Magallanes y Elcano
Los ataques del envidioso rey portugués para evitar la gesta naval más épica de España
La primera vuelta al mundo fue una empresa sufragada por Carlos I - ABC
Ni apoyo, ni indiferencia. A pesar de que Magallanes era luso, la monarquía de su tierra natal le hizo la vida imposible a este marino para que no completara la primera circunnavegación de la Tierra en nombre de Carlos I y acompañado de españoles tan destacados como Juan Sebastián Elcano
Una auténtica gesta naval sufragada por Carlos I. La expedición de Fernando de Magallanes (portugués de nacimiento y español por despecho) y nuestro castizo Juan Sebastián Elcano cumplirá dentro de solo dos años su 500 aniversario. Dicho así bien parece una minucia, pero esta larga travesía fue una épica aventura que las generaciones futuras estudiarán por haber supuesto, hace medio milenio, la primera vuelta al mundo de la historia. Una tarea nada sencilla, por cierto. En primer lugar, por las diferencias existentes entre los marinos que protagonizaron el viaje y, en segundo término, por culpa de la monarquía portuguesa (sumamente preocupada por molestar lo más posible a los exploradores súbditos de la Corona).
Magallanes, uno de los exploradores más afamados del territorio luso, tuvo su primer encontronazo con la patria que le vio nacer exactamente en el mismo momento en el que se le ocurrió dirigir sus pasos hacia el palacio de su majestad Manuel I, el soberano portugués. Con el calendario detenido en la primera década del siglo XV, el marino acudió a aquella entrevista cargado de ilusiones, sueños de exploración y, lo que es más importante, la certeza de que podía hallar una nueva ruta hacia las islas de las especias, las Molucas (en Indonesia). Es decir, hacia Oriente. Un objetivo parecido al de Cristóbal Colón. Pero junto a él no llevaba únicamente la ilusión, sino que también portaba una cojera prominente (su pierna había quedado destrozada tras un combate durante sus años como soldado) y una extensa carrera como combatiente.
La futura epopeya no era precisamente baladí. Al fin y al cabo (y como señala Gerardo Vidal Guzmán en su obra «Retratos. El tiempo de las reformas y los descubrimientos») por entonces las especias dejaban una rentabilidad de hasta un 2.000 %. Así pues, aquel que pudiera encontrar una ruta idónea hacia aquella «mina de oro» se garantizaba un buen porvenir. Y el monarca que lo apoyara, un considerable «pellizquito» para sufragarse sus ejércitos. «Magallanes sabía que durante muchos años Portugal había perdido el sueño examinando aquel proyecto», determina el experto en su obra.
Todo parecía favorable para el marino pero, como ya le pasara a Colón, le dieron con la puerta (portuguesa) en las narices. El «Afortunado», como apodaban al rey Manuel, se mostró totalmente descortés con él a pesar de sus años de servicio. Y la palabra que más repitió en el encuentro fue esta: «No».
Así lo afirma el autor Gabriel Sánchez Sorondo en su obra «Magallanes y Elcano, travesía al fin del mundo» (Nowtilus), donde especifica que el soberano recibió al marino con «destemplada indolencia» y le despreció en repetidas ocasiones. De nada le valió a su súbdito rebajar sus pretensiones (empezó solicitando una carabela para viajar hasta las Indias y terminó implorando un aumento de su escasa pensión por ser lisiado). No le concedieron absolutamente nada. «El episodio conmovió a los pocos presentes que en la sala. La humillación no podía ser más grave y profunda. Nadie se explicaba qué oscuras razones empeñaban a Manuel I en contra de ese noble súbdito que tan poco estaba pidiendo», destaca el experto en su obra.
Al final, desesperado, Magallanes solicitó algo relativamente habitual en la época: que le liberasen de su nacionalidad para poder trabajar para otra corona. Parece ser que ese día Manuel I se había levantado especialmente hiriente, pues no solo accedió a esta última solicitud, sino que afirmó estar sumamente contento de darle ese último capricho. «Manuel I tenía la impresión de que aquel era un soldado cargoso y convenía quitárselo de encima», determina el experto latinoamericano en su obra. Sin obligaciones legales para con su tierra, totalmente despreciado por el monarca de la misma, y bastante molesto, el marino dirigió sus ojos hacia otros países a los que pudiera acudir para recibir ayuda.
