde se le otorgó el título de ciudad pasando a ser Ciudad Real.
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