Tras el desprecio
A partir de entonces, y en palabras de Sánchez, a Magallanes empezó a moverle no solo el ansia de aventuras y descubrimientos, sino también la necesidad imperiosa de tener su pequeña revancha contra Manuel I. Por ello, y tal y como había hecho Cristóbal Colón algunos años antes, se marchó a España. En primer lugar, porque tenía esperanzas en que a los mandamases del país les interesase su propuesta. En segundo, porque la posibilidad de llevar a cabo una gesta tan grande para el eterno enemigo del monarca luso le dejaba un buen sabor de boca. «Había algo de revancha personal en juego: Magallanes advierte la necesidad contrapuesta entre su indolente rey y la del joven monarca vecino. Asume el viaje como un desagravio: su satisfacción más íntima, más visceral, se erige en el desquite», añade el experto latinoamericano en «Magallanes y Elcano, travesía al fin del mundo».
De este ánimo pisó Magallanes Sevilla el 20 de octubre de 1517. Desde allí acudió a la Casa de Contratación para tratar de conseguir los permisos que le permitieran armar un bajel y comenzar su viaje. Para su desgracia, en este organismo no le hicieron demasiado caso. Y en cierto modo no sin razón, pues las islas Molucas pertenecían en principio a Portugal según el Tratado de Tordesilllas. Un documento fechado en 1494 mediante el que el Papa dividió el Océano en dos partes con una línea imaginaria. La primera se correspondía con la zona en la que Castilla podía enviar a sus buques para realizar descubrimientos. La segunda, con la que podía usar Portugal.
«Castilla aceptó respetar los derechos exclusivos de Portugal en el hemisferio al este del meridiano situado 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, con excepción de las Canarias. Portugal aceptó los derechos del territorio al oeste», explica Guillermo Céspedes en «América Hispánica (1492-1898)».
Magallanes, no obstante, estaba convencido de que (atendiendo a otros cálculos) estas islas se hallaban en la zona de influencia española. Algo nada descabellado, pues había gran controversia en torno al Tratado de Tordesillas. «Según el trazado del antimeridiano, el archipiélago de las Molucas, gran centro de producción de especias, debería haber pasado también a Castilla. Pero su posesión provocó grandes protestas», destaca, en este caso, el profesor de Historia Moderna Bartolomé Bennassar en su dossier «Tordesillas, el primer gran reparto del mundo». De esta opinión es también el historiador Pedro Novo y Colson, quien afirma en su dossier «Magallanes y Elcano» que «Magallanes creía que las Molucas no se hallaban dentro de la demarcación de Portugal».
En cualquier caso, sus peticiones terminaron cayendo en saco roto, y tuvo que esperar nada menos que un año más para lograr una audiencia personal con Carlos I de España y V de Alemania. Una entrevista, por cierto, que logró gracias a sus contactos.
No era, ni mucho menos, un mal trato. Y más, considerando el desprecio del monarca luso. Junto a Magallanes, además, se alinearon para esta expedición otros dos sujetos hasta el chambergo de Manuel I: Ruy Faleiro (un reputado cosmógrafo cuyo talento había sido rechazado por el soberano portugués) y Cristóbal de Haro (un rico comerciante contra el que su majestad había cometido todo tipo de tropelías). Con la desazón en el corazón, nuestro protagonista empezó a ultimar los detalles para iniciar su viaje.
Primeros tormentos
Bajo el beneplácito del emperador, Magallanes se libró de las ataduras políticas que le perseguían desde hacía años y, por fin, inició los preparativos para buscar una nueva ruta hasta las Molucas. ¿Por qué se extendieran tanto en el tiempo las disposiciones para levar anclas?
Las claves las ofrecen en sus respectivas obras Sánchez y Novo. Entre la extensa lista de posibilidades, ambos subrayan que la principal causa fue el ansia de los portugueses por detener aquella gesta. Ya fuera por las buenas, las malas, o las peores. Al parecer, su lusa majestad se terminó arrepintiendo de haber mandado a freír Francesinhas (o como diantres se escriba el nombre de ese contundente sándwich) al veterano marino y soldado.
En principio, Manuel I decidió meterse entre pecho y espalda su orgullo y ordenó al embajador Álvarez La Costa convencer a Magallanes de que la gesta que iba a acometer era una ofensa a Dios y al Rey. Pero nada de nada. Al marino le había costado años lograr sus apoyos, y no los iba a desperdiciar por las palabras resentidas de un envidioso monarca.
Negativa por aquí, celos por allá, La Costa cambió de táctica. Ya que no podía persuadir a Magallanes de abandonar su gesta, se propuso meter en la mollera a los ministros de Carlos I que aquel viaje no era más que una pérdida de tiempo para su Corona. «La Costa quejóse enérgicamente a los ministros, en cuyas reconvenciones le secundó Xebres ante el mismo monarca», señala Novo.
Tal fue la presión que estos dos personajes ejercieron sobre el Emperador, que este prometió al soberano luso estudiar la posibilidad de retirar su apoyo al navegante. Por suerte, en la corte también había políticos que apoyaban al marino. «El Obispo de Burgos y otros dos miembros del Consejo de Indias conjuraron la tormenta con razones tales, que el Emperador pudo colegir la mengua que había de resultarle del rompimiento de un tratado solemne», añade el experto.
Aunque también se escucharon rumores de que el soberano estaba reuniendo una ingente cantidad de riquezas para lograr «convencerle» de otra forma. Todo ello, acompañado por las correrías de espías portugueses que iban y venían para mantener informada a su envidiosa majestad y molestar, en todo lo posible, a Magallanes. Así lo corrobora Fernández de Navarrete en su obra, donde explica que, en más de una ocasión, un emisario del rey de Portugal trató en secreto de colmar de riquezas al marino para que abandonase a Carlos I. La respuesta fue siempre negativa. Al final, por suerte, los preparativos lograron terminarse en dos años.
Incertidumbre
En vista de que no había forma humana de hacer que Magallanes abandonase, los enviados portugueses decidieron intentar de evitar el viaje de una última y curiosa forma: sembrando la discordia entre este marino y su colega, Ruy Falerio. Esta teoría es desvelada por Novo, quien señala en su dossier que los espías lusos lograron que estos dos personajes (los principales organizadores de la travesía) «pleiteasen sobre quién había de conducir el Estandarte Real y el Farol». Símbolos que portaba el líder de la expedición.
Con todo, Sánchez tiene otra visión de lo acaecido. Según sus palabras, este enfrentamiento fue solo la «punta del iceberg» de un problema de liderazgo que venía acosando a la pareja desde hacía meses. Dificultades que se acrecentaron cuando Faleiro, «ofuscado, empezó a ver enemigos por todas partes, culpando a Magallanes por ello». La situación terminó con la mediación de Carlos I, quien determinó que el cosmógrafo se quedaría en tierra y comandaría el segundo viaje.
Importancia española
En el verano de 1519 los preparativos ya habían sido terminados. Al fin estaban listas las cinco naves que había cedido la Corona española a Magallanes. Estas, equipadas en el puerto de Sevilla, eran la «Trinidad», la «San Antonio», la «Concepción», la «Santiago» y «La victoria». Entre los tripulantes (237 hombres según el cronista oficial del viaje, Antonio Pigafetta, quien dejó sus vivencias escritas en la obra «Primer viaje alrededor del globo terráqueo») destacaban portugueses, pero también una buena cantidad de españoles.
Uno de ellos fue el único de la «plana mayor» que regresó al punto de destino con un único buque y 17 supervivientes más: Juan Sebastián Elcano. Este fue, de hecho, el que completó la gesta de Magallanes (la primera circunnavegación del mundo), debido a que su superior murió asesinado durante el viaje.
«Estrictamente hablando, no fue Magallanes quien circunnavegó el mundo, a pesar de concebir y seguir tal derrotero hasta llegar muy cerca de su cumplimiento único. Quién finalmente llegó a suelo europeo, tras haberle dado la vuelta completa a la esfera terrestre, fue su segundo al mando, el capitán Elcano», añade el latinoamericano en su obra.
Los molestos portugueses
Para eso, con todo, todavía quedaban muchos años.
El viaje de Magallanes y Elcano comenzó, en todo caso, en 1519, como dejó escrito Pigafetta: «Lunes por la mañana, 10 de agosto del año 1519, una vez que la escuadra tuvo a bordo todo lo que era necesario, como igualmente su tripulación, compuesta por 237 hombres, se anunció con una descarga de artillería, y se desplegaron las velas de trinquete». En ese momento es en el que se inició un extenso viaje que duraría hasta el 6 de junio de 1522. Una travesía lleno, como explicaba ABC hace pocas jornadas, de traiciones, deserciones y muertes.
Por si las tensiones propias del viaje fuesen pocas, los molestos lusos se dedicaron a tratar de torpedear el viaje de Magallanes y Elcano a lo largo de esos cuatro años. Estos tuvieron constancia de que andaban tras sus pasos en 1521. Concretamente, a mediados de noviembre de ese año un capitán portugués llamado Tristán de Meneses les informó de que el rey portugués había enviado una flota de bajeles en su busca.
Así narraba Pigafetta este hecho en su crónica: «De Menses refirió a Lorosa que la noticia más importante que por entonces había era que una escuadra de cinco naves había partido de Sevilla al mando de Fernando de Magallanes para ir a descubrir el Maluco en nombre del Rey de España: y que el de Potugal, que estaba doblemente irritado por esta expedición, por cuanto uno de sus súbditos trataba de perjudicarle, había despachado buques al cabo de Buena Esperanza y al de Santa María en el país de los caníbales, para interceptarle el paso en el mar de las Indias, pero que no lo habían encontrado».
Al luso no le valió con no encontrarse con la escuadra de Magallanes y Elcano. Ávido de venganza, hizo que don Diego López de Sichera, su comandante en jefe en las Indias, enviase seis naves de guerra contra los exploradores. La suerte, no obstante, salvó a la flota. «Sichera, teniendo noticias en estas circunstancias que los turcos preparaban una flota contra Malaca, se había visto obligado a despachar contra ellos setenta embarcanciones al estrecho de la Meca, en la tierra de Judá, las cuales, habiendo encontrado galeras turcas encalladas en la orilla del mar, cerca de la bella y fuerte ciudad de Aden, las quemaron todas. Esta expedición había impedido al comandante portugués llevar a cabo la que tenía dispuesta contra nosotros», explica en su obra el cronista de Magallanes.
El enésimo intento portugués de acabar por las bravas con la expedición de Magallanes y Elcano se produjo cuando Portugal mandó al capitán Francisco Faría a interceptarlos. Para ello, se le adjudicó un galeón con dos baterías de bombardas. Por suerte, y una vez más, nuestros protagonistas se libraron por los pelos. «El galeón tampoco vino a atacarnos a las Molucas porque, ya fuese por los bajos que se encuentran cerca de Malaca, ya por las corrientes y vientos contrarios que tuvo, se vio obligado a regresarse al pueblo de donde había salido», completa el cronista en su texto.
A pesar de todo estas molestias, de todos los intentos por torpedear la expedición y de las jugarretas que el destino perpetró contra los exploradores, finalmente el viaje (y la primera vuelta al mundo) se completaron en septiembre de 1523, como dejó escrito el cronista oficial: «Desde que habíamos partido de la bahía de San Lúcar hasta que regresamos a ella recorrimos, según nuestra cuenta, más de 14.460 leguas, y dimos la vuelta al mundo entero, yendo siempre de este a oeste. El lunes 8 de septiembre largamos el ancla cerca del muelle de Sevilla, y descargamos toda nuestra artillería». Por desgracia, solo había completado la gesta una nave y 18 personas.
